Autor: E. O. Garrido Puello
Se casó el difunto
Es costumbre muy generalizada en los campos de la República, de procrear familia sin que a los padres los liguen los sagrados vínculos matrimoniales. En el argot popular eso se llama casarse por detrás de la puerta. La unión es algunas veces legalizada, si la enfermedad lo permite, al fallecimiento de uno de los concubinos. Esta costumbre, muy deplorable, es origen de muchos conflictos familiares y de no pocas y lamentables tragedias.
En un campo de San Juan de la Maguana, que no hace falta mencionar, había un viejo, un poco acomodado en sus bienes de fortuna, empecinado en mantener su soltería. Los hijos, todos mayores, ansiaban, no tanto por afecto como por interés material, la consumación del matrimonio. Iba de por medio la herencia, que ellos habían ayudado acrecentar con su trabajo. Por experiencia sabían, por muchos casos conocidos, que la parentela del difunto se lleva hasta la leña de la cocina. Ya a una vecina la habían dejado en la indigencia.
Una mañana, para aumentar la inquietud de la familia, el viejo amaneció quebrantado. El hijo mayor resolvió un viaje al pueblo para consultar a su amigo Pancho Valdés, práctico en chismes campesinos y consejero legal de su familia. Pancho Valdés, que no era hombre para atascarse en menudencias, pesó rápidamente la situación y comprendió la necesidad de una actuación fulminante. Vio al Oficial Civil de la época, funcionario de figura borrosa, cándido y opaco a fuerza de inútil, y lo arrastró consigo rumbo al caserío donde tuvieron lugar los acontecimientos que estoy relatando.
Mientras funcionario y acompañantes caminaban, jinetes en otros tantos rocinantes, otro de los hijos del viejo los alcanzó y llamando aparte al hermano, le rumoró al oído una espantable noticia. Enterado Pancho Valdés, contestó sonriendo que el caso estaba previsto.
Trazó planes, cursó órdenes e hizo a los hermanos adelantarse, vanguardia de una maniobra genial con las definitivas instrucciones aplicables al imprevisto caso.
Cuando el Oficial Civil descolgó su beatísima humanidad había serenidad en el rancho. Invitado a la habitación del enfermo, contempló bonachonamente el cuadro que se le presentaba a la mortecina luz de un sol poniente: dos mujeres llorosas, tres jóvenes inquietas y detrás su eminencia gris, el servicial Pancho Valdés. Abre el libro, da lectura al acta y los documentos anejos, toma los juramentos de rigor y consuma el codiciado matrimonio. Luego rumbo nuevamente al pueblo lejano.
Hasta aquí la historia carece de interés. Es una historia como cualquiera otra. Pero si ponen atención al desenlace quizás se encuentre en este drama familiar, no gracia, porque parece no tenerla, sino la íntima tragedia de muchas familias dominicanas.
Mientras se tomaban las disposiciones anotadas, el viejo tuvo la ocurrencia de morirse. la noticia comunicada quedamente al oído del hermano mayor. Pancho Valdés no era hombre para dejarse defraudar por un viejo terco, terquedad demostrada hasta para morirse cuando no hacía falta hacerlo. Él había ofrecido casar al viejo y tenía que casarlo aunque fuera difunto.
Ocultó la noticia al Oficial Civil, dispuso que el cadáver fuera vuelto hacia el seto; ordenó la introducción del hermano mayor debajo de la cama para que contestara por el difunto en el momento preciso y recomendó cerrar el aposento al público. Ya esa providencia había sido tomada por los astutos familiares. Así las cosas, la llegada del Oficial Civil fue acogida con tristeza, pero sin demostrar inquietud, de manera de no inspirar su desconfianza, aunque era muy problemática que se despertara, dada su manuable manera de ser. Cuando el Oficial Civil preguntó al supuesto enfermo si aceptaba por esposa a la concubina, alguien contestó que sí: era el hijo mayor desde su escondite. Terminada la ceremonia, después de llenados los requisitos de ley, un trueno sordo anunció el fallecimiento: eran los desconsolados gritos de familiares y amigos. En medio de lágrimas y sollozos, una voz dijo:
—El viejo sólo esperaba el matrimonio para pasar a mejor vida. Así se hace.
¿Fue sarcasmo o convicción la que inspiró la voz? ¡Quién sabe!
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