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domingo, 9 de enero de 2011

Una Orgía de sangre en la tierra de Trujillo



Con cariño para Angela Méndez hija de Prin Ramírez


El asesinato de Nizao y la matanza de El Número. – El tétrico relato de un superviviente. – Un general trujillista, jefe de forajidos del régimen –Cómo ha sido posible describir la maquinaria de terror de la tiranía. – Escenas dantescas de crueldad inaudita.

Por: Juan Bosch

Desde su lecho de hospital en una ciudad de provincias, un joven malherido y quemado, con el alma espantada por el terror pero el corazón templado por la lealtad, iluminó con un relato dantesco la tenebrosa cueva del trujillismo. Ese joven, chofer de camión, logró sobrevivir al abominable crimen de Nizao y a la matanza de El Número, perpretados el primero de junio de este año por el jefe de la aviación dominicana a instancias de su amo y señor, el dictador Rafael L. Trujillo. Asesinado inmediatamente después de haber hecho su macabra historia, Juan Rosario, de 21 años, murió con el triste privilegio de haber sido el único hombre que en veinte años de horrendos crímenes testimonió letra a letra su experiencia. Por primera vez a lo largo del trujillato, una persona supervivía el tiempo necesario para denunciar los métodos con que la maquinaria de terror del tirano ha estado exterminando a los dominicanos y paralizando de miedo a su desamparado pueblo.

El Tigre Ronda en la Sombra:

En la tarde del primero de junio, Juan Rosario atendía a la carga del camión que manejaba, el “ International” placa Núm. 9754, propiedad de Porfirio Ramírez Alcántara, “ su patrón”, según decía. Con cierta prevención, el chofer vió pasar por allí, varias veces, a Augusto María Ferrando, excapitán del Ejército, y recordó que tres días antes ese mismo Ferrando había suplicado a Ramírez Alcántara que lo condujera en su camión, pues se había quedado a pie en el entronque de dos carreteras.

Porfirio Ramírez Alcántara era comerciante, con establecimientos puestos en San Juan de la Maguana, en el sur del país, y en la Capital; desde su almacén de la Capital iba a salir al anochecer de ese día hacia San Juan, con doscientos quintales de harina, un chofer de reemplazo y tres peones; de manera que irían seis hombres en total, a menos que el tal Ferrando pidiera que lo llevaran de nuevo, en cuyo caso serían siete. Pero Ferrando desapareció a poco. En lugar suyo un hombre y una mujer de pueblo suplicaron al dueño que los dejara ir con él. Así, cuando el camión inició su partida, eran ocho los que salían hacía el sur, en un viaje llamado a terminar en la muerte. Ferrando no iba; Ferrando estaba allí cumpliendo su papel de “ chequeador”, como lo había cumplido tres días antes, cuando pidió un puesto en el vehículo con el encargado expreso de conocer desde adentro los movimientos del dueño. Ferrando era la mirada del tigre, que rondaba en las sombras.

Cuatro y medio kilómetros después de haber dejado la ciudad, el “ International” placa Núm. 9754 se detuvo en el puesto de guardia conocido por El Escuadrón. Allí como en todos los puestos similares a lo largo de las carreteras del país, el propietario dió los nombres de las personas que viajaban con él, él número de cédula de identidad de cada uno, marca, placa, capacidad y carga. Ya iba a reanudar viaje, cuando el sargento le pidió que llevara a ocho soldados que debían llegar esa noche a Nizao, un río que cruza entre las ciudades de San Cristóbal y Baní. Los soldados no portaban armas largas, cosa de tomarse en cuenta.

Juan Rosario la tomó, como tomó nota también de la salida de un

“comando”, que se adelantó dos o tres minutos al camión y partió en las sombras de la noche en dirección Sur. En la oscuridad, el
“comando” no se había dejado ver antes. El chofer llamó la atención del patrón. Los dos ignoraban que, tanto como Ferrando, ese vehículo era el tigre que rondaba en la noche.

“ El Patrón Luchaba como un León”

En la entrada del puente de Nizao el “International” se detuvo porque había que comprar el boleto para el cruce, y Ramírez Alcántara recordó a los soldados que debían bajarse, puesto que habían llegado a su destino. “No es aquí; es en la entrada del poblado”, respondió uno por todos. Allí era la criminal cita. Al frenar para dejar en tierra a los ocho soldados, vieron de pronto el “comando” en las sombras

-¡ Muchachos, pie a tierra que estos bandidos nos han puesto una emboscada! - gritó Porfirio Ramírez.

En medio de la noche había distinguido uniformes de oficiales que portaban palos, y los había visto caminar sobre él con el paso aterrador de los felinos. Allí estaban Federico Fiallo, general de brigada y jefe de la aviación; los capitanes Alcántara y Almanzar, del Ejército, y con ellos el excapitán Augusto María Ferrando, el cobarde de “chequeador”. Acercándose a Ramírez Alcántara, el general Fiallo preguntó”

-“¿ Me conoces?”

Ciego de cólera, y seguro de que su hora final había llegado, Porfirio Ramírez, un hombrón de más de doscientas libras, de casi seis pies, valiente hasta la temeridad, respondió:

-¿Cómo no te voy a conocer, asesino?- y agregó de inmediato:

-¿ Es así que matan ustedes a hombres machos?

Federico Fiallo, ejecutor de mil crímenes, no esperaba semejante reacción. Tal vez por eso no atacó antes. Con la rapidez de la centella, Porfirio Ramírez saltó sobre él y le pegó en la quijada; y cuando el orondo general de brigada rodaba por tierra, mientras los soldados encañonaban a choferes, peones y acompañantes, avanzaron los oficiales con los palos en alto. Uno de ellos se lanzó sobre Ramírez. Pero Ramírez le arrebató el tronco y de un solo golpe lo dejó muerto. Dos oficiales más cayeron, abatidos por el brazo vigoroso de aquel hombre que defendía su vida con la fiereza de un héroe.

-El patrón luchaba como un león, doctor – relataba al doctor Víctor Manuel Ramírez hermano de la víctima, horas después, el chofer Juan Rosario.

Porque era un león lo asesinaron. Desde tierra, magullado, humillado por el puño de Porfirio Ramírez, el general Fiallo ordenó que le dispararan. A los tiros cayó el bravo. Con la vehemencia de los saqueadores, antes aún de pensar en recoger los cadáveres de los oficiales muertos a palos de Ramírez, Fiallo y sus soldados se lanzaron a registrar los bolsillos de Ramírez, de donde extrajeron poco más de dos mil dólares; después arrastraron el cuerpo hasta un bosquecillo cercano.

La matanza de los Testigos:

Muerto Porfirio Ramírez Alcántara, cuyo imperdonable delito era ser hermano del general Miguel Angel Ramírez, -el hombre que dirigió en Costa Rica la batalla de San Isidro del General y batió allí a las fuerzas combinadas de la guardia nacional nicaragüense y del partido comunista centroamericano-, quedaban vivos siete testigos de la macabra acción dirigida por el jefe de la aviación trujillista: dos choferes, tres peones, un hombre y una mujer del pueblo.

“ Entonces—contaban en el umbral de la muerte Juan Rosario al atribulado hermano de Ramírez Alcántara - - Fiallo dió órdenes al jefe de los soldados que nosotros mismos habíamos transportados, para que se pusiera a manejar el camión y nos llevara al lugar que ellos sabían”

Ese lugar era El Número, vertiginosa curva en la ladera de las montañas, a cincuenta y cuatro kilómetros del sitio donde quedaba el cadáver de Porfirio Ramírez. Allí había otro “comando”, y, armados de palos, numerosos soldados y oficiales, entre los cuales el chofer Juan Rosario reconoció al capitán Almonte Mayer, al teniente Almánzar, al sargento de la policía nacional Alejandro Méndez, llamado a ser la última víctima del siniestro complot, y a un policía nombrado Horacio. A las Conminatorias voces de los asesinos, los aterrorizados del camión descendieron. Pero no se entregaron sin luchar. “Nos mataban a palos como si fuéramos fieras malas, doctor”, contaba Rosario. Y relató que él vió a la mujer pedir misericordia de rodillas, y caer después con el cráneo destrozado a resultas de un terrible garrotazo; que vió a uno de los peones saltar enloquecido al abismo, tras haber recibido un feroz golpe en la frente.

Tendido allí, como muerto entre los cadáveres, Juan Rosario advirtió que los tomaban uno a uno, los metían en el camión, descargaban el tanque auxiliar de gasolina que llevaban en todos sus viajes, regaban la gasolina sobre los cuerpos y en todo el vehículo, le pegaban fuego y luego empujaban el International hacia el derriscadero. El camión fue cayendo, envueltos en llamas; pero los troncos y los grandes pedruscos lo pararon cuando apenas llevaban veinticinco metros barranco abajo. Vivo y consciente, el chofer Juan Rosario sentía el fuego quemándole las carnes; y no lanzaban un quejido porque sabía que si los monstruos que desde el filo del abismo esperaban que todo quedara consumido por las llamas le oían, iban a rematarlo a tiros. Aunque era parte del complot no disparar, para que no se oyeran las detonaciones, lo harían en última instancia, como lo hicieron en Nizao cuando comprendieron que sólo a fuerza de balas podían liquidar al

“patron”. Así, Juan Rosario prefirió el fuego. Y cuando oyó a los criminales alejarse, se arrastró como pudo, abandonó el humeante montón de hierros y cadáveres y se lanzó a cortar monte, camino de la salvación.

Ese muchacho de 21 años, hombre de pueblo, que tenía en el pecho un corazón de roca, aprovechaba el fúnebre privilegio de superviviente de los millares de crímenes con que Trujillo ha aterrado al país. Antes de ser rematado en el hospital de Baní pocas horas después, su voz apasionada de indignación y de hombría iba a alumbrar la cueva siniestra del trujillato. Por esa voz iba a conocerse pieza a pieza el engranaje de asesinatos y despojos que ha puesto a funcionar la tiranía.

Los Conjurados de la Dignidad:

En la mañana del dos de junio, el doctor Víctor Manuel Ramírez Alcántara, médico que ejercía en San Juan de la Maguana, recibió una llamada telefónica. Un amigo le avisaba que el Cónsul de Suecia, en viaje desde la Capital, acababa de informarle que en la curva de El Número había un camión, el cual ardía con sus ocupantes todavía en la mañana; según el Cónsul, gente del lugar afirmaba que el camión era propiedad de un señor Ramírez de San Juan. El doctor Ramírez Alcántara no había colgado aún el teléfono cuando ya estaba pensando salir hacia El Número. Cuando llegó allí el “International” ardiendo veinticinco metros abajo, en los abismos. Quiso lanzarse en pos de los cadáveres, siquiera; pero tres soldados, un fiscal y un juez se lo impidieron. La indignación cundía entre los campesinos que presenciaban la escena. Uno de ellos se acercó al médico.

-Dicen que en Baní hay un herido. Vaya a verlo, porque a su hermano lo asesinaron éstos -dijo señalando hacia los soldados.

Una hora después, el doctor Ramírez Alcántara estaba en el hospital de Baní, la ciudad donde el buen destino de Cuba quiso que naciera su libertador. Valiéndose de toda suerte de argucias, se acercó al herido. Era Juan Rosario, malamente golpeado en la cabeza, quemado y pálido de angustia.

-¡Doctor, anoche mataron al patrón! -dijo el muchacho.

Y tratando que no le oyeran las enfermeras, hizo el tremendo relato del espantoso crimen de Nizao. No olvidó un detalle. El sabía que estaba condenado a muerte, y no precisamente por sus heridas, pues el doctor Ramírez Alcántara calculó que podía curar en cuarenta días, sino porque la bárbara cuadrilla que Trujillo mandó a la masacre volvería por él. El grave error tenía que ser subsanado cuanto antes. Lo fue. Dos horas después, Juan Rosario sería ultimado en la misma cama donde hizo la trágica denuncia.

Y con ella, el médico volvió a Nizao en busca del cadáver de su hermano. No estaba, aunque se veían por allí charcos de sangre. Un viejo campesino le contó que en la alta noche había oído tiros y que un nieto suyo había visto al amanecer el cuerpo de un hombre. Estando allí oyó referir que en las cercanías de Baní enterraban un hombre. Corrió allá; pero el muerto no era su hermano, sino el peón que al golpe del madero con que se le asesinaba había saltado al fondo del abismo, en un grotesco y terrible salto mortal.

Por donde se moviera, el médico hallaba gente de pueblo acumulando detalles. Había en medio del terror una conjura, la de la dignidad; y anónimamente todo el que podía se enrolaba en ella. Nadie quería que por cobardía suya quedara en las sobras la triste hazaña del tirano. El último en formar fila entre los conjurados de la dignidad fue el sargento Alejandro Méndez. Llegó a la consulta del doctor Ramírez y contó su tortura: él había participado en el crimen, aunque no a conciencia. Estando en su puesto en San Juan, a prima noche del jueves día primero, había recibido órdenes de hacerse acompañar de un policía y trasladarse en un “ comando” al lugar que se le indicara. El “comando” pasó a recogerlo; iban montándolo el Capitán Almonte Mayer, el teniente José de las Cruz Almánzar y varios números. Ya en El Número, se detuvieron a esperar, hasta que asomó por la curva el camión que poco antes había sido el instrumento de trabajo de Porfirio Ramírez.

-Su hermano no estaba en él, doctor; lo habían matado en Nizao, según dijeron después los soldados que venían en el camión. Nos dieron orden de asesinar a los peones, a los choferes, a una pobre mujer... A usted van a matarlo también. Cambie de aposento, porque lo vigilan.

En la cueva del Monstruo:

En Santo Domingo es tradicional que entre los Ramírez de San Juan el valor se da silvestre; y el médico Víctor Manuel y su hermana Genoveva viuda de Iriarte no iban a ser excepción en la familia. Con toda entereza se dieron a denunciar el crimen de esquina en esquina. Conocían al dedillo cada paso de los asesinos; habían tenido la amarga fortuna de descubrir los hilo del complot. Colérico, Trujillo ordenó que se les llamara a la Capital. El Procurador General de la Nación – equivalente al Ministro de Justicia en otros países -los hizo llevar a su despacho para pedirles cuenta. Ellos estaban haciendo rodar el rumor de que el Gobierno había asesinado a su hermano, y eso tenía una grave pena según ellos no ignorarían. El doctor Víctor Manuel Ramírez y su hermana Genoveva supieron responder:

-Nosotros no acusamos a nadie; simplemente relatamos los pormenores, tal como nos fueron comunicados por una de las víctimas antes de morir.

El productor General no esperaba esa respuesta; ni podía sospechar que puestos en procura de datos, los hermanos del muerto principal en aquella sangrienta orgía del trujillato sabían más cosas de las que convenían al régimen. Por ejemplo, que el martes treinta de mayo el general Fiallo y el ex capitán Ferrando habían llegado a San Juan en avión, habían hablado más de dos horas con el jefe de la guarnición, y habían preparado los detalles del crimen; sabían los nombres de todos los oficiales que tomaron parte de la triste acción y la forma en que actuó cada uno. Además, a la hora de su entrevista con el Procurador General, no había aparecido el cadáver de Porfirio Ramírez y un cadáver no puede perderse misteriosamente sin que haya complicidad de las autoridades.

Cogido en la trampa de su legalismo, el funcionario no tuvo más remedio que iniciar un proceso y desde luego, avisar a Trujillo. La próxima llamada que recibió el doctor Ramírez Alcántara, partió del Palacio presidencial. Allí le tocó ver de frente al monstruo. Allí oyó a Trujillo hacer protestas de inocencia, asegurar que el general Fiallo había obrado sin órdenes suyas, afirmar que la justicia de su régimen caería


Angela Mendez
Jose Enrique, se que eran muchos los revolucionarios de los años 50, porque los recuerdo a casi todos, porque vivi en carne propia esa epoca, pues mi padre al que no conoci era Porfirio Ernesto Ramirez Alcantara ( Prin) el comerciante que desaparecieron en el Número entre Azua y BANI,el nombre de mi hermano (hijo de Prin) es Angel Bienvenido Ramirez Mendez, se quedó sin nombrar a mi tio Quirico Mendez el cual participó activamente en contra de regimen, fue preso torturado en la 40, luego en la Victoria. gracias mil por ese trabajo tan lindo que estas haciendo........


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Damocles Méndez Rosado La familia Ramirez,como lo señala Angela Mèndez, aportò con el sacriificio de sus familiares el precio de la libertad del pueblo dominicano.El asesinato de Prim Ramirez no tiene ejemplo en la regiòn.Esa familia de los Ramirez,de la rama de doña Miminye,de la calle Mella,militò en la resistencia antitrujillista,Fueron a la 40 y torturados,es el caso de Quirico,de Babi...Quirico fue de los primeros que organizò el 1J4 en San Juan,en la calle Colon y luego en la Trinitaria y recibió a Manolo en el Hotel Maguana.

Tambien Angela: una dama de los Ramirez Méndez se casó con un veterano antitrujillista ,me parece que con Josue o con Florisel Erickson.Quirico y Babi están en el libro titulado COMPLOT DEVELADO, con las fotos de ambos,tambien esta parte de los Rami↓ez esta ligada a otros heroes y martires de gestas gloriosas como es el caso de José Horacio Rodriguez , comandante de la expediciòn del 59.y tambien se vinculan a la linea de Manolo Tavarez mediante la unión de un hijo de Josè Horacio Rodriguez con una hija de Manolo.Es decir hay un vinculo entre luchadores antitrujillistas,Juancito Rodriguez,Josè Horacion Rodriguez.Miguel Angel Ramirez,su hija y los nietos de Manolo son los nietos de Josè Horacio.Ademas recordar la muerte de UNITO Ramirez por los esbirros trujillista.

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