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viernes, 3 de abril de 2009
ENTRE LA POESÍA Y LA NARRATIVA
POR VIRGILIO LOPEZ AZUAN
Yo no sé en que libro mi padre leyó estos versos “Ser poeta es ser sutil/ tener alas y vivir en la onda rumorosa/ de una fuente cristalina/ o en la corola divina de una magnolia de abril”. El caso es que siendo yo apenas un niño de diez años (mi padre falleció cuando yo tenía 18 años) mi padre interrumpió su lectura del periódico “El Caribe”, que era uno de los matutinos más importantes de entonces en la República Dominicana, dijo esos versos al momento que yo le preguntaba qué era un poeta.
No puedo describir con certeza si estos versos significaron algo para mi entonces, pero me resultaron muy bonitos y jamás los he olvidado. Traigo este recuerdo porque me he puesto a cavilar sobre la poesía y los poetas.
Hay modelos paradigmáticos para definir a un poeta, dependiendo de la época y el contexto. En la antigüedad un poeta era un ser respetado y hasta venerado. Era un decidor de “verdades” tomadas en cuenta por la sociedad, era un visionario, un ente con cualidades extraordinarias dignas de admiración, en fin era un ser respetado y querido, reconocido como valor epocal. Los ejemplos son múltiples en la cultura griega, egipcia, mesopotámica, oriental, y en otras latitudes. El poeta era como un oráculo. Subvertía la realidad y le sacaba filo a la fantasía. Explicaba el mundo con el lenguaje de la mentira. Porque la mentira si no es hermana, es prima de la poesía ¿No es la poesía una gran mentira multiplicada, clonada, que explora la realidad, se mueve entre la fantasía para destapar una caja de Pandora y poner a volar visiones, con valores universales, que influyen o pasan a formar parte del acervo personal y social?
Claro, lo que acabo de decir es un tanto riesgoso, pretencioso, querer definir poesía, es tan subjetivo que encontraré mucho disenso. Y es exactamente lo que quiero. ¿Cómo definir lo que es la poesía y que llegar felizmente a un acuerdo? Eso nunca, eso jamás. Y qué bueno que sea así. Es en la poesía que encontramos el espacio abierto de expresión, encontramos un abanico de posibilidades para poner a volar la libertad, porque aunque la libertad tiene alas hay que ponerla a volar, a que se desplace, buscando espacios donde pueda realizar sus catarsis, sus mutaciones y construir, renovar, multiplicar los fulgurazos de felicidad.
En un encuentro de poetas realizado por el Taller Cesar Vallejo de la Universidad Autónoma de santo Domingo, UASD, en los años 80s, se discutían temas sobre la importancia de la literatura; se analizaba la obra del poeta Vallejo y otros temas interesantes. Había varías delegaciones representativas de grupos literarios del país, de provincias como Azua, Santiago, La Romana y otros grupos de la capital. El caso es que en receso, a la hora de un brindis, un joven y entusiasta escritor románense, discutiendo sobre poetas y poesías, tomó papel y lápiz, trazó una línea recta y la presentó en medio de una discusión acalorada sobre los conceptos aludidos. Él dijo “Esta raya es un verso, ¿quien me dice a mi que esto no es un verso?” Lógicamente los que estuvimos presentes nos reímos a carcajadas. La mayoría éramos escritores en ciernes, jóvenes con un gran entusiasmo por las letras. En realidad este joven pudo haber tenido varias intenciones: salir con algo jocoso para bajar el tono de la discusión, presentar una visión filosófica de lo que para él significaba el concepto poesía, o decirle a la concurrencia que la discusión sostenida era estéril, vacía. No faltó en el grupo alguien que a este escritor lo llamara loco, desquiciado e ignorante, y otros adjetivos peyorativos. Por mi parte yo me uní a los que se reían de la ocurrencia, pero mucho después comencé a meditar sobre este hecho, comencé a buscar explicaciones y confieso que sudé muchas razones y saqué diversas conclusiones. Una de ella es esta “este joven estaba trazando un paradigma sobre poesía actual, que tenía significaciones en su cosmogonía personal y social, para él el modelo actual del concepto poesía y poeta tendía al vacío, con importancia disminuida, era una línea en blanco que aunque tenga definición en el mundo de las matemáticas, la física o la filosofía, en el espectro poético no significaba nada. Ese modelo que el joven planteaba de verso pudo ser un reflejo sobre el escaso aprecio hacia la poesía y los poetas en este tiempo, pudo inferir con una visión propia que él aún creía en la poesía como un mundo de posibilidades, tan variado y tan diverso “como que cada cabeza es un mundo”. También pudo expresar la realidad del joven escritor desde una visión existencialista, donde la ausencia de políticas culturales no incentivaban el valor creativo de la juventud o también este poeta pudo haber sido impactado por el momento histórico –político- social, en los años 80 llamada luego la década pérdida, se gestaban unos cambios en el mundo bipolar, principalmente en Rusia, donde muchos jóvenes perdieron la esperanza de salidas revolucionarias a los problemas políticos latinoamericanos y locales.
Todo lo que he escrito son inferencias, son cavilaciones, hipótesis sobre ese encuentro de poetas, que me da un espacio para reflexionar sobre el tema.
En mi vida como escritor un hecho que conturbó mis fueros internos y que puso en peligro mi vocación por escribir versos fue la opinión del escritor y amigo William Mejía. En cierta ocasión le presenté un relato escrito por mí y me dijo que escribieran cuentos, que yo tenía madera para hacerlo y hacerlo bien. Pero lo que no me gustó fue la segunda parte de su aseveración: “la narrativa se vende más”. Sentí un aire de mercantilismo en esta expresión. Yo no le quité nunca razones a William Mejía, pero no las compartí, en nuestro contexto el decía la verdad, pero yo me resistía a compartirla, sabía que si seguía su consejo podía matar al poeta, pero por otro lado podía ganarme al narrador y un dinerito. Así fue, publiqué mi primer libro de cuentos en el cual incluida varios premiados en concursos nacionales y regionales y solo vendí cien ejemplares, los otros los regaló la Secretaría de Estado de Educación a estudiantes (Esa entidad patrocinó los costos de impresión). Fui felicitado por muchos buenos amigos del pequeño círculo que tuvo acceso a la lectura de “Llantos de flor en las sombras de sus ojos”. No olvido las palabras alentadoras de Chiqui Vicioso, Ana Silvia Reynoso de Abud, Celsa Albert Batista, Avelino Stanley, Emilia Pereyra, y Luis R. Santos. Se confirmó la teoría de William Mejía de que podía escribir cuentos, pero las ventas fueron desastrosas.
Presten atención a esto, unos días después de la publicación de “Llantos de flor en las sombras de sus Ojos”, llevé diez ejemplares a la Librería La Trinitaria, y doña Virtudes, con su gran simpatía, me los recibió para venderlos a consignación. Tres años después fui a la librería y pregunté por mis libros. Bueno, los buscaron en los tramos y no los encontraron. Yo estaba feliz porque tenía la certeza de que todos se habían vendidos, porque, según yo, había pasado mucho tiempo. Después buscaron en los listados de los libros entregados y no aparecía. Al rato, una mirada furtiva de uno de los dependientes vio los libros en un promontorio juntos con otros, entiendo que eran libros que no vendidos. Los contamos, eran exactamente diez libros, o sea que en tres años, no se vendió ni un solo de ellos, y eso que William Mejía me había dicho que los libros de narrativa se vendían más. Sentí una gran tristeza, pedí que me los devolvieran y cargué con ellos con un tórrido Sol por la zona colonial de Santo Domingo. Tuve que aprender mucho de esta experiencia, pero una vez por poco se muere en mí el poeta y en otra por poco se muere el narrador. Pero al que le pica el pájaro del arte, esa vaina va con uno por encima de todas las cosas del mundo.
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