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jueves, 2 de julio de 2015

Caonabo Inmortal



José Enrique Méndez





El autor es poeta, escritor e investigador de la historia sanjuanera
El Caonabó que debemos en la memoria conservar


Haciendo acto de depuración de sus sentimientos, Apito descendió bajo tierra, penetró a través de la cúspide de la montaña, que acostumbraba echar lenguas de fuego por la boca. Consultaba los misterios que yacen en el ramaje oculto de los huesos, en la penúltima frase del ritual desnudo de los cerros y los sueños, escuchó como alerta, la enormidad de un grito sórdido, un alarido primitivo consagrado al poder lítico


El Seboruco fue el parto originario de ese grito que ordenaba la guerra

El alarido quedó grabado en la memoria primordial límpida
lascada en Sílex
La boca eterna de los dioses dijeron que para seguir viviendo
tenían que esconderse en la zona marrón cruda del tiempo
ocultos, camuflados de cima, de caverna

Aún no existía la distancia lúdica, el recuerdo, ni el pensamiento
la memoria no regresaba cargada
venían de la paciencia de ver la vida como un todo indivisible
lo demuestran las huellas encontradas en el polen fósil
de sensaciones que construyeron posterior a sus sentimientos

En las escarpadas cimas quedaron, casi invisibles
las crónicas de cimarrón ocultas en la memoria del Guayacán
en Seboruco

Las lenguas de fuego incitaron la niebla, asustaron la madrugada ocultaron el poderoso Guey
el humo mensajero galopó como estandarte
llevando un alerta al Atabey , transportando un Osama
la ordenanza de organizar a los Carib
la de participar con urgencias de un cambio
uniendo sus conocimientos  deberían asistir a enfrentar
el mal de mentiras  que desde la sombra visitaban estas tierras

Entonces obscureció el Turei
el valle Niti se estremeció por las señales emitidas
de los dioses ígneos
fue entonces cuando desde el centro de la isla
Cahonaboa, Caonabó, el Cacique de razonamiento sabio y el honor
 desató la visión, despertó su Ri y con atrevimiento desbordante
se rebeló,  cubrió su desnudez natural con tintes rojo de la bija
y el mangle, del negro de la jagua, atravesó la yucabia, la maraña
el bejucal, la tierra de piedras y montañas, los samanes y yabacoa
puso en pie de guerra a los suyos y marchó hacia el noroeste
en dirección de los venidos de tierra extraña
borrando así la última humillación
de la primera avanzada europea en tierras de América

Caonabó desentrañó el tiempo, hizo temblar la creación
había dejado degollada, ultrajada de muerte
 la conquista en el texto
como ángel triunfador recogió sus retoños
cargó en su odre caminos de luz entre siluetas repartidas

Regresó juntando la victoria en una sola voz
la victoria de su pueblo contra el conjuro de los salvajes vestidos
herida de hoz estaba su manto de piel
en sus pellejos llevaba aceite del ungido

A cada lado de la vida del río
curando estaba la imagen reducida
renovando su concha primitiva de cristal de vidrio pulido
desde entonces no fue más principio el tiempo
fueron memorias del mañana
 hojas de un ángel que resistió ser vencido


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