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martes, 24 de mayo de 2011

La magia en la metapoesía de José Enrique Méndez

Por: Abraham MENDEZ VARGAS.
abraham

No sé; hay magia en la metapoesía de José Enrique Méndez; el suyo es de un decir intenso que, ganando en colorido, se ahorra palabras, signos de puntuación como el punto y la coma son, a veces, suprimidos, también artículos, de la misma que deja colar un pensamiento simple y cotidiano que, al mismo tiempo, por su contenido trascendente, nos coloca en el centro de un universo en que nunca deja de lagrimear la eternidad en los ojos del mundo.

No obstante domeñar la estructura del poema clásico, donde el poeta nos deja una historia al mismo tiempo que va hilvanando ingeniosamente los versos de cada estrofa, aprehendiendo con eficacia suma el ser complejo antológico del objeto poético, tal como acontece por ejemplo en los poemas intitulados Regreso, La travesía de Sarobey, así como también en el Ser de emociones, que tiene como subtitulo metapoema, no porque los otros no lo sean, sino porque en este último es como titulo Vicente Huidobro su Arte poética, y Neruda tiene su Arte poética I, y Arte poética II, y el propio D. Moreno Jiménes tiene un poema que precisamente se titula Postumismo.

En Ser de emociones, metapoema, se nos define José Enrique, al decir: “Cazador soy de sensaciones/ del esplendor del deseo/ desde pupilas hieráticas/ desde siluetas de matices enconados/ desde la emboscada de un Ángel de papel/ desde emisiones sutiles/ hasta los jeroglifos del viento”. Ser de emociones, metapoema, nos habla de las “huellas de senderos anónimos/ del zohar”, y termina sublimándonos en la última estrofa, cuando dice: “Percepción de simples realidades/ en su acaecer de cosas todas/ presentes sucesivas/ decursando siempre hacia refugios de desolaciones”.

Es decir, que la metapoesía en José Enrique tiene la magia de introducirnos de soslayo en la historia del mundo, a partir de ejemplos sencillos, como “percepción de simples realidades” que son como el meollo que sirven de conducto, en su decir original y sin valerse de la retórica clásica, la cual conoce sobremanera, por donde las “cosas todas” que acaecen, “presentes sucesivas”, pues la realidad nunca cesar, como el tiempo es sucesivo, y entonces va “decursando siempre hacia refugios de desolaciones”, porque la humanidad parece retroceder cuando ha alcanzado cierto grado de civilización, y es por eso que el poeta vuelve al pasado, detrás de esas “simples realidades” que percibe que aun hoy son “presentes sucesivos”, que, por tanto, son significativas, como parte de nuestra identidad nacional que no puede estar, en modo alguno, por cierto, desconectada del sentir de la bolita del mundo.

En La travesía de Sarobey, “la niña taína/ de nombre frágil, pero coraje de piedra” que “decidió, reencontrar el batey/ a Canoabo y su tribu/ en los confines del Maguana”, nos enseña la importancia de recuperar el pasado, con imágenes donde el poeta, como Homero, nos habla desde el mito, porque es el mito mismo, en tanto que cree en él con pasión fervorosa, y no como un decir deliberado y racional, como nos tenían acostumbrado sus predecesores.

Desde la primera estrofa, La travesía de Sarobey nos atrapa bajo el incendio de su pasión poderosa; nos dice: “Cuando el aire se fue quemando/ astutas manos soltaron las riendas/ La lluvia imprecisa trastabillaba/ confundida al iracundo empuje del viento”.

De la misma manera que trascendió Bretón la realidad, cuando dijo hay un hombre cortado en dos por la ventana, se escapa a la lógica tradicional eso de que “la lluvia imprecisa trastabillaba al empuje del viento”. Es puro surrealismo. Es algo que trasciende el propio sentir. Es un decir nuevo y original que enriquece la poesía dominicana, como una forma de recuperar con trazos no absolutamente no excesivos, pero definitorios, el rostro perdido del hombre del siglo xxi, para devolverle la esperanza que perdió su existencia después de la primera y segunda guerra mundial.

La travesía de Sarobey, termina con esta estrofa de un decir sencillo, sincero y profundo, a saber: “Descendió las pendientes peligrosas del farallón/ emprendió la travesía/ quitó rastrojos,/ troncos y raíces/ los grandes árboles volcados/ Encontró el sembradío de yuca/ Nunca aceptó morir en el diluvio/ era imposible por ser hija de Apito/ destruir el éxtasis místico/ un elemento/ atado a la diosa madre de la piedra”.

Sarobey entonces, pienso yo ahora, después de todo lo acaecido, realidades que el poeta José Enrique nos presente en imágenes que nos hacen ver esas “simples realidades” que no son tan simples, sino “presentes sucesivos” del “acaecer de cosas todas/ presentes sucesivas/ decursando siempre hacia refugios de desolaciones”, tal como hemos visto en el poema Ser de emociones, metapoema.

Y es que estamos en presencia de un poeta de la forma que filosofa desde el mito de la historia aborigen y su tragedia durante la colonización, que constituyó una leyenda negra imperial, y que no encontrarán jamás el punto final, sino que siempre serán el punto y coma, o los puntos sucesivos, en la defensa singularmente sincera y valiente de nuestra amenazada identidad nacional, en crisis.

En fin, es obvio, naturalmente, José Enrique Méndez es un poeta de firmes convicciones, que nos reivindica el mito aborigen no como fósil de la historia, sino como parte esencial de nuestro ser intrínseco como nación que somos; dentro de la nación, como región, y como pueblo del sur sur que es la Maguana como granero laborioso para todos. Su decir sin embargo no es el de un poeta popular, sino “cultísimo y refinado”, como definió Menéndez y Pelayo a Horacio, en la famosa Advertencia Preliminar que hizo en 1908, publicar las Odas de Q. Horacio Flaco, que influyó profundamente en Fr. Luís de León, y puedo decir de José Enrique lo mismo que dejó sentado Marcelino Menéndez y Pelayo respecto de Horacio, “que es de los poetas más sinceros que ha visto el mundo”, y, al afirmar que Fray Luís de León es el mas grande poeta español horaciano, Menéndez y Pelayo, más abajo, observa respecto de aquél que, por su parte, “nunca llegaremos los españoles a penetrarnos del sabor de lo antiguo, hasta que rompamos con la tradición altisonante y académica del siglo pasado, de los Quintanas y los Gallegos, y aprendamos a estimar el tesoro que tenemos enterrado en nuestro más grande y menos entendido poeta”, y lo mismo decimos hoy en relación con el “tesoro que tenemos enterrado” en el legado histórico de D. Moreno Jiménes, a quien José Enrique Méndez engrandece al establecer el decir mágico del verso libre como forma la estructura esencial u ordinario de la metapoesía.

Barahona, R.D.;
22 de agosto, 2009.

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