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lunes, 18 de enero de 2016

Recuperemos el campo





Roberto Rosado Fernández                                                                               Profesor UASD,  San Juan de la Maguana.    

   La vida en el campo no es posible sostenerla debido a que se ha perdido o reducido a la mínima expresión su modo tradicional de producción para sostenimiento de la familia y para conseguir algún recurso monetario para solucionar problemas del diario vivir.

   Ya los periodos de lluvia son impredecibles, no se puede sembrar en el tiempo acostumbrado debido a que la primavera ya no es primavera, más bien hay verano permanente. Si se logra sembrar algo se tiene la duda de obtener buena cosecha debido a la inconsistencia de la lluvia, a la carestía de los insumos para controlar las plagas y, si por casualidad se produce, no es posible venderla a buen precio, y, si se vende al estado hay que hacerle huelga para pagar la deuda contraída. Si se le vende al sector privado se la compran a menor precio y les engañan en la pesada.

   La crianza de animales ya no es posible, se ha abandonado por la falta de verdor para encontrar la alimentación de los mismos y para que los que sobrevivan vayan a parar a manos de los que, producto de las carencias, se apropian de estos como si fueran suyos.

   Los problemas medioambientales continúan debido a la falta de comprensión y de conciencia acerca de los mismos y del desarrollo sostenible para tomar medidas que garanticen la protección de las cuencas de los ríos, y, del sistema montañoso, forma adecuada para sostener el bosque que, a su vez, retiene las aguas que mantienen fresco el bosque y preserva el caudal de los ríos.

   Los créditos en los bancos, principalmente el agrícola, ya no se le otorgan por su incapacidad para el pago, porque la cosecha ya no es garantía para honrar la deuda contraída.
   La desolación es ya común provocando un éxodo tan pronunciado que no es posible incluirlo en las estadísticas porque a diario se le introduce una nueva variable, siempre negativa. 

   Los planes de los gobiernos, no están dirigidos a proteger el campo, mas bien, lo han empeorado, de tal manera que ya, los que quedan no conocen ni siquiera  sus ancestros.   Esto se ha ido acumulando con el tiempo provocando que el campesino venda su tierra, compre una motocicleta, se inicie en el moto concho y pase a engrosar los cinturones de miseria que caracterizan los barrios marginados que abundan en las ciudades. 

    En estos nuevos lugares son pasibles de ser sonsacados por las desviaciones que allí abundan y ser convertidos en seres de conducta cuestionable, perder la dignidad y manchar la imagen suya y de su familia.

    Son pasibles también de ser absorbidos por la política clientelar de los aspirantes, en tiempo de campaña electoral, a cargos congresuales y municipales creándole expectativas que se diluyen en el tiempo, obligándoles a vivir de dadivas o comprometerse con acciones ilícitas que le puede, con el tiempo, costar la  cárcel, el hospital y, hasta su propia vida.

    Todo cuanto planifican se le dificulta por las limitaciones de sus entradas, pues viven de lo que a diario pueden conseguir en infinitas actividades que realizan para subsistir y palear la situación.

    Aquellos que resisten la tentación de delinquir viven en la extrema pobreza, prefiriendo esta, antes que morir antes de la fecha, o pasarse el resto de su vida entre las cárceles y los hospitales y, al mismo tiempo, ganarse el repudio de su familia, su comunidad y el resto de la sociedad.

    En lo inmediato no se vislumbra solución adecuada a esta situación. La política gubernamental no está dirigida a la protección del campesino para  su permanencia en el campo. Sus planes aunque lo mencionan no pretenden recobrar la vida agrícola como clave del desarrollo, por ello no hay financiamiento a tiempo a través del Banco Agrícola, no hay asistencia técnica a los que aun siembran, provocando que solo puedan permanecer en el área los dueños de grandes porciones de terrenos adquiridas a precio de vaca muerta, obligados a vender por la miseria y la ausencia de una política gubernamental que les proteja y evite que esto suceda.
    De no unirse institucionalmente el campo, nos convertiremos en espectadores de una nueva población rural compuesta principalmente por nacionales haitianos visita inesperada que ha sustituido la presencia de sus verdaderos dueños.
    La unidad del campo ha de ser la tarea obligada si queremos por lo menos recobrar todo el verdor de los arboles, la sabana y el rio que en la juventud  fue nuestra principal diversión.

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