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domingo, 28 de junio de 2015

PARA QUE RECUERDE A TU SECTOR, UN ARTICULO VIEJO

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Teodulo Mercedes.                                
 Gustavo, Bonito Señor... recuerdos de mi barrio
A: Albertina Dimaggio Salcié“Beltinita”.
 Nunca he de olvidar el área geográfica en que transcurrió la apacible existencia de mi niñez, en el conservador pueblo de San Juan de la Maguana. Ciudad en que hasta los hechos patrióticos más relevantes están consignados al olvido o son tratados con la más inusual discreción para no provocar urticantes erosiones en las pieles de algunas familias de los “honorables ciudadanos”.

Sus hechos pasados son referidos por descendientes de personalidades que en función del rigor científico podrían tener colas que le pisen, pero la vida bucólica hizo posible la desaparición de la misma. Y qué hablar de relación de la sociedad con el trujillismo, eso sería mencionar “soga en casa del ahorcado”.
Frente a la banalización de los acontecimientos que de una u otra manera, han trasformados los pueblos y desde luego sus habitantes, es imprescindible retornar a la filosofía, al rigor científico y sobre todo al pensamiento sin compromiso que se pueda extraer de la narración de los hechos pasados, que aún están luminosos en la vida de algunos que lograron estar presente cuando sucedieron….

Cuando logré partir del barrio, al final de los años sesenta, mi formación estaba en pleno apogeo, mas no así el entorno de lo que hoy los mapas dan como la ciudad urbanizada.
 La calle Sánchez, era la frontera imperial para los niños que llevábamos nuestra existencia en la Estrelleta con Duarte, o cuando nos desplazábamos en la Duarte con Canoabo. Después de la Sánchez con Estrelleta, continuaba el río, y para llegar a su rivera, era necesario pasar por dos o tres casas de familia respetadas del entorno, que habían construido en tiempos recientes.

Lo que hoy se conoce como los Montes de Oca, eran las fincas a la cual, sin control, acudían los moradores cercanos a proveerse de mangos y otras clases de frutas que provocaban el paladar de chicos y grandes, desde luego, teniendo mucho cuidado con el pase del traicionero río San Juan.
Luego de la Sánchez, si nos desplazábamos por la Canoabo estaba la gallera, el lugar más popular de la ciudad donde no tan sólo se disfrutaba de las apasionadas peleas de gallos, sino que las mayorías de las veces, se daban peleas de hombres, por el efecto del alcohol o el desconocimiento de las promesas pactadas en el sangriento deporte.

A continuación del popular establecimiento, como a medio kilómetro, se encontraba “Gollito”, lugar maldito para las señoras, las cuales estaban atentas para que sus esposos no acudieran, porque era sin disimulo la “zona rosa” organizada de la población.
El badén 30 años antes, sólo estaba en la cobertura del río, constituyéndose en puente.
 Como datos históricos relevantes, me recuerdo que teniendo poco año de existencia, cuando “mataron al Jefe”, nos prohibieron, los notables del sector que vivían al sur de la Estrelleta, que jugáramos con los Méndez, que aún habitan en la Canoabo, porque eran enemigos del gobierno.

Dicha prohibición no se cumplió, por la actitud militante de Fran Ferreira, “La Bollinca”, quien nunca discriminó a nadie, siendo al mismo tiempo promotor de lo que hoy es causa perdida: la justicia social.

Otro acontecimiento inusitado fue el velorio del inolvidable Gustavo Adolfo Dimaggio Salcié, fallecido trágicamente en 1962, en la calle Espaillat en Santo Domingo, por el fuego de los remanentes del Trujillato. Hijo de una familia laboriosa, pariente cercano del inmortal Joe Dimaggio, el Jugador más valioso de toda la historia del Béisbol norteamericano.
Fue una extraordinaria pérdida de la juventud local, en la lucha por la destrujillización de la nación. Gustavo había ingresado a la vida política de manera activa, rompiendo con la indiferencia del resto de su generación. Quizás por eso, su contemporáneo no lo recuerdan, así como su gesto por su país, en momentos difíciles.
Los Dimaggio vivían en la Estrelleta esquina Anacaona, donde tenían negocios y eran apreciados por toda la comunidad. Lo recuerdo en la esquina de su casa, con su cabellera negra y su grandiosa sonrisa, cuando todas las mañanas caminaba por su entorno a encontrarme con Cesar Lapaix, muerto más tarde en la Era de los Doce Años, también en la capital y el excelente amigo y profesional Henry Báez, para continuar nuestro viacrusis hasta la escuela primaria Francisco del Rosario Sánchez.

Para su velorio acudió “gente del centro” de la ciudad a manifestar su pesar a la familia. De ello, nunca he de olvidar un señor rojizo, delgado y ágil entrado en edad, que arengó a los participantes. Su voz bien modulada, nunca tembló cuando maldecía a los remanentes de la dictadura, al mismo tiempo en que explicaba la irreparable pérdida que había tenido el tranquilo pueblo sureño.

Luego, supe que era médico, que representaba, el Partido Unión Cívica Nacional y que tenía como nombre Arcadio Rodríguez. Con el tiempo, su persona fue cotidiana en los lugares donde se luchaba por el cambio y la democracia.

La muerte de Gustavo fue el detonante que catalizó el cambio de la visión política del barrio sin bandera. A diferencia del resto del país donde se impuso la funesta tesis del borrón y cuenta nueva, que tanto daño ha ocasionado a la moderna sociedad dominicana, porque ha permitido el reciclaje del trujillismo en todos los estamentos políticos.

San Juan acogió como suya, las prédicas del doctor Rodríguez, quien afirmaba que los métodos y pensamientos del tirano, eran la contradicción fundamental que debía de solucionar la nación dominicana, contrario a la izquierda que desde otras latitudes afirmaba que la contradicción principal era capital trabajo. Esas ideas fueran reforzadas en los campos del pueblo por el General Miguel Ángel Ramírez A., quien en las primeras elecciones, luego del magnicidio, logró salir electo como Senador.
Más tarde, por el triunfo ideológico del bochismo, que produjo el desmembramiento de los cívicos y las prédicas antitrujillistas, los indiferentes y los neotrujillistas volvieron a ocupar toda la comunidad.

Cuando se habita entre personalidades excepcionales y maravillosas, esas cualidades pasan desapercibidas, porque el ser humano cree que lo maravilloso es lo natural y no logra entender otros conceptos sino cambia de hábitat.
¿Cómo no creer que mi vecino Cadito, hijo de Cristino Pinales, era un ser fuera de serie? Desde muy joven comenzó a practicar fisiculturismo y luego de varios años de ejercicio, era la admiración de la cuidad. Con el tiempo desarrollo una esquizofrenia terrible, que aunado a su fuerza descomunal era el terror de la población, pero dicha enfermedad, nunca se manifestó de manera violenta con las personas de su entorno habitual. Eso produjo que el área de mi casa, visitada por el inmenso jardín. En que no tan solo habitaban las rosas, sino también plantas medicinales, fuera en determinadas estaciones del año, remanso de tranquilidad.

Por otro lado, los niños habidos de aventura, frente a la prohibición de llegar al río, nos ocupábamos de vivir en los patios de los vecinos cercanos.
En ese sentido, corriendo por el espacio en que se tejían los andullos de Cristino, próspero negociantes de tabaco, llegábamos al patio de tío “Bonito Señor”, quien conociendo nuestras necesidades, nos sentaba en mecedora de guano y nos obsequiaba con mangos, tamarindos o granadas, en función de la fruta que abundaba en el tiempo.

Desde luego, siempre nos solicitaba que no le tiráramos piedras porque podríamos golpear a las personas. Se buscaba un acordeón y comenzaba a extraer desconocidas notas musicales, al mismo tiempo en que preguntaba quien quería aprender a tocar el instrumento.

Muchas veces, “la tranquilidad de mecedora” era interrumpida por la voz aflautada de “tía Julia”, la sanjuanera que lo acompañó, siendo procedente de la familia Casilla que habitaba cerca del parque de la Sánchez, que lo conminaba a dejar los niños que jugaran diciendo: “Ramón, deja los niños que se muevan en el patio que no van a romper las matas.”

Como los entes de leyenda, no se cuando “Bonito” apareció en el Barrio, porque cuando tuve conciencia de mi, el estaba allí, con su baile, sonrisa y acordeón. Su casa era visitada por numerosos militares que acudían a empavonar y reparar armas de fuego, así como del vecindario para todas clases de reparación de cachivaches. No conversaba de política, lo cual era ratificado por mi abuela que era amiga de su esposa. Se tenía la impresión que cambió de hogar del Cibao al Sur, por inconvenientes políticos. Cuando se le preguntaba de su mudanza para el pueblo, sonreía y sacaba un “Cara de Gato” de donde se servía un trago como contestación. Tenía un grupo selecto que lo acompañaba a la gallera los domingos, donde era muy popular con su acordeón, las mayorías recibían conocimiento del instrumento en su casa, por medio de lecciones que impartía. Para desgracia, no tuvo hijos, o en su entorno nunca presentó uno como suyo, lo que motivo que sus hijos queridos, eran los del barrio, pero nunca le faltó consuelo ni alegría, porque los muchachos cercanos se la proporcionaban en abundancia.

En las reuniones que hacía su mujer con mi abuela, Suna Mateo, su vecina del lado y otras, siempre estaba presente con su acordeón, sus notas musicales, sus chistes compartiendo una taza de café o tajada de lechosa.
A veces, las jóvenes FIFA, hija de Guarín del vecino del frente, Miriam, Elsa Caro y Cela, acompañaban el entorno, siendo las primeras bailadoras de la música del renombrado acordeonista. Era un metalmecánica completo, por lo que no competía con Adolfo, fundador junto a Justica de la familia de “Los Trigos” que también ejercían las reparaciones de paraguas y maquinas de cocer y tijeras que todavía habitan frente a la que fue mi morada. Justica, señora que sobrepasa los cien años de edad, con una lucidez admirable, constituye en el momento, la memoria viva de la historia del desarrollo del Pueblo.

No logré entender hasta años después, el por qué en el parque de la Estrelleta, cuando en los días de mercados que acudían los hombres del campo con sus producto y amarraban los animales en el, pagando por supuesto el arbitrio municipal, en el campo de Aviación, en la esquina de “Balito” (Estrelleta con Sánchez) cuando había una gran fiesta, eran “Juan Patica” y “Los Macos,” es decir los reyes de los palos que llenaban de alegría a los habitantes de las márgenes del pueblo, ignorando el instrumento maravilloso que dirigía el extraordinario “Tío Bonito Señor”, así como la güira y su apreciada compañera: La hoy tambora nacional.
Luego de abandonar mi hogar, me recordaba de lo que siempre se dice, canciones de cuna, que para mi eran las canciones preferidas de mi abuela y no lograba encontrar en el recuerdo, las notas melodiosas de los innumerables merengues que le agregaron colorido a la alegría de la vida. Sólo encontraba, algunos sonidos de mangulinas lejanas, quizás olvidada de tanto repetirse.

Mas luego comprendí, luego de escuchar al licenciado Julio Cesar Paulino, Guru de la música nacional y oriundo del entorno de la Estrelleta, que el sonido de “Tío Bonito”, era lo nuevo, era la conquista del Perico Ripiao Cibaeno a los valles fértiles de San Juan. Era el cambio de los sonidos tradicionales de palos del sur, por los tonos prestigiosos del acordeón de procedencia europea.

Hoy, al comienzo del ocaso de mi existencia, reconozco la dictadura de tan prodigioso instrumento, el cual en las manos de Ñico Lora, Bartolo Alvarado, Guandulito, Tatico Henríquez, u otro virtuoso, es fuente y manifestación de nuestra dominicanidad. Pero aunque reconocida su supremacía como instrumento musical en el ámbito nacional, en el “Granero del Sur”, todavía tiene sus limitaciones espirituales, pues no ha podido ser utilizado en la ejecución de un réquiem, ni aquí o en otro lugar conocido, por lo que no ha podido sacar de circulación los palos de mi ciudad adoptiva, los cuales continúan permanentemente siendo utilizados para fiestas y actividades religiosas, por “los Cofrados” a la hora de su partida.

Siendo una actividad cotidiana en los campos de San Juan, nadie ha exaltado los anónimos “tocadores de palos y conociendo los estudiosos nacionales que Réquiem, significa en latín "descanso", música de lamento, de muerte, obra musical de carácter religioso dedicada al muertos y su recuerdo, nadie ha opinado sobre esa maravilla, estilo y procedencia, nadie conoce los Mozart, Berlioz, Schumann, Brahms, Liszt, Verdi, Dvorak y Bruckner, de los palos del sur, de igual forma, sobre que desconocidos tinglados se diferencias los ecos de los palos, entre aquellos festivos y los dedicado a la muerte.

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