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jueves, 17 de febrero de 2011

Los desbarata fiestas


Para la época en que fue designado el General Ramírez Jefe Comunal de la común de San Juan de la Maguana, allá por los años 1890 y tantos, había en el poblado, entonces muy humilde, dos bochinchosos amigos que habían tomado como diversión semanal desbaratar a tiros todos los bailes que se celebraban en las afueras del perímetro urbano.

Respondían por los nombres de Calleno y Julián Castillejo. El procedimiento que usaban, de por sí sencillo, consistía en promover recíprocas discusiones, poco después de bailar algunas piezas, resultando uno de los dos siempre abofeteado. De los golpes a los tiros era un paso. Se armaba un pelotero descomunal: gritos, desbandada, el salón como si hubiera sido conmovido por un terremoto y luego un silencio de tumba abandonada.

En medio del silencio las carcajadas de los fanfarrones, que una vez más, armados de cínico humor y precario valor, hacían un trágico chiste a costa de un público pacífico y sencillo.

El General Ramírez, que no era hombre para aceptar bravatas, a la primera que armaron después de asumir el mando los hizo presos. Preparó una canoa de agua de sal y limón con el aditamento de dos garrotes. Los trajo a su presencia en el patio de la jefatura y presentándoles las armas elegidas, les dijo:

—Hace tiempo que entre Uds. dos hay una pelea casada. La imprudencia de la gente no deja que Uds. se quiten las ganas de pelear. Aquí tienen estos garrotes para el jaleo. Yo seré el árbitro.

Los bochinchosos, que no eran ningunos valientes, trataron de eludir el pleito; pero el General Ramírez les advirtió que si no peleaban voluntariamente los obligaría por la fuerza.

Ante esa amenaza no les quedó otra alternativa que el combate; pero quisieron salirse con las suyas simulando sus acostumbradas diversiones. Aquí el General intervino y observó que debía correr la colorada. El pleito, que empezó flojo, se animó. Llovieron los garrotazos y la sangre no se hizo esperar. Cuando el General Ramírez consideró suficiente el castigo, los hizo separar y bañar en el agua de sal y limón ya preparada de ex profeso.

Al ponerlos en libertad, les dijo con mucha sorna:

—Supongo que la pelea de hoy los habrá dejado sin voluntad de repetirla; pero si todavía les sobra deseo, vuelvan que yo les arreglaré el espectáculo.

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