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miércoles, 8 de mayo de 2013

Palimpsestos (METACUENTO) José Méndez Díaz (IKE)



Cuento
José Enrique Méndez Díaz

Ahora permanece en un banco con sus piernas cruzadas, contemplando la mole de mármol. Mira al Almirante señalando sus nuevas tierras descubiertas.

 Como fantasma, ella reaparece exhibiendo sus huellas simuladas, la desnudez de sus nalgas y ubres provocantes, postizas y violadas en mi pensamiento.

De nuevo su presencia en el sueño. Debo tener razón para preocuparme cuando apenas ocurre la madrugada.
Ella, delicada y tímida, de suave tacto, con toda la ternura en su lejana mirada, provoca excitar mi interior y es como un impulso súbito de una impronta de pasión y delirio.

Las copas de más no me dejaron distinguir sus enormes hombros; su musculosa contextura de mujer huidiza. No encuentro respuesta, no he podido explicar la imagen
perversa de su caminar. Ni siquiera puedo evadir la presencia del beso que le di en la exótica esquina del bar.

Miro el paisaje a través de la ventana, la cruz del imponente Faro penetra hasta el espejo. Sus enamorados párpados negros se iluminan en mis ojos.
Ajeno a todo esto, me hundo en mí mismo escudriñando secreciones incendiadas en su cuerpo.

Después fue la noche intrépida, angosta, sepultada en el lenguaje del sexo de un largo día. Mi borrachera, su cuerpo, las sábanas manchadas de apresurado orgasmo; su gesto de disgusto; el nombre de mi esposa pegado a la frustración de mi salvaje herejía.


Perturbadoras imágenes imperativas regresan, incursionan en mi memoria. Siempre me ocurre al recordar el desplome de las hojas en otoño.

La sombra retorna a su apretado escondite. Quiero escapar del mundo y de la obsesión. Despierto confundido; asomo la cara a la marquesina y descubro que el carro está al revés, en verdad trato de no recordar lo ocurrido la noche anterior o en realidad es que no recuerdo absolutamente nada. Un extraño sentimiento de disgusto se apodera de mi.

Mi esposa me reclama control, me acusa de orinar detrás de la nevera; que las niñas lloraron
desesperadamente al verme desmayado, sucio de vómito tendido en el suelo. Ideas fijas atormentan y distraen mi atención. El médico me diagnostica enfermedad de palimpsestos. Busco desesperadamente en el diccionario y para mi sorpresa se refiere a manuscritos antiguos borrados. ¿Estaré perdiendo mi capacidad de pensar?

Sucumbo en pesadillas amorfas, largas y dolorosas en esta lúgubre y retardada noche de otoño, corroída en emociones desgranadas, contagiadas de verdades que me atormentan.

Despierto acostado en una camilla escuchando un tropel de palabras raras. La mujer vestida de blanco que me escarba las venas. Una voz masculina habla de soluciones hipertónicas, de jeringa balsámica, de disminución de azúcar en la sangre. Me sofoco escuchando los pasos de la muerte en las nieblas etílicas, en los volátiles alcaloides recorriendo, mi torrente sanguíneo, alucinando todo mi ser.

Un sentimiento profundo de terror me estremece, Inexplicable sacudida sísmica me aturde y quiero correr a través del largo pasillo, pero lo veo interminable, frío, distante y evasivo. La angustia me orienta hacia una obsesión sin fin. La mujer vestida de blanco me pasa su mano por la frente, bajo el pretexto de consolarme y sin embargo la siento como amenaza. 

Me vuelve a pasar su delicada mano sobre mi frente y esta vez me siento tranquilo. Escucho su dulce voz que al principio era inaccesible, amorfa, compleja. Ahora la siento angelical. Me dejo tocar por ella y los recuerdos recobran su normalidad en mi mente. Me remueve las gasas, las jeringas, me libera de esa enredadera.

Atravesando el espejo reaparece Ella, con sus enormes hombros, la imagen de criatura disfrazada de mujer cuya presencia de nuevo agrietaba el alivio de mi
huida.


Desorientado, con una incontrolable angustia, descubro que necesito del trago para poder sentirme bien, para aliviarme, siento OBSESION MENTAL POR INGERIRLO.


Bajo el pretexto de amistad, opto por acercarse a un grupo de poetas amigos que bajo el lema de vivir sobrio, proyectan la pasión de buscar el placer y la armonía.

En principio solo escucho rodeos de palabras, articulaciones complejas de palabras que no
modificaban la oscuridad de mi momento emocional crítico.

Contagiado del impulso de vida acepto este rincón romántico, abraso de palabras mi conciencia.

Una revelación maravillosa en el cristal, un estallido determina en mí un horizonte nuevo.

Los tonos tristes de mi alma, la espesa niebla obscura de la noche, tienen por fin su amanecer.

Asumo algo más que una promesa: el compromiso de cumplirla como enorme metáfora todos los días:

“La Pasión de vivir sobrio, proyectando la
inmortalidad en la poesía”.

Fue así como controlé por siempre los accesos de la enfermedad, mi desmoralización y sobre todo esa depresión que semanas antes me había hecho cortarme
las venas.

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