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sábado, 8 de enero de 2011

1958 en San Juan de la Maguana






José Enrique Méndez Díaz

Corría el año 1958 en San Juan de la Maguana, situado en el sur de la isla de Santo Domingo.
La naturaleza descubría sus encantos: los verdes pastos empezaban a negar las tierras áridas de la región, dejaban atrás las bayahondas; aparecía la tierra fértil con sus ornamentales siembras de granos.
Galopes de caballos
La alborada
La niebla matinal
Las Cayenas,
El canto alegre del Barrancolí

Detrás de los aplanamientos, imponente, como marcando frontera el torrente del caudaloso río “Yaque del Sur”, con su carga emotiva de vida.

Con juego incesante, más adelante, danzando, un afluente, las cristalinas aguas del río “Mijo”.
Por fin el valle, su llanura perfecta, dejando atrás el macizo de las ramificaciones de la Cordillera Central.

La ciudad vigorosa aparece con sus pesadas edificaciones y con el corte clásico de sus plazas y monumentos. Sus plazoletas y edificaciones institucionales, construidas para la exaltación del YO, del Tirano gobernante.

El Arco de Triunfo construido en el año de 1957 por Trujillo...De ahí el nombre oficial de “Provincia Benefactor” en honor a quien se hace llamar generalísimo Dr. Leonidas Trujillo Molina, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva.

¡El Parque!
! Mierda que belleza de Parque!
Estaba llenísimo de árboles


Cada día este Parque Sánchez repetía su impronta: imponentes Matas de Laureles; en su centro la glorieta; cada banco del frío mármol contenía en sus espaldas el nombre de un benefactor que lo había donado.
Todas las casas eran de Pedro J. Heyaime. Pasaban de 100 casas y ranchetas.

Como patriarcas, una carrera de limpiabotas formalmente uniformados con color azul marino y gorro negro, ocupaban sus privilegiados puestos oficiales en los bancos que daban frente a la Calle Presidente Trujillo. Eran propietarios del puesto, pues pagaban placas, permiso oficial para ejercer la tarea de limpiabotas.
Rafael el policía asignado, era encargado para controlar que los jóvenes improvisados limpiabotas, aquellos que no pagaban su derecho, pudieran ejercer el oficio en el parque.
De pronto se escuchó el rumor: Onelio, un joven limpiabotas, forastero, había herido con un puntiagudo punzón a Sesé (Chochueca). Chochueca defendia su “legitimo derecho” de limpiabotas oficial, trataba de sacar a Onelio, quien a precio más barato limpiaba, de manera clandestina, en el interior del Parque.
Así eran las contiendas de los pobres de la ciudad de ayer, contiendas de desamparados; pero habían otras, aquellas que eran por el control de la localidad.
Sobieski nos contaba: Antes la Capilla de San Francisco era lo último: detrás de ella empezaban los grandes arrozales, las fincas de los terratenientes sanjuaneros; eran los mismos señores que ocupaban los cargos de síndicos, gobernadores, Presidentes del Ayuntamiento o de cualquier Club tradicional; eran los abogados que administraban justicia, eran médicos que estaban encargados de la salud de los campesinos (y de todos) y terminaban con tierras; eran los generales del post-trujillismo refugiados en San Juan, eran los escasos burócratas que vivían asociados como parásito a estas gentes, eran comerciantes agiotistas y aprovechadores que terminaban quedándose con la tierra arrendadas por la fuerza de la desprotección estatal
-Detrás de la Capilla de San Francisco, donde dábamos Misa a las gentes, empezaban las tierras mal habidas, cuya propiedad bendecían los Curas en sus misas.
Cuanto había cambiado para entonces la ciudad, recordábamos junto al amigo Tobías de León, la época de aquel guayaberudo de las comparsas, llamado Turpiales, con su muñeco al hombro, bailando entre la multitud; Víctor Darío Feliz (TURPIALE), quien llegó a ser como folklorista “la figura más atractiva de San Juan y parte del sur”, llevando con riqueza de movimientos en sus bailes alegría y diversión en todo el cuerpo, mientras caminaba en enormes zancos a una altura exagerada, durante veinte años consecutivos. Como se la ingeniaba abriéndose paso, pidiendo propinas o tragos de ron. Quizás su costumbre fue parte de los isleños de las posesiones británicas o Francesas del Caribe como el baile de los Guloyas o a lo mejor era algo proveniente de Haití como el Gagá.
Recordemos como danzaban disfrazados

“El mejor Restaurant –el de los chinos
-El mejor Restaurant –el de los chinos
-Roba la gallina, palo con ella,
Roba la gallina, palo con ella.

Sonaba la comparsa al compás del coro. Celebrábamos con motivo del 27 de Febrero las fiestas con motivo de la independencia nacional.
¿Dibujaba Turpiales al sanjuanero, su perfil, aquello de que: “el sanjuanero nunca tiene mala cara”?
Pero esa alegría inconsciente, era pasajera, obligados la mezclaban con otra alegría, con frases impuestas, frases políticas del jefe

! Viva Trujillo! ese gran caudillo, jefe de la nación.

Si que nos daba miedo este Trujillo
Todos sentíamos miedo.


Recuerdo como crecía el miedo
Era los tiempos de esa interminable lucha entre la tiranía y la naciente democracia
Los diminutos carros escarabajos, llamado cepillos, peinaban las calles. La marcha lenta de estos vehículos desarrollaba subjetividad desencadenante, alta dosis de terror estresante.
El soporte informativo del régimen estaba en crecimiento, los nuevos agentes traían como misión abrir una oficina regional que facilitara procesar las informaciones a la vez que reclutaban nuevos informantes, leales, guapos.
El inteligente profesor de gimnasia había desaparecido. Se rumoraba que la desaparición de Claudio de los Santos, era un aviso de la suerte que correrían quienes se atreviesen a confrontar al régimen, anunciaba que una fuerza de choque controlaría desde entonces las calles de la ciudad.

En San Juan de la Maguana, el miedo se apoderó de la gente,
Todos aprendieron a callar, a borrar de la memoria, a conocer el olvido.
Callaron los grupos sociales, la iglesia, la prensa, los profesionales, los intelectuales.
Pero un poeta, un poeta solitario, embriagado de amor a la libertad, solo
él fue capaz de romper el miedo, en efecto Fello Méndez, con su figura quijotesca, con sus locuras se atrevía a confrontar el régimen hablaba en contra del tirano.

Con rabia una noche exclamó:

-Murió Jorge Negrete de un dolor del corazón
Murió Pedro Infante de un accidente de avión
Y ese maldito Trujillo no lo mata ni un ciclón.

Todos abandonaron el Parque
Corrió el rumor de la osadía del poeta y sin concluir la película, aquella noche, todos abandonaron la sala del Teatro Antonieta.

De nuevo el miedo...

Hasta los locos del pueblo temían del régimen.
Millo, aquel temido loco, fumando tabaco hecho de andullos, con ojos abortados de lujuria, alejado de toda contienda, recorría la ciudad, procurando complacer en cada patio, en cada cocina su insaciable hambre.
Era un loco distinto, un loco que había conocido la capital, había estado recluido en el Hospital psiquiátrico, “el 28”; allí conoció a muchos, algunos viejos revolucionarios, enfermos mentales, paranoicos, que deterioraron su salud mental por miedo al terror del régimen.
A pocos fue capaz de contarnos sobre estos políticos locos, que conoció en el manicomio; prefería hablar de aquellas que cortaban sus vellos del pubis, para fabricar con ellos cigarros o de tantas otras que llegó a embarazar con su poderosa virilidad.

Miguelito, si Miguelito el loco, aquel que soñó ser de por vida informante y que con gracias exhibía atuendos policiales, macanas, gorras, etc.
A éste también llegó la gente a temer.

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