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miércoles, 8 de agosto de 2018

KILTI-UMI, FRAGMENTO DE SOL.-


Por: Americo Valenzuela
Nunca jamás nadie supo de qué linaje procedía, dónde ni cuándo nació, ni quiénes fueron sus progenitores, ni qué edad tenía, Kilti-Umi-Fragmento de Sol- había sido conocido y recordado por muchas generaciones y él permaneciendo intocable y eterno había visto pasar muchas razas y muchos pueblos, tradiciones y costumbres, él estaba por encima del tiempo, vivía sin edad, sabía cómo renovar la vida, cómo volver a la juventud y nunca se apartó de las tierras del Sagrado Valle del Maguana.
Del otro lado de la Cueva de Seboruco existían otras más, algunas de ellas pobladas por indios taínos del cacicazgo Maguana. Las noches en ellas resultan espantosas. Frías. El silencio tenebroso y abrumador enloquecía. Entre estas existió la de Kilti- Umi, lejana y solitaria, totalmente distinta, dotada de ruidos de vida y de energías de movimientos, más allá de todas, rodeada de grandes misterios. Solo Kilti-Umi se aventuraba a volar sobre las turbulentas aguas de los ríos, a nadar las peligrosas lagunas, a vencer las flotantes depresiones del terreno, para llegar hasta ella. El solitario Kilti-Umi la prefería justo así, en ella se acomodaba acompañado de colgantes panales de abejas, de ella extraía el sílex para elaborar sus dagas y para rematar la punta de sus flechas. Incluso corría agua subterránea fresca y pura que, atravesando la sala de la cueva, forma una delgadísima película blanquecina conocida en los caseríos indígenas como el Salto Dulce del Colibrí.
Desde ella se apreciaban los poblados y los sembradíos. El cielo limpio y el verdor, el valle, los cerros, aquella cordillera, el arroyo y el río. Y el arcoíris que decora el poblado de los niños. Pero es una casa de colmenas poblada de miel y de iluminación de origen estelar y sagrado. Por ellas, tras ellas, las nobles abajas, no faltaba en esas alturas la visita de las ciguas palmeras y del pájaro pitirre. Y desde abajo, a lo lejos, la gente veía esa luminosidad extraña brotando de lo más alto de aquellas montañas que alojaban la iluminada cueva.
En el mundo de las razas taínas, Kilti-Umi era celebridad. Los más avanzados de las tribus le rendían tributos. Como él existían en los Cacicazgos para pronosticar el tiempo. Sobre determinadas rocas se podían leer las simbologías con el historial de los huracanes, los terremotos y las erupciones volcánicas. Kilti-Umi era reconocido por el cristal de luz, pero el Sabio usaba otros distintivos: una pluma de guaraguao marrón-dorado asido al pelo, también llevaba colgado en el pecho
garras disecadas de patas de iguanas, un arete de concha de carey marino y otros enseres propios de su jerarquía. El Arco que usaba Kilti-Umi era de caña seca flexible y las flechas, finas y recias, son fabricadas de corazón de un rojo árbol de guaconejo, sobre la punta de una de ellas iba amarrado el cristal de roca solar, una especie de astilla del astro rey, un trozo de sol blancuzcorojizo de calor tibio que mágicamente se iluminaba desde adentro hacia afuera creando un espectacular halo brillante una vez llegada la noche. Esa es la gran maravilla de Kilti-Umi: un pedazo de sol por sí mismo iluminado con la misma dimensión de una pequeña tiza. Este cristal iluminado poseía energías fálicas, poder de sol, fuerza de desiertos, procreativa, generativa masculina. Muchos saben que el cristal-sol de la flecha del indio Kilti-Umi es capaz de devolver la vida y de restaurar el aliento a quienes toca el olfato. Por esto, Kilti-Umi protegía y ocultaba sus poderes con el celo del felino. Kilti-Umi vivía muy alejado del tumulto, de las acechanzas y de la envidia.
Con ojos agudos de puntería extrema, el Cazador era reconocido como infalible, la punta de lanza de su flecha golpeaba justo donde pone ojos, al poderío de sus brazos y a la rigidez de sus flechas, los indios le abrogaban la creación de los eclipses solares y lunares, cuando Kilti-Umi lo decidía, tensa brazos, arco y flecha, y del certero disparo, apagaba el sol o la luna, el astro y la estrella que él deseara apagar.
El rumor lo culpa de los relámpagos y de las tormentas, del rayo, era el único ser humano ーsi es que podemos definirlo asíー que podía destruir el ojo del huracán a punta de flechas. El invierno y sus nevadas eran obras de Kilti-Umi por cuanto cada año, justo a finales de diciembre, sus flechas tocaban las más selectas nubes, y estas caían destrozadas. Esto es lo que pensaba la gente de las Comarcas. El hielo del granizo era obra de Kilti-Umi, cuando sus flechas tocan mariposas, inmediatamente sus alas cambiaban colores. A la gente se le cogió con eso de que Kilti-Umi y el poderío sagrado del brillante cristal de roca de sol, colocado sobre el olfato del doliente, devolvía la vida. Bueno, en fin, que desde el Maguana donde coexiste el Centro de Poder que vive y que vibra y que gravita y se dilata la esencia de Kilti-Umi, es él quien elegía Caciques del nuevo tiempo .
Durante cientos y tal vez miles de años mucho se especuló en torno al origen y la razón de ese inconmensurable poder, que ha terminado llenando primero de miedo y temor y que luego de respeto y admiración a muchos, por el fruto que finalmente se ha obtenido ーque desde los
inicios de la vida en nuestra isla vienen demostrando algunos elegidos de entre las tribus de los aborígenes taínos, en cuanto a que, estos, solo algunos de ellos, reitero, valiéndose de artificios ultra secretos aprendidos en remotas regiones de extremos espirituales, logran tornar la materia sólida de las rocas, en materia derretida, quitarle formas, cambiarles geometrías, renovarlas, rehacerlas o crear otras formas con la misma esencia.
Hace miles de millones de años desapareció como esfumado un anciano que residía en el Maguana, su fama era poseer un cristal fino que una vez tocado por el viento, flameaba largas y coloridas cabelleras, a ese cristal se le abrogaba todo el poder de la tierra y del universo. El nombre de ese Anciano era Ilkish. Sin penumbras en el aura, más bien de aspecto radiante, Ilkish intuyó la hora de marcharse. Pero no debía llevar el cristal consigo. A sabiendas de que en el devenir aparecería el heredero de su afortunado bien, dotado de la necesaria bondad y sabiduría, Ilkish aprovechó las lluvias de una noche, cuando todos dormían, se introdujo en el Corral de los Indios, caminó derechito hacia el centro de ese círculo de piedras, se colocó justo ante el monumento, y se aplastó, rápidamente colocó al alcance de las manos un recipiente, humedeció de aguas de la lluvia el polvo del fino barro rojo que llevaba dentro de la olla, lo escupió y procedió a introducir sus manos dentro del recipiente creando una mezcla húmeda de barro, luego inhaló, exhaló, respiró pacientemente oxígeno, llenó y liberó los pulmones hasta sentir y saber que ya estaban limpios, así que decidió insuflar ese aliento de vida del oxígeno sobre la mezcla rojiza, acercó los labios a la piedra recién cubierta de la mezcla, y pronunció algunas palabras y repitió frases por él conocidas, tomó la gran laja del centro ceremonial, y la acostó boca arriba. Este mismo orden y ritual había sido producido sobre la piedra, miles de años antes, con presencia de otros interesados, quienes obtuvieron el mismo resultado más adelante aquí descrito. Ilkish
doblegó la rigidez del material rocoso, tomó de un bolso una daga de sílex de cueva, introdujo la punta sobre extremo superior de la piedra, cortó y abrió con el filo una oquedad redonda, puso en un lado ese trozo de la materia con forma de rostro humano y procedió a introducir su mano derecha en el vientre de la sagrada laja, tocando sin dañar las vísceras, el hígado, el esófago, terminando finalmente de colocar el cristal resplandeciente en el fondo del estómago. Y luego procedió a colocar el tajo arrancado con el puñal de sílex colocando la forma de la carita exactamente donde estaba antes. En poco tiempo Ilkish comenzó el proceso contrario de enfriar la materia rocosa y dejar la herida totalmente sana. Aquella materia derretida fue solidificándose lenta y paulatinamente. Pero en todas las edades los niños son curiosos. Ilkish escuchó voces, sonrisas y alegrías juveniles, se acercaban y hubo de escapar del lugar para no ser detectado, sin alcanzar a poner de pie aquel monumento. Fue desde ese entonces que la piedra ha permanecido acostada en el mismo centro del círculo.
Para Ilkish, transformar la materia sólida de la roca del Centro Ceremonial en materia derretida como si se tratase de arcilla humedecida fue el mismo acto que coger una gran calabaza y abrirle una oquedad en el tope e introducir sus manos en el interior de la misma y luego devolverle la tapa.
Kilti-Umi solo tomaba el agua procedente de su caverna. Y se alimentaba exclusivamente de miel real, de aquella producida por las abejas reales madres, aquellos insectos respetados por los pájaros, las aves no comen abejas reinas madres por considerarlas sagradas.
Kilti-Umi sabía que le pertenecía el cristal resplandeciente, que había llegado la hora y el tiempo de la reaparición del mismo sobre la faz de las montañas del Maguana, para ese entonces el fornido joven de cuerpo perfecto tenía un parentesco físico tan similar al de Ilkish, que podríamos
suponer que Ilkish fue uno de aquellos quienes se acuestan por decenios a dormir los sueños de la renovación de la vida en el interior de las sublimes aguas del lago subterráneo conocido como fuente de la eterna juventud, desde el cual se emana el agua que en superficie conocemos como Agua de Papá Liborio.
Solo Kilti-Umi sabía cuántos siglos había permanecido el sagrado cristal en el vientre del monumento. Pero él fue a pleno día solar a recoger su herencia, ya que el cristal bajo los efectos del sol, no resplandecía, y no atraería la atención de los curiosos.
Kilti-Umi traía consigo una daga de sílex tomada de la cueva, introdujo la punta sobre la marca de la antigua herida del rostro humano, la cual es la puerta sagrada de esa roca, en el tope de la piedra ーvale decir que la roca es un templo, rasgó de manera profunda como barro húmedo, la rigidez rocosa había colapsado ante la magia de Kilti-Umi, por el hueco introdujo la mano izquierda hasta el fondo del estómago, palpando el latir del corazón de la piedra, la bilis, el páncreas, las vísceras, los riñones y, finalmente, el cristal. Rápidamente lo introdujo en el bolso y lo ocultó bajo la parte delantera de su faldin, luego colocó el pedazo de carne que era el rostro de la esfinge, pero como ella estaba acostada, así la dejó.

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