Por: Rafael Achecar Chupani
Fue un día perezoso, con la rutina que tienen los muchachos a la edad de 16 años: montar bicicleta, tirar algunas bolas en el canasto de baloncesto en el patio del colegio de monjas, buscar a los amigos, dormir siesta, jugar con mi hermano José y mi hermana de cuatro años, Josefina, prepararse para la cena, y comenzar a las seis y media de la tarde mis tres horas de turno de trabajo en Radio-San Juan-La Voz de Quisqueya. Después de todo, era un 3 de enero, todavía estábamos celebrando Navidad, que en esa época se prolongaba hasta el Dia de los Reyes Magos.
Encontré a mi padre asesinado detrás de su mesa de trabajo, a la hora que San Juan de la Maguana se preparaba a abrazar a los hijos, el mismo instante que los esposos se contaban los pormenores del día.
Tras años de acosos, de vigilancias, de miedo, de coraje, de tenacidad, de cooperación, mi padre murió por la lealtad a su familia, a los humildes, a quienes tanto protegió, por su Patria. Murió por ti y murió por mi. Mi madre tuvo que re-inventar la vida y construyó piedra a piedra un destino que se sostuvo bamboleando minuto a minuto en las fuerzas de sus brazos.
Mi padre y yo con mi primera bicicleta.
Mi padre y José en un día de playa en Puerto Plata.
Aún seguimos buscando esa foto de mi padre y Josefina.
3 de Enero
Déjame pasar los dedos
Por tus heridas abiertas
Y darme cuenta
Que tu sangre es tu sangre
Para heredar de ti también
El néctar agobiante de los muertos.
Primera estrofa del poema 3 de Enero, publicado en Santo Domingo e inscripto en la lápida de la tumba de mi padre.
Rafael Achecar Chupani
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