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viernes, 4 de enero de 2013

PLAN DEL CERCADO DE LOS INDIOS

INVESTIGACIONES ETNOLOGICAS EN SANTO DOMINGO (1853).


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Plaza Ceremonial Batey Maguana
POR SIR ROBERT SCHOMSURGK (*)

Traducción del francés y notas por el Licenciado O. ARMANDO RODRIQUEZ

Un descubrimiento infinitamente más interesante que esos montones de conchas, es el que hice durante mi viaje a Santo Domingo, en las proximidades de San Juan de la Maguana, de un circo (ring) granítico que parece haber escapado completamente a la atención de los historiadores y de los viajeros anteriores. Maguana, formaba uno de los cinco reinos en los cuales estaba dividido Santo Domingo a la llegada de los españoles.

Estaba gobernado por el cacique caribe Caonabo, cuyo nombre significa lluvia, el más indómito, el más poderoso de los jefes y enemigo irreconciliable de los europeos. Su esposa favorita era la infortunada Anacaona, célebre por su belleza y su circunspección.

El círculo granítico, ahora conocido en los alrededores con el nombre de Cercado de los Indios, se encuentra en una sabana rodeada de bosquecillos y limitada por el río Maguana. El circo está formado en general por rocas graníticas que prueban por su pulimento que fueron recogidas en las orillas de un río, probablemente el Maguana, aunque la distancia sea considerable.

Las piedras son, en su mayor parte, de un peso de 30 a 50 libras y han sido colocadas muy cerca unas de las otras, dando así al circo la apariencia de un camino empedrado de 21 pies de ancho, y, tanto como lo permiten asegurar los árboles y los zarzales que han crecido entre las piedras, puede decirse que tiene 2,270 pies de circunferencia.

Un gran bloque granítico de 5 pies 7 pulgadas de largo, que termina en punta obtusa, se encuentra casi en medio del circo y está en parte enterrado en el suelo. Yo no pienso que ese bloque ocupe actualmente el lugar que tenía originariamente; ese bloque estuvo probablemente en el mismo centro. Ha sido pulimentado y dándole forma por la mano del hombre; y aunque su superficie ha sufrido las influencias atmosféricas, es evidente que ella debía representar una figura humana.

Las cavidades de los ojos y de la boca están visibles todavía. Ese bloque tiene, desde todos los puntos de vista, la apariencia de la figura representada por el padre Charlevoix en su Historia de la isla Española o de Santo Domingo, donde ella está designada como una figura encontrada en una sepultura india.

Un sendero de la misma anchura que el circo se extiende a partir de éste en la dirección del oeste y dobla después en ángulo recto hacia el norte, concluyendo en un arroyito. Este sendero está, en casi toda su extensión, invadido por una espesa selva; es pues imposible determinar su longitud exacta.

No se puede dudar de ningún modo que este círculo rodeaba el ídolo indio y que, en su interior, miles de indígenas adoraban la divinidad bajo la grosera apariencia de un bloque granítico.

Pero queda aun otra cuestión por resolver, y es saber si los habitantes que los españoles encontraron en la isla fueron los constructores de ese circo ¿Eran ellos los adoradores de aquella divinidad? Yo no lo pienso absolutamente.

Entre las antigüedades recientemente descubiertas cerca de San Diego, a un día de camino del Océano Pacífico, a la entrada del golfo de California, se encontraban igualmente circos graníticos o muros circulares alrededor de árboles venerables, columnas y bloques jeroglíficos.

Si mi opinión tiene algún peso, diré que el circo granítico que está cerca de San Juan, las figuras que he visto esculpidas en las rocas del interior de la Guayana y las figuras talladas pertenecen a una raza infinitamente superior en inteligencia a la que Colón encontró en la Hispaniola (Española), que venía de las partes septentrionales de Méjico, adyacente al antiguo país o distrito de los Huastecas, y que esta raza fue primeramente sometida y después destruida por las naciones que habitaban los países en donde los europeos llegaron.

Me atrevo a esperar que la relación de mis descubrimientos de algunos monumentos de una raza ya desaparecida y que han llegado hasta nosotros, no será demasiado desfavorablemente acogida.

Acerca del autor
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Sir Robert Schomburgk, consul britanico

Sir Robert Schomburgk, Caballero, Doctor en Filosofía, Caballero de la Real Orden Prusiana del Águila Roja, de la Real Orden Sajona del Mérito, de la Orden de la Legión de Honor de la República de Francia, Cónsul de Inglaterra en Santo Domingo durante muchos años. Salió del país, donde era muy popular, en 1857. Por cierto que entre los firmantes de una despedida pública que le ofrecieron prominentes dominicanos, se contaban Francisco del Rosario Sánchez y Gaspar Hernández. Schomburgk le prestó grandes servicios a la República en sus luchas contra Haití. Aquí escribió varios estudios científicos: Reseña de los principales puertos y puntos de anclaje de las costas de la República Dominicana, 1853; Visita al Valle de Constanza, 1852; La Península y la Bahía de Samaná, 1853. Publicó en París, en 1858, un valioso Mapa de la Isla de Santo Domingo. El trabajo que ahora se reproduce, traducido del francés, apareció en la Revue de Deux Mondes, París, 1853, probablemente, lo que no puede precisarse, pues al ejemplar utilizado le falta la carátula.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Este es un valioso aporte a las investigaciones que se vienen haciendo sobre la trascendencia del Corral de los Indios como monumento aborigen y la representación de la obra y vida castradas por el dominio colonizador.Leo Oviedo

Anónimo dijo...

Este es un valioso aporte a las investigaciones que se vienen haciendo sobre la trascendencia del Corral de los Indios como monumento aborigen y la representación de la obra y vida castradas por el dominio colonizador.Leo Oviedo