Juan Tobías León Ortega
I
Pensar que sólo fue ayer cuando nos mirábamos, y tus ojos parpadeaban ante la inclemencia de mis retinas, tu sonrisa amena, tu semblante rozado resplandecía en la primavera impregnada de mariposas.Era lo nuestro sereno, tierno, en el vacío del crepúsculo, intenso como el rayo que cae en la lluvia copiosa, solo nuestro el alba, solo nuestro el cielo, solo nuestro los sueños, solo nuestro la vida.
Nada fue posible, la luz divina brilló en otras latitudes, dejándonos huérfanos en el deseo de amar. No fue tu culpa ni la mía, cuando la fuerza de los arco iris desvanecen al atardecer, Cupido duerme un sueño de lejanía intensa.
Una barrera cruel se interpuso, el polen de tu rosa enamorada no pudo sintetizar el néctar del paraíso sublime donde sólo las almas nobles se juntan sin un adiós, sombra amarga que cubrió nuestro nido de amor, que con su manto de olvido cercenó la letanía de lo eterno, hasta suspenderlo en espacio y tiempo.
II
Nubes cargadas de agrura, un sol sin irradiación, nuestras vidas, opacadas por ondas paralelas sin ni siquiera una migaja de compasión de la vida misma, sueños olvidados en noches lejanas junto a la nostalgia callejera de tus recuerdos juveniles.
Tus ojos de miel navegando lejanía crepúsculo abierto, horizonte sin rumbo, mi alma confundida orgullosa, te buscaban como espejos atormentados, no sabía mi pensamiento de tu presencia, sólo el espíritu bohémico de la magia incrustada del amor imperecedero sobrevivía al embate de la máquina del tiempo.
Tu presencia hubiera desvanecido la lucha de contrarios en el purgatorio de almas incongruentes, lo nuestro se extravió en el espacio y en el tiempo, pero la ilusión como luz divina que hipnotiza los sonidos auriculares quejidos mortificadores de almas enamoradas, reconstruye un ciclo armonioso para siempre.
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