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viernes, 13 de marzo de 2009

Tres días de grima-Relato



José Enrique Méndez Díaz

Cada una de las acciones demenciales del dictador contaba con las manos ensangrentadas del general. La gesta miserable del caudillo disponía del guardián de la frontera, contaba con el persecutor de “bandidos, gavilleros y asaltantes de caminos”.

En nombre de mantener la tradición y las buenas costumbres, José María Alcántara, oriundo del sur profundo dominicano, ejecutaba las órdenes del dictador. Con crudeza y espanto auspiciaban la traumática degradación general del carácter de los hombres y mujeres del país.

Degradación que llevó a Gabriela Mistral decir: “Estas pobres gentes del siglo, están muertas/de una laxitud, de un miedo, de un frío”.

La voz varonil del general, era sello grotesco, geología autoritaria intimidadora, desgarradora, disolvente.

Los mártires de la intolerancia eran desde indigentes hombres y mujeres desempleados, los cuales eran encarcelados y sometidos a trabajos forzados en los campos tenebrosos, dedicados en la ciudad de Azua al cultivo del Sisal, hasta humildes trabajadores agrícolas acusados de consumir “Clerén” o contrabandearlo en la frontera.

Vasta recordar las narraciones que hoy nos cuentan como deliberadamente el General Alcántara ahorcó con sus propias manos a la señora Adela Rodríguez, la hizo arrastrar por todo el pueblo sobre un yaguacil, colgándola con una cuerda pasada alrededor del cuello en una mata de Guásuma. Nos cuentan que; más adelante aparecieron otros cuerpos pisados por el cuello, pertenecientes al Sr. Adolfo, y el del apodado “Tinto”.

Ante esta situación los hombres y mujeres que habitaban el caserío de palmas y canas del paraje “El Ranchito”, no pudieron vencer el sopor a muerte que emanaban de los montes, sintieron aprensión.

Era la mano poderosa del guardián, del caudillo, del generalísimo, del roble poderoso que desafiaba los rayos...

Ante el espanto nocturno del cazador que destruía y ejecutaba con su lazo, provocando mortandad, sobrevino el silencio sobrecogedor, el miedo infructuoso y galopante.

Todo el trayecto desde “Matayaya” hasta el poblado “El Ranchito”, fue sembrado de cadáveres de supuestos contrabandistas de Clerén., entre el Poblado de “Los Jobos” y El Ranchito, aparecieron ahorcados Blas Rodríguez y Manuel Ledesma., todos aparecieron colgando de altas matas de bayahondas blancas.

Los cuerpos de los muertos permanecieron colgados durante tres días de grima, provocando horror colectivo en las poblaciones cercanas. Estos días fueron jornadas de terror angustias y represión.

Todos comentaban que el General Alcántara”, hizo ahorcar a los jefes de los contrabandos de alcohol, Clerén y Barbacout que operaban desde aquel lado del río “Yacagueque” en puntos estratégicos ubicados en todo el trayecto hacia el poblado de Bánica.

La orden no salió de la Fortaleza de Matayaya, ni tampoco del puesto Militar dominicano ubicado en Santa Cruz. Provino del general Alcántara, quien ocupaba el puesto de jefe de guardia en San Juan de la Maguana.

El Lazo de la muerte del General amedrentó los pueblos del sur de la República Dominicana durante el régimen del dictador Trujillo, quien guardó silencio, auspició el encubrimiento y complicidad con el terror sanguinario de este funesto General.

Ningún tribunal juzgó las agresiones y crímenes perpetrados por el General José María Alcántara

Llenó de espanto la sierra, de voces de muertos las plantaciones del Sisal

Fiero guardián de fronteras, fina bestia, vestida de general

Reglamentó la tortura, la horca, el atropello, la masacre criminal



Estruendoso fantasma

Maleficio

Súcubo de la sombra y el tribunal militar.

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