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lunes, 28 de mayo de 2018

AGUA DE MAYO EN TINAJA DE BARRO.-


Americo Valenzuela G
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Lo escuché más de una vez de boca de mi Madre, y de mis Abuelos, en una sola ocasión que yo recuerde realicé ese viaje-me acompañó mi pantaloncito corto y el tirapiedras- al antiguo poblado Sabana Yegua; mi madre tan solo con pensarlo era feliz porque una vez más en su vida tendría la oportunidad de volver a bañarse en el espejo liquido del charquito azul que había dejado atrás y que nunca más había vuelto a ver desde que se mudó a San Juan; en un principio, el Candado de la puerta de mi casa era una piedra colocada delante o detrás, y ya luego, pestillos y aldabas, y mi Madre había actuado poniendo la protección adecuada.
El Abuelo para forjar su familia había construido la casa de tablones, tanto la galería como la sala principal eran de madera preciosa labrada a puros golpes de hacha y roces de cepillos metálicos. En Sabana Yegua, él y ella, fueron longevos y felices aun sin conocer el dinero, pues vivieron a plenitud sin saber de escasez ni de enfermedad, ellos osaron atravesar y dejar como herencia para nosotros, huellas del otro lado de la frontera, sin las molestias del lodo en los pies, ambos fallecieron ya alejados de los torrentes, del otro lado del siglo, José Gabino y Fidelia, él murió a los 108 años, y ella, a los 106, fue durante un día tan lejano como el sol de oriente, para mí era feriado y alegre por los asuetos de mi escuela, pero recuerdo que ocurrió durante el mes de mayo, en ese tiempo el Yaque corría libre, tanto como el San Juan y como Rio Cuevas, y Rio Grande; en las márgenes del Guayabal mi madre-no viajaba sin mí ni siquiera a su trabajo- y yo esperamos largas horas hasta que su caudal bajara, llovió toda la noche, y mayo era de lluvias entero, y
aun así ella no se detuvo, íbamos montados hacia la casa de los abuelos, y había que pasar por Padre Las Casas para llegar a Sabana Yegua desde San Juan.
En aquel entonces los americanos no habían construido la Presa de Sabana Yegua, no existía el embalse que hoy ahoga ese pueblo, y las cuencas hidrográficas con sus bosques no habían sido devastadas.
José Gabino, mi abuelo, tenía su historia, y la contaba, era de poca carne, no le sobraba nada ni nada le faltaba, de cabellos crespos y siempre llevaba un sombrero de alas cortas decorado con el plumaje del ojo de pajuil, su nariz fina y aguileña, tremendamente educado y exageradamente respetuoso, fue de los hombres que conocieron la dignidad de las personas, hablaba con fluidez la lengua inglesa, y ya desde joven había actuado como polizón de barco, y vivido en Puerto Rico, y en otras Islas del Mar Caribe, era cocolo y negro como mi bisabuelo, refería un supuesto alzamiento guerrillero que había enraizado y anclado a sus padres en esa región, y conocía San Pedro, tenía su propio ingenio, su propio trapiche, y fabricaba para el comercio, azúcar , melao, y raspadura, además cosechaba y preparaba hojas de tabaco previamente secadas en habitaciones que actuaban como hornos, las empacaba unas sobre otras, y las envolvía en tallos de hojas de palmeras que posteriormente daba forma de cilindro, y sobre la superficie exterior del cilindro de tallos de hojas de palmeras que ya eran recipientes contentivos de las hojas secas del tabaco, pues mi Abuelo cubría de nudos transversales cual caracoles, toda esa superficie, utilizando sogas de cabuyas fuertemente amarradas, creando con estas largos cartuchos o túbanos, que luego vendía picado, pesados por libras, usados como cigarros pachuché.
El salió al encuentro. Al verlo, antes de entrar a la casa materna, mi madre hincó rodillas pidiendo bendiciones, y yo, siguiendo su ejemplo, hice por igual. Fue cuando ella desabrochó el brazier y extrajo de entre el seno y la tela, un paquetico hecho de hule, dentro del cual, había para él, pólvora y cabuyas para su escopeta.
La Abuela-de parpados grandes y caídos tenía en el rostro la apreciable felicidad del Buda- estaba en la Cocina, una casucha construida de tablas de palma y techada de guanos, dotada de un anafe de barro, que había en un patio enorme sin limitación ni fronteras de palizadas , alejándose del vapor y del humo de leña también vino al encuentro, y ante ella repetimos el mismo ritual de doblar rodillas, y más allá estaba la Letrina, una Olla inmensa de metal humedecida de lluvias, y el Molino o Trapiche, tres Maderos gruesos dotado cada uno de una rueda dentada que al girar rosándose se retransmiten el movimiento, se trata de una maquinaria de madera que trabaja como una correa de transmisión de movimientos, Tres Troncos Centrales unidos entre sí en la parte superior y en la baja, con tablas comunes, cada Madero posee una rueda dentada que roza con la dentadura de la rueda del Madero vecino, ruedas de doble engranaje formado por unos 15 dentellones de madera sobresalientes que al girar se tocaban entre si transmitiéndose mutuamente el movimiento mecánico o de dinámica giratoria, y una vara fina y larga pero firme atada al Madero del Centro-que se utiliza para llevar el primer movimiento al Tronco Central, esa vara se amarra a un asno, y cuando éste es arriado, cuando el animal comienza a caminar en torno a un circulo de dimensión limitada, gira el conjunto del engranaje- la caña dulce se introduce en toda el área de contacto entre los Maderos terminando exprimida, a su vez, el jugo va cayendo hacia recipientes menores colocados debajo de estos. El sumo de caña es llevado desde los
recipientes menores hasta la Caldera, a la gran Olla, al fuego, donde produce variados productos y subproductos de gran utilidad y valor comercial.
El sábado en la mañana acompañamos al Abuelo a la siembra de caña, era un campo de tallos amarillos, entre estas existía una zona inmensa de cañas en flor, y regresamos a su hogar con un caballo cargado de esta. Recuerdo que encendieron un fogón, el Abuelo colocó una olla grande llena de agua y trozos de caña sobre el fuego, y sobre la olla colocó una lata metálica de esas de aceite El Manisero, rajada en varios sitios de manera longitudinal. En poco tiempo se observaba el vapor saliendo por los costados y por el tope de esa lata, y un intenso olor a Clerén. No se cuánto tiempo hirvió la caña dentro de la olla, pero fue mucho, y ya en la tarde mi Madre y el Abuelo estaban con un colador de tela llenando varias botellas de alcohol. El destino final y el beneficiario directo fue mi Padre, Nanín Valenzuela.
Varios días después vi a mi Madre subir las maletas-fabricadas de cartón piedra fino cubierto con forro plástico hule color marrón, con 8 esquinas protegidas por piezas de hojalata clavadas remachadamente, y con correas de cuero y hebillas metálicas para el cierre- al lomo del Mulo, eran dos colocadas en ambos extremos del Animal, sobre estas ella puso seis sillas de guano y baitoa, dos pequeñas entre ellas, para sustituir en la casa, varias butacas desechadas de la Escuela, y el Cerón estaba lleno de dulces y de alcohol, de semillas de caña amarilla y cepas de plátano y de guineo, además el Mulo cargaba algunas gallinas colocadas fuera del Cerón pero boca abajo, amarradas por las patas, mi Tía Delia-ahora cuenta con 103 años de edad, mis tíos y primitos me subieron atrás, y al momento de despedirnos, ella que llevaba una tinaja de barro rojo entre las piernas, optó por entregármela. Y me dijo: Meco, de dejarla
caer y romper mejor muérete. Y yo entendí perfectamente ese lenguaje. Yo que la conocía y que sabía las consecuencias atenuantes.
En uno de los lados del charquito azul de Rio al Medio que tanto mi Madre añoraba, mi Abuela, la Tía Felicia-falleció a los 94 años- y Doña Matilde-mi Tía fallecida en Estados Unidos a la edad de 98 años-extrajo barro rojo húmedo, lo llevó a su casa, y pasó todo un día construyendo con sus propias manos, Tres Tinajas. Una de estas iba conmigo hacia San Juan. Varios años después, Doña Fidelia viajó a San Juan, y la primera pregunta que hizo en mi casa, fue sobre la Tinaja, verificando si aún existía, y si estaba en uso. Bueno, yo llegué a cumplir 18 años de edad, y al irme al extranjero dejé en mi casa, esa Tinaja de barro rojo intacta.
Cuando llegaba el Mes de Mayo, mi Madre ordenaba una limpieza de escobas y de manguera sobre el zinc del techo de su casa. Y llenaba su Tinaja de barro rojo con las aguas de la primera lluvia del Mes. Esa Tinaja fabricada por la Abuela, y otra Tinaja adquirida en el antiguo Mercado de la calle Independencia de San Juan. Porque era necesario mantener la tradición de los ancestros, ya que su Bisabuelo-quien murió a la edad de 116 años- le había dicho que aquel quien tomara agua de la primera lluvia del Mes de Mayo conservada en una Tinaja de barro rojo jamás enfermaría, jamás padecería calamidades, nunca conocería las miserias ni las necesidades, y que podría llevar su cuerpo hasta el otro lado de los siglos. Ella falleció a los 96. Que el agua de la mar sana todo tipo de enfermedad de la naturaleza humana.

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