Veo a los hermanos sanjuaneros Ike Mendez, recordando y recreando las tradiciones taínas, y Américo Valenzuela escudriñando los mensajes gráficos dejados en las piedras y en las paredes de las cavernas y se que hay otras personas muy orgullosas y conscientes de la tradición que llevan en sus hombros.
Entre mis libros se encuentra la biografía novelada de Olivorio Mateo, escrita por una sanjuanera, Salvinia Valenzuela.
Yo, petromacorisano, estudioso de la cultura trisanguínea (taína, hispana y africana) del pueblo dominicano, veo a San Juan de la Maguana como el centro, el lugar por excelencia donde se expresan esas tres herencias que nos conforman.
Santo Domingo, nuestra capital, ha sido una ciudad alineada con las metrópolis. De allí salió el gobernador Ovando en 1503 para aplastar el reinado de la exquisita Anacaona, cuya fama como improvisadora de areitos se extendía a toda la isla. De allí partió el despoblador Osorio a impedir el comercio que no pagaba arbitrios y la entrada de opiniones religiosas que ponían en entredicho la religión de Roma.
De Santo Domingo partieron las directrices, invadida la patria, para la persecución y muerte de Olivorio Mateo, líder misterioso de un movimiento social que todavía nos asombra y, como si fuera poco, 40 años después repitieron la matanza en Palma Sola.
Ha llegado la hora del desagravio.
San Juan de la Maguana ha pagado con la sangre de sus hijos e hijas la expresión de una religión popular donde fluye generosa y rica nuestra pluralidad cultural. Donde se da, mejor que en ninguna otra actividad que yo recuerde, en síntesis enriquecedora, libérrima e indomeñable una muestra del país trinitario que debemos ser, asumidas nuestras herencias como tres caudales enriquecedores que nos nutren.
Hay que ir a San Juan de la Maguana (fíjense en el nombre hispano y taíno) y detenerse primero en el parque de su entrada, donde bajo un obelisco con una rosa de los vientos en su cúspide (la rosa náutica es símbolo de totalidad, de inclusión) se encuentra la efigie blanquesina de Juan, el que bautiza con agua, después de Jesús, el más grande maestro del cristianismo. Dicho sea de paso, durante años he querido saber de quién fue la idea de hacer coincidir en ese lugar esos símbolos tan poderosos. Símbolos que resuenan con nuestra querida plaza Rosa de los Vientos (en Santo Domingo) que alberga la Fuente-monumento a la Universalidad de la Cultura. Ven por donde va la cosa.
Del otro lado del mar, como mirándonos, también hay rosas de los vientos en Lisboa y en La Coruña.
Después de pararnos bajo el cántaro del Bautista, seguir al municipio de Juan de Herrera, donde se encuentra el batey gigante y circular de la antigua Maguana, donde reinó el fiero Caonabó acompañado de la Flor del Oro que hacía danzar a las doncellas al ritmo de los areitos que ella misma improvisaba,y caminar hasta el ídolo columnar que hoy se encuentra tumbado en su centro y desde allí girar la vista 360 grados recorriendo toda la periferia de ese orbe magnífico, de nuevo el símbolo de la totalidad en la figura de la circunferencia y finalmente, ir a la Maguana Arriba, ya en las estribaciones de la Cordillera Central, el antiguo Cibao o Yaque (la tierra grande), donde en la integración verdadera de las tres culturas, las cruces del calvario cristiano tienen el color azul de Atabeyra y el toque de los palos eleva los espíritus y llama a las deidades a que se presenten ante los hombres. Y el agua de Liborio, que luego será el río San Juan, que antes fue el río Neiva, nos invita al baño en el elemento por excelencia de nuestra isla, los mil ríos que vió Las Casas, los ríos desde donde la cultura taína impuso el baño diario a Occidente, como un regalo de sus alegres y sanas costumbres.
Muchas cosas más tiene San Juan, la tierra del valle alto, el granero del Sur, la capital del país trinitario.
Entre mis libros se encuentra la biografía novelada de Olivorio Mateo, escrita por una sanjuanera, Salvinia Valenzuela.
Yo, petromacorisano, estudioso de la cultura trisanguínea (taína, hispana y africana) del pueblo dominicano, veo a San Juan de la Maguana como el centro, el lugar por excelencia donde se expresan esas tres herencias que nos conforman.
Santo Domingo, nuestra capital, ha sido una ciudad alineada con las metrópolis. De allí salió el gobernador Ovando en 1503 para aplastar el reinado de la exquisita Anacaona, cuya fama como improvisadora de areitos se extendía a toda la isla. De allí partió el despoblador Osorio a impedir el comercio que no pagaba arbitrios y la entrada de opiniones religiosas que ponían en entredicho la religión de Roma.
De Santo Domingo partieron las directrices, invadida la patria, para la persecución y muerte de Olivorio Mateo, líder misterioso de un movimiento social que todavía nos asombra y, como si fuera poco, 40 años después repitieron la matanza en Palma Sola.
Ha llegado la hora del desagravio.
San Juan de la Maguana ha pagado con la sangre de sus hijos e hijas la expresión de una religión popular donde fluye generosa y rica nuestra pluralidad cultural. Donde se da, mejor que en ninguna otra actividad que yo recuerde, en síntesis enriquecedora, libérrima e indomeñable una muestra del país trinitario que debemos ser, asumidas nuestras herencias como tres caudales enriquecedores que nos nutren.
Hay que ir a San Juan de la Maguana (fíjense en el nombre hispano y taíno) y detenerse primero en el parque de su entrada, donde bajo un obelisco con una rosa de los vientos en su cúspide (la rosa náutica es símbolo de totalidad, de inclusión) se encuentra la efigie blanquesina de Juan, el que bautiza con agua, después de Jesús, el más grande maestro del cristianismo. Dicho sea de paso, durante años he querido saber de quién fue la idea de hacer coincidir en ese lugar esos símbolos tan poderosos. Símbolos que resuenan con nuestra querida plaza Rosa de los Vientos (en Santo Domingo) que alberga la Fuente-monumento a la Universalidad de la Cultura. Ven por donde va la cosa.
Del otro lado del mar, como mirándonos, también hay rosas de los vientos en Lisboa y en La Coruña.
Después de pararnos bajo el cántaro del Bautista, seguir al municipio de Juan de Herrera, donde se encuentra el batey gigante y circular de la antigua Maguana, donde reinó el fiero Caonabó acompañado de la Flor del Oro que hacía danzar a las doncellas al ritmo de los areitos que ella misma improvisaba,y caminar hasta el ídolo columnar que hoy se encuentra tumbado en su centro y desde allí girar la vista 360 grados recorriendo toda la periferia de ese orbe magnífico, de nuevo el símbolo de la totalidad en la figura de la circunferencia y finalmente, ir a la Maguana Arriba, ya en las estribaciones de la Cordillera Central, el antiguo Cibao o Yaque (la tierra grande), donde en la integración verdadera de las tres culturas, las cruces del calvario cristiano tienen el color azul de Atabeyra y el toque de los palos eleva los espíritus y llama a las deidades a que se presenten ante los hombres. Y el agua de Liborio, que luego será el río San Juan, que antes fue el río Neiva, nos invita al baño en el elemento por excelencia de nuestra isla, los mil ríos que vió Las Casas, los ríos desde donde la cultura taína impuso el baño diario a Occidente, como un regalo de sus alegres y sanas costumbres.
Muchas cosas más tiene San Juan, la tierra del valle alto, el granero del Sur, la capital del país trinitario.
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