Por: Víctor Manuel Caamaño
Era un apasible día sanjuanero, lo recuerdo muy soleado, yo tenía como seis o siete años y montaba un triciclo que me habían traído los Reyes Magos. No era un velocípido porque las tres ruedas eran grandes.
En ese día sanjuanero y pasado el medio día llegó el hielo a Macondo. Un gigantesco avión de dos motores, sobrevolaba el pueblo y todos dijeron que iba aterrizar. Ese anuncio produjo una estampida Ave. Anacaona arriba hacia el aeropuerto, recuerdo mucho ruido, mucho polvo y mucho humo.
Por supuesto yo decidí ir a ver el avión y en mi triciclo nuevo emprendí un largo viaje en medio de toda una corredera generalizada. Quien sabe cuantas veces pedalee pero llegué, me colé con mi triciclo entre todo el mundo y llegué como a 20 metros del avión y cuando más interesante estaba todo, alguien me capturó, me metió con todo y triciclo en un carro y me devolvieron a mi casa.
Recuerdo que fue un señor llamado Quin Marchena, la misma imagen de Don Quijote pero en bicicleta, no a caballo.
Asi terminó una de mis primeras aventuras.
Era un apasible día sanjuanero, lo recuerdo muy soleado, yo tenía como seis o siete años y montaba un triciclo que me habían traído los Reyes Magos. No era un velocípido porque las tres ruedas eran grandes.
En ese día sanjuanero y pasado el medio día llegó el hielo a Macondo. Un gigantesco avión de dos motores, sobrevolaba el pueblo y todos dijeron que iba aterrizar. Ese anuncio produjo una estampida Ave. Anacaona arriba hacia el aeropuerto, recuerdo mucho ruido, mucho polvo y mucho humo.
Por supuesto yo decidí ir a ver el avión y en mi triciclo nuevo emprendí un largo viaje en medio de toda una corredera generalizada. Quien sabe cuantas veces pedalee pero llegué, me colé con mi triciclo entre todo el mundo y llegué como a 20 metros del avión y cuando más interesante estaba todo, alguien me capturó, me metió con todo y triciclo en un carro y me devolvieron a mi casa.
Recuerdo que fue un señor llamado Quin Marchena, la misma imagen de Don Quijote pero en bicicleta, no a caballo.
Asi terminó una de mis primeras aventuras.
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