Apropósito del poemario Ruptura del semblante, de Ike Méndez
Por Bismar Galán
Santo Domingo, 14 de noviembre de 2020
Lo he pensado muchas veces; muy pocas lo he dicho: hacer poesía es ir más allá de lo palpable por quienes nos rodean o tan solo nos imaginan. Hacer poesía es desafío y locura desbordada; es una manera autorizada de escapar al deslinde que trazan ciertas manos aceradas y dispuestas a blandir cualquier artefacto en procura de resguardar su vileza o su dolor. Hacer poesía es manera de entronar un verbo para salvar y salvarnos; una manera de decirle a la vida, a sus mentiras y aciertos, que hemos llegado al hartazgo o a la libertad más expedita (o a los dos): la palabra. Hacer poesía es un aparente juego en medio del oficio más circunspecto. Hacer poesía es, sobre todas las cosas, desvestir el alma, mirar hacia adentro y desandar por heridas y cicatrices de esas que otros han ayudado a construir; y luego, por supuesto, también es dejarlas ver, sin que importen las consecuencias, sin que sea necesario explicar los porqués.
Eso es Ruptura del semblante, una amalgama de intenciones, razones y maneras de un decir coherente del amor-dolor; es la edificación desbordada de lirismo con la que Ike Méndez nos hace cómplices de sus riquezas y pobrezas, sus pérdidas y hallazgos, su amor y desamor. Con este poemario, este dominicano auténtico se nos revela desde la diversidad creativa, desde la multiplicidad temática y como la manera más rauda de ver la poesía desde la poesía. Sí, porque en estas composiciones, el amigo Ike se penetra en verdaderas concepciones metapoéticas, donde fluye de manera natural la reflexión sobre el verso a través del verso, costilla de la que se podría derivar todo un tratado.
Creo que, en los hacedores de poesías, el primero y más recurrente de sus ruegos es “que no me falte la palabra”, equivalente a decir “que no me falte el qué decir”. Es que, hacer poesía presupone la llegada de ese pie forzado sobre el cual hilvanar los versos necesarios que al final se conviertan en poema. La diversidad de temas que disfrutamos en Ruptura del semblante es muestra de que en su autor hay “la palabra precisa”, la riqueza temática necesaria para la producción [aunque no siempre con “la sonrisa] constante”. Hay tantos y tan diversos tópicos sobre los que el autor ha desandado, que se nos devela como un re-creador de sentidos, como un ser que devela sus semblantes en lo poético; de tal modo que, podría llegar a cuestionarse si, en vez de “ruptura del semblante” no se trata de “el semblante de las rupturas”. Tenemos la libertad de cuestionar, de imaginar y de reconstruir a partir de lo dicho, ¿cierto? Eso hago.
Véase en la base de la referida diversidad de este poemario, que su creador utiliza sutiles maneras para ponernos en contacto con sus lecturas previas, con sus hallazgos, sus experiencias, sus sospechas, de esas que abonan su imaginación. De cada una de esas fuentes donde abreva Ike Méndez, surgen temas que le sirven de pedestal para apoyar y apoyarse. No es casual que opte por autodefinirse bajo el título “Hijo de polvo soy”, manera expedita de propiciar la posible identidad poema-poeta.
En su esencia, estas rupturas del semblante son un canto personal a la naturaleza, cuando nos dejan un “Gozo en la mar”, un “Desierto olvidado” junto a la “Fecundidad de lluvia”, mientras nos arropa “El horizonte [que] ahora es un fantasma” o somos frisados por la “Autopsia a una mariposa”, sin percatarnos que tal vez hay un “Sabotaje del mar” que llega “De la mano del viento”. Mientras, pierden su piel las emociones por la “Epidemia de soledad” y va en desbandada el “Prólogo del desencanto”, justo cuando el juglar rema ciencia adentro, “Pensando en Eisntein y Peter Higg”.
Asimismo, se nos presenta el historiador apasionado para llevarnos por recodos míticos, históricos y hasta de rebeldía, a través de una “Danza caribeña”, del “Regreso de los dioses en la luna de sangre”, del “Capricho de sangre nueva” y de la apacible “Flor inversa”, justo cuando acusa el "Desbrozo del tío Ez”, quizás bajo una “Alharaca de espanto”.
Y como sable transparente que atraviesa todo el poemario de manera horizontal, aparece el implacable, ese tiempo del que somos esclavos más que dueños. Así va “Camino a la mañana más allá del sueño” a “Recibir el día”, aguardando tal vez por un “Segundo tiempo”, sobre todo si es en “Espiral de la vida que lleva al deleite”, aunque ello signifique “Anudados fragmentos del azar” o el simple “Significante y significado de una tarde”.
Pero estas rupturas y restauraciones de Ike Méndez apuestan, apuntan y disparan, sobre todo, al amor y el desamor. Así acontece en su “Ruptura del semblante 6” y cuando pasa por “Almo” para seguir al “Vertedero del infierno”, aunque con “Deseo, razón suficiente para vivir” y un “Cuerpo de otoño” y, sin dudas, con la esperanza del “Encuentro con la nervadura amorosa y su azar”. Va con la presunción de “Desgajar el amor” bajo “Tentación y ternura”, que solo son posibles con el “Insondable deseo”, donde parece convertirse en un “Ser de emociones” o “Aprendiz amante”.
Indudablemente, con toda su diversidad temática, este texto es una suma de huellas creativas de un fructífero metapoeta (dimensión más indescifrable que la de un poeta común). Es un cuaderno de encuentros y desencuentros preñados de sentimientos, un cuaderno que provoca, que nos permite ver la trascendencia de la diada lírica-pasión, esa pareja perfecta que invade todos los sentidos con sus tonos, ritmos y compases o con la ruptura de todos ellos.
Además de todas estas identidades que hacen de Ruptura del semblante una obra auténtica y equilibrada, en su esencia, es un poemario en el que se pone al lector en contacto con una pluralidad de sentidos solo posible cuando se hace desde la reflexión tatuada tanto en lo trascendente como en la supuesta superficie. Es un espacio multiforme donde fluye el amor por el oficio, la pasión que desgaja el pecho y desenmascara el alma; hálito que viste la palabra en bandolera con la exenta intención de que trascienda lo invisible.
¡Muchas gracias!
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