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viernes, 20 de marzo de 2009

El subibaja geológico de San Juan


Cueva de San Francisco

La naturaleza dominicana-Formaciones geológicas

Félix Servio Ducoudray

Ya aquí chocamos con el Eoceno. Dicho por el profesor Marcano al pie del cerro San Francisco, en Pedro Santana, que es poblado de frontera; y con lo cual quiso decir que habíamos llegado al límite donde por esa zona empiezan, con la cordillera Central, las rocas y formaciones geológicas de ese período que en el calendario del planeta y de la isla está marcado así: 60 millones de años atrás.

Fecha aproximada (no podría ser de otra manera en casos como éste) de sus primeros pasos, que hasta los últimos que dio duraron 20 (millones, desde luego). Se entiende que he puesto aquí, con esos 20, la duración del Eoceno. Comenzó, pues, 60 millones de años antes del presente, y acabó hace 40 millones de años.

Montones de grandes peñones de caliza de ese tiempo se le alcanzaban a ver en sus altas laderas. Caliza terrosa, no estratificada, masiva, como la de sus desgarrones blancos o paredes de falla.
Esa es la roca del cerro San Francisco. Eocénica pero diferente de otra caliza de la misma época que también aparece en el costado sureño de la cordillera y aún cerca de allí: la de la formación Abuillot, empaquetada en nítidos estratos y que por las intensas presiones a que estuvo sometida (causantes del metamorfismo) resultó cristalina y con los mentados estratos levantados, frecuentemente en posición vertical. Así los deja ver la carretera que ahora corta la loma de El Número y por la cual pasa el viajero flanqueado por esta formación.

La caliza del cerro de San Francisco es además cárstica y cuevosa. Y esta condición que a trechos por minería del agua, le pone obra como de orfebrería geológica en las entrañas huecas, ha convertido una de sus cuevas en estación terminal de romerías religiosas donde los campesinos van con sus hijos para cumplir la promesa del cabello.

Un día, estando yo cerca del cráter de uno de los volcanes sanjuaneros, por Asiento de Luisa, escuché esta razón que me daba un lugareño: —Yo tuve 24 hijos con la difunta, pero diez se me murieron. Y desde entonces, cada vez que nacía uno le he hecho la promesa a San Francisco para que me lo cuidara.

Esa explicación me dio de las largas trenzas del varón que estaba a punto de cumplir los siete años, y que las tenía recogidas con cintas.
La promesa la iría a cumplir en la cueva grande del cerro, donde el 4 de octubre de cada año se celebra la fiesta de San Francisco.

¿Quién no se entretuvo alguna vez, viendo pasar las nubes, en descifrarles las figuras que simulan o sugieren? La humedad de la cueva, que en sus paredes cría hongos, dio pie a los creyentes de la zona para juego semejante: en un punto de la pared la parte más porosa y húmeda que delimita el criadero del hongo, compone una mancha que los campesinos, por la estampa del contorno y el color castaño de la oxidación, identifican como representación milagrosa del santo. Por eso le han puesto a la montaña cerro de San Francisco.

Los padres van con los hijos al cabo de la promesa de los siete años: al cumplir esa edad los llevan a la cueva —Eoceno religioso— para que allí les corten las trenzas que les dejaron correr todo ese tiempo. Es seguro que el día de San Francisco hallarán en la cueva a las mujeres que se encargan del corte sin cobrar. Por devoción ejercen la peluquería. Y el día del santo es un gentío. «¿Adónde van ustedes?» El grupo de muchachas respondió: «A prender velones a San Francisco». Para entrar a la cueva —situada a media altura de la loma— se ha construido una escalera de madera que va del piso de la falla hasta la misma boca.
Adentro, una gran sala de cuyos lados arrancan las galerías en que dejan sus ofrendas los creyentes: generalmente cruces envueltas en papeles de varios colores, que al año siguiente buscarán y encontrarán. O si no, campesinos que van con animales. En este caso, ofrenda menos perdurable, porque allí mismo son puestos a remate. Al pie del ascenso y de la loma, dos cruces: la de Liborio, azul y muy sureña, con dos crucecitas cargadas en los brazos extendidos, y la cristiana de palos cruzados, pero aún ésa con tres piedras de superstición encima: una en el tope, las otras dos a los lados: «para que llueva».

Y debajo de todo esto, alrededor y encima, el Eoceno con el que Marcano dijo que ya habíamos chocado. Repito sus palabras que puse al comienzo de esta crónica: «Ya aquí chocamos con el Eoceno». De esa manera enunciaba una importante constatación para la geología del valle de San Juan, la primera que sacó en claro de esta excursión científica que el 22 de mayo de 1981 nos puso de nuevo en ese territorio enigmático.

— ¿Qué ha visto?
—No. Nada.
Marcano iba encerrado, callado, rumiando conjeturas y explicaciones. Lo ve todo, lo compara mentalmente con lo observado en otro sitio («La teoría que algunos sostienen, de que por aquí la formación Las Matas descansa sobre el Mioceno es bastante aceptable»); pero hasta no ver y rever que sale en otra parte, pongo por caso, lo que casi con seguridad sabía que estaba debajo de los materiales superficiales, hasta que no lo verifica (cuando el terreno baja y expone en afloramientos los materiales que arriba se ocultaban), no dice nada.


Kilómetros adelante me puso en la pista de las deducciones con que iba descifrando los secretos de esa geología.

En la ruta hacia el cerro San Francisco y en todo lo que se vio desde el cruce de Matayaya, donde pusimos proa hacia Bánica, lo que había eran formaciones del Mioceno. Sobre ellas podría decirse que marchaba el yip. Y esas rocas del Mioceno llegaban exactamente al pie del muro montañoso que alza el Eoceno en la cordillera Central.

Lo que él realmente había querido decir con aquello, era que en esa parte del valle las formaciones del Mioceno caen directamente con las del Eoceno.

Para entender lo que eso significa, tengamos cuenta con lo siguiente: el Eoceno, como ya se dijo, empezó hace 60 millones de años; el Oligoceno, 40 millones de años, y el Mioceno 26 millones.
En ese orden.

En cada uno de esos períodos, los materiales de las respectivas formaciones geológicas se sedimentaron en el fondo del mar, tras lo cual emergieron para constituir (con otras más antiguas y otras más recientes) los distintos pisos de nuestro territorio.
Y allí faltaban las correspondientes al Oligoceno.

La geología saltaba del Eoceno al Mioceno. La ausencia de formaciones del período intermedio indicaba que durante el Oligoceno esa parte del valle no estuvo sumergida recibiendo depósitos de sedimentos, sino a flote, emergida, en seco, con las rocas del Eoceno a flor de agua o por encima del agua. Que así ha de haber permanecido unos catorce millones de años o algo más, hasta que hace 26 millones o algo menos volvió a hundirse, y que, otra vez debajo de las aguas del mar, recibió entonces los materiales del período miocénico con que se constituyeron las formaciones que ahora «chocan» con el cerro San Francisco. Pero no sólo eso. La formación conglomerado Bulla había sido encontrada por Marcano, al sur de la cordillera Central, desde la loma del Yaque (en los confines orientales del valle de San Juan) hasta Carrera de Yegua, sobre el meridiano de Las Matas de Farfán poco más o menos y al norte de esa población, y ahora en este viaje la buscamos en vano más al este de Carrera de Yegua hasta la misma Frontera: ni rastro de ella.

Digamos de paso que este fue otro resultado importante de la expedición geológica; confirmar que la extensión lateral de dicha formación, hacia el oeste, se detiene en ese punto que hemos dicho.

Más allá, el Mioceno más temprano que aparece, tiene todos los visos de ser la formación Cercado (que en el Sur ha sido mal nombrada como formación Arroyo Blanco) y eran los estratos y conglomerados de ella los que se vieron chocar con el Eoceno.

Y ahora sigamos: en todos los puntos del Sur en que la ha descubierto Marcano (Carrera de Yegua, Yabonico, Punta Caña, Hato del Padre, Cañafistol, Loma del Yaque) la formación conglomerado Bulla, que por ser la primera está en la base de las siguientes formaciones geológicas del Mioceno, se halla, también ella, directamente sobre calizas del Eoceno, sólo que esta vez no las terrosas y masivas que afloran por el cerro San Francisco, sino las cristalinas y claramente estratificadas de la formación Abuillot; pero de todos modos, aunque diferente, formación eocénica, que es lo importante para lo que va a decir el profesor Marcano al anudar las constataciones de este viaje con las de viajes anteriores:

—En la parte norte del valle de San Juan, y no solamente en los alrededores de Pedro Santana sino desde la loma del Yaque hasta la Frontera, no existen formaciones correspondientes al Oligoceno. No las hemos encontrado. Desde loma del Yaque hasta Carrera de Yegua, sobre el Eoceno aparece Bulla; y de ahí hacia el oeste, otra formación igualmente miocénica que muy probablemente sea Cercado.

Toda esa porción del valle, pues, permaneció emergida a lo largo del período oligocénico. Punto importante para la historia geológica de la llanura.

Al día siguiente salimos bien temprano de San Juan y anduvimos merodeando en sus alrededores, por los vecindarios del volcán que se ve en A siento de Luisa, más allá de Hato del Padre. Nos llevaba el propósito de acercarnos al cráter para admirarlo y poder rastrear nuevas evidencias de su flujo de lavas.

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