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martes, 7 de agosto de 2018

ILGAN, EL INDIO HONRADO CON PLUMAS.-


Americo Valenzuela G
Ilgan corría con arco y flechas a manos por la estrecha vereda del río sin detenerse a pensar en la posibilidad de resbalar y caerse. Llevaba los dedos de los pies literalmente sellados de barro. Y en la audaz carrera tras el cuervo herido, se desplazaba con toda agilidad siguiendo el alto zig zag del ave que escapaba y mantenía la mirada hacia las brumas altas y las nubes enredadas con las copas de los árboles y escasamente ponía ojos sobre el camino. Pero él lo conocía, podía andarlo sin verlo, sabía dónde estaba el vacío, a qué distancia del montículo, llevaba años transitándolo de noche y de día. Estaba húmedo todo por las lluvias nocturnas. El afluente venía crecido con energías renovadas y blancuras alegres en los pequeños peldaños que crean las cascadas. Había sobre las verdes hojas aquel itinerante rocío de los amaneceres. Y él estaba con las cabelleras, el rostro y todo su cuerpo mojado no solo de sudor. El alto de la montaña no había permitido el ingreso de los rayos de sol y es por ello que reinaban las penumbras, recién amanecía. En su mente no existía el peligro. El niño aborigen nunca había sentido esa extraña sensación de miedo. Él era parte del bosque, él sabía que era la lluvia misma, que él procedía de las lluvias y que las lluvias nacían de él.
Nazla y Oly se adelantaron a Ilgan siguiendo otra ruta, los tres hermanos corrían veloces tras el ave. Iban como yeguas resollando aire puro, sudados pero sin agotamientos.
Lo importante no solo era la carne sino las plumas de las alas del cuervo. En especial se requerían plumas de alas de cuervo, esas que por poderosas permiten levantar el pesado cuerpo y alzar vuelo. Las plumas de la cola y las del cuerpo del cuervo, no eran de primordialidad para lo que se tenía por delante. Al enterarnos, bien
sabremos que tanto valía la caza y la posterior carrera de persecución contra el ave herida. En el atardecer del día anterior ellos, los tres hijos de Doña Iliagua, a su corta edad ganaron un derecho, un don, uno conferido exclusivamente por la autoridad del Cacique de la Tribu, el de ser considerados en lo adelante como adultos. Consecuentemente, había que cambiar el colorido de las plumas que adornaban las cabelleras de estos chavalos indígenas de piel bronceada, adornados con protecciones de barro cocido, de plumas verdes de cotorras que indicaban pubertad, de plumas amarillentas propias del pájaro Julián Chiví que se usaba para señalar la edad del menor, a plumas negras de alas de cuervo, la señal en la Tribu de la edad de hombre, de coraje, de valentía. Y el cacique para ese tipo de motivo y ocasión que implica un ritual de carácter humano, social y sagrado, reunía en la plaza a su pueblo.
No todos lo han visto. No todos habían logrado conversar con él. Y por esta razón el acceso a la verdad era propiedad de algunos. Debemos asimilar que toda verdad y todo juicio justo y correcto se emana desde dentro hacia afuera. Y es allí donde el Niño reside. El Niño del Agua se sentía perdido. Y estaba muy preocupado. Los caudales del gran río habían desaparecido, su casa se había reducido de un gran caracol a una pequeña laguna. La luna llena había aparecido en el firmamento por 18 ocasiones y no llovía. Estaban desapareciendo los humedales, las cuencas hidrográficas en las altas montañas se veían languidecer. El pasto estaba color marrón y los frutales ya no parían.
Los padres de familias organizaron el uso del agua de la laguna racionalizándola: niños y jóvenes se bañaban al mediodía, los adultos antes del atardecer y las mujeres entradas la noche, en la mañana el agua era para la cocina. Fue cuando Ilgan con gran sorpresa descubrió al Niño del Agua. Hizo silencio y no lo conversó con nadie.
Era su gran secreto. No deseó compartirlo. Durante varias semanas, Ilgan se iba solitario a la orilla de la laguna a esperar la aparición de su amigo. El Niño del Agua con su bello rostro y sus ojos claros aparecía mágicamente formado de agua como nacido de un espejo. Pero estaba triste y desesperanzado. El Gran Río desaparecía, solo quedaba aquella pequeña laguna.
Los tres hijos de Iliagua se alejaron del batey internándose en la espesura del bosque. En el talud de la montaña descubrieron la existencia de barro fino color rojo. Y procedieron a excavar y extraer la cantidad requerida, llenado una olla de considerable dimensión. Este material recién extraído aún contenía suficiente humedad natural, pero los muchachos optaron por humedecer un poco más el barro. En un momento determinado, los hermanos comenzaron a inhalar y exhalar oxígeno puro, una y otra vez, hasta que sintieron que era el momento de depositar ese aliento de vida en el barro mojado contenido por la olla, acercaron sus labios al recipiente y dotaron de vida aquella mezcla que habían escupido previamente. Mientras uno de los muchachos levantaba y sostenía la olla, el otro introducía ambas manos llenándolas de aquella mezcla, para luego colocar una capa sobre el cuerpo de Kaumy. Fue cuando decidieron acercarse a Kaumy y pronunciar unas secretas palabras sobre él y sobre el barro colocado en su cuerpo. Luego Kaumy tomó con sus manos la olla, un hermano introduce sus manos dentro, extrae del material húmedo y lo coloca sobre el cuerpo del otro, luego dos de ellos proceden a pronunciar unas palabras secretas sobre el cuerpo y sobre el barro del muchacho. Así fueron turnándose y asistiéndose el uno al otro, hasta completar la tarea. Antes de que el barro secase sobre sus cuerpos, los hermanos iniciaron la marcha de retorno hacia el río. Iban con pasos firmes y seguros.
Aquella tarde, tal cual instruyó el Niño del Agua, ya fuera del turno de baño correspondiente a los jóvenes, Ilgan se apersonó a la laguna acompañado de sus hermanitos, Nazla y Oly-hijos de Kauni-. En la margen derecha del río había un viejo árbol de Habilla con el tronco sellado de espinas, el agua mantenía parte del tronco ahogado. Ilgan ordenó a sus acompañantes a que lo siguieran dentro del charco, se zambulló de primero, luego ingresó Nazla y después, Oly. Rápidamente el río quedó manchado de sustancia rojiza de barro sagrado. Debajo del viejo árbol de Habilla, entre las raíces, se había formado una caverna con forma de un medio círculo. Ilgan introdujo su cuerpo por esa cueva seguido de Nazla y este seguido por Oly. A mitad de la cueva ya Ilgan no pudo continuar nadando, las olas lo levantaban y golpeaban contra las raíces y contra las arenas del suelo, había una gran piedra obstruyendo el camino, Ilgan no tenía las fuerzas suficientes para levantarla mientras nadaba pero sí podía empujarla. Y ya sin aire en los pulmones, Ilgan sentía que fallecía. Y no podía devolverse porque la cueva era estrecha, no se podía girar y porque a sus pies venían nadando sus dos hermanos. Imágenes de bruscas y rápidas velocidades sobre Ilkina-Ir corrieron por aquellas mentes. Fue cuando Nazla sintió el final y optó por empujar por las plantas de los pies a su hermano Ilgan, mientras Oly también comenzó a empujar a Nazla. En ese preciso instante en que los Niños Indígenas desesperaban, hizo su mágica aparición el poder y la fuerza de Ilkina-Ir proporcionándoles oxígeno con su propio cuerpo, a los apurados muchachos. Solo Dios sabe cuántos años llevaba el Niño del Agua intentando por sí solo sacar esa piedra de aquella caverna, sin fuerzas para lograrlo. Así, de pequeñas longitudes en longitudes pequeñas, los hermanitos indígenas fueron sacando la enorme piedra del centro de la caverna, cada vez la tenían más cercana a la salida del túnel, más cerca, mucho más, otro empujón y
se hace visible la luz del final del túnel y lograron la hazaña. Los adultos que usaban el baño a esa hora estaban asombrados pensando que los muchachos habían muerto ahogados, pero del agua brotó Ilgan, Nazla y Oly de manera repentina. Y qué gran algarabía se armó en el agua.
Fue cuando se nubló de manera brusca y comenzó a tronar y relampaguear sobre el árbol de Habilla. Y llovió durante toda la noche de manera desproporcionada, con estruendosos truenos y vibrantes relámpagos. Esa fue la noche en que el acto heroico de tres adolescentes de la raza de los taínos rompió varios años de sequía, pulverizando la maldad de un viajero afín a la maldad y a los hechizos. En el amanecer, la caza, atrás del trofeo de valentía y de honor en el cuervo. Y luego a la plaza.

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