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domingo, 16 de enero de 2011

El Museo de las Ruinas

Cassandro Fortuna:

El Museo de las Ruinas
Un libro para mover la historia


República Dominicana, una nación engendrada por ideales dignos y nobles, pero construida a imagen y semejanza de intereses extranjeros. Un pueblo que da evidencia histórica de sus orígenes: hijo de la sangre y el sudor; vejado por la violación y el robo desde que el bigote y la barba pisaron su suelo; refugio de nobles villanos y cuna de grandes hombres. Una nación de hombres prominentes no habituados a pensar con cabeza propia, siempre cumpliendo ordenes foráneas. >>


<< La república, relincha inquieta en la voz de nuevos pensadores, pero al oído dormido no le gusta el escándalo de la verdad. Empero, es preciso verla, porque el germen de la patria grande está allí, esperando por verdaderos lideres que vean en esa parte de la isla el terreno de todos y no la finca particular de un sector.

Para ver la verdad de una historia y de los héroes que incidieron en la misma, tenemos que apartarla de la lealtad aprendida y la disciplina social impuesta por los mismos villanos de la historia. Necesitamos, por consiguiente, de una visión crítica y Libre, apartada de la mística y la fantasía teopolítica del patriotismo sin fundamento. El Museo de Las Ruinas, un ensayo del escritor dominicano Cassandro Fortuna, nos ofrece un pensamiento abierto que reconstruye la desgracia histórica de la siempre joven República Dominicana, con el propósito de crear una autoevaluación social que conduzca a una unidad consiente de nuestro pueblo y a un liderazgo legítimo.

"En la actualidad la gente está harta de oír siempre la misma historia, muchas veces no solamente mal contada, sino carente de sustancia, de vigor y de espíritu. Los pueblos muestran apatía hacia los actos oficiales que tienen que ver con la historia. Los encuentran cansones y aburridos, y de paso, pierden interés por la Gran Historia Nacional. La consideran inútil, porque no saben qué van a hacer con ese pasado."
Así se expresa el autor en su libro, al hablar de la necesidad social de revisar la historia y extirpar de ella la vergüenza y la estupidez.

Ciento cincuenta y una páginas que nos invitan a la reflexión como pueblo; un libro de denuncias severas que evocan la verdad de nuestra historia. Verdad que despeja espacios en nuestras mentes y nos muestra un movimiento más lógico, el cual ha de conducirnos al verdadero amor por la patria y al respeto por los hombres que verdaderamente fueron grandes. Con esa mística del más acá si es posible hablar de una patria auténtica.

"Al conocer nuestro amargo ayer, arribamos, como muchos otros, a la grave conclusión de que Buena parte de lo ocurrido en nuestra isla tenía muy poco de virtud o de dignidad; más bien, salvo contadas excepciones, se trataba de una colección interminable de penosas acciones marcadas por la ineptitud o la malevolencia; en donde aparecen con pasmosa frecuencia salteadores, criminales, y canallas ocupando los primeros planos de la vida nacional."

Tenemos que bajar los santos del altar de la patria y canonizar a los dignos por sus hechos. Que sea el pueblo quien unja con su conciencia a sus hombres justos.
El Museo de las ruinas es un espejo leal de una triste semejanza existente entre la mayoría de los pueblos latinoamericanos. Los documentos están allí, quitémosle la razón a Cassandro Fortuna mostrándole lo contrario.

Confrontando la Historia

Nuestra gran tragedia histórica ha sido la falta del Gran hombre...

"No es fácil opinar contra los propios intereses"
Jaime Balmes


ALFONSO DE LAMARTINE, poeta y escritor francés, que produjo dos magníficos tomos sobre la Revolución Francesa, escribió al principio del primero, refiriéndose a tan descomunal jornada: "La sangre derramada a raudales no solo impone terror y piedad, sino que alecciona y ejemplariza. Este es el móvil que me impulsa a contarla".

Al abordar el discurso histórico desde esa perspectiva, La Martine se inscribía dentro de la escuela de ilustres personajes como Plutarco, Polibio, Cicerón, Nicolás de Maquiavelo y otros como el no menos celebre Tucidides, los cuales concebían la Historia como "maestra de la vida". Ese estilo de enfocar la Historia tiene sus adeptos y sus críticos. Nosotros estamos entre los primeros. Creemos en una Historia donde pueda fusionarse la legitimidad y la utilidad a fin de operar como guía para la acción. No compartimos el criterio inútil de Goethe y de otros, según el cual "escribir Historia es un modo de deshacerse del pasado", más bien, como creemos en la utilidad de la historia, nos identificamos con criterios tan añejos como los de un Diderot, que le asigna a la Historia un papel activo.
Reflexionando sobre el decisivo rol de ésta en cuanto al desarrollo de los acontecimientos políticos y sociales de la Francia en la segunda mitad de siglo XVIII, tiempo en el cual se produjo la Revolución Francesa, reflexiono que "si desde los primero tiempos la historiografía hubiese tomado por los cabellos y arrastrado a los tiranos civiles y religiosos, no creo que estos hubieran aprendido a ser mejores, pero habrían sido más detestados y sus desdichados súbditos habrían aprendido a ser tal vez menos pacientes.

La Historia Dominicana, por su parte, no solo está llena de sangre en grandes cantidades; sino que es una colección aterradora de ineptitudes y canalladas que son una verdadera pesadilla y breves momentos luminosos, dignificadores de lo mejor y lo más sano del hombre y la mujer dominicanos.

Todo ello se desprende del penoso liderazgo que hemos tenido y de las complejas etapas en las cuales este se ha desenvuelto. Como se ha visto, es ahí donde hemos hecho mayor énfasis. Multitudes de hombres pequeños y sin condiciones, sin suficiente calidad humana, procurando estar
al frente de los destinos nacionales. Ello puede apreciarse desde los primeros días de la colonia hasta la vida republicana.

¿Cuántos grandes hombres hemos tenido en el mando? Salvo las escasas excepciones conocidas, ¿ha sido nuestro liderazgo histórico admirable? ¿ha tenido dotes innegables? ¿ha sido digno de dirigir el país? Sin duda en muchos de ellos ha habido valor, patriotismo y pasión; pero a una buena parte le ha faltado inteligencia y buena fe; cuando no, la coyuntura les ha cerrado el paso, llevándolos, generalmente, a la destrucción. Otros, admirablemente dotados para guiar la nación, han sido fulminados por el todopoderoso status quo o stablishment y no han faltados los inspirados, hombres extraordinarios, pero que, como el histórico fraile del medioevo, llamado Pedro el ermitaño, han llevado sus seguidores a una muerte segura.

Nuestra gran tragedia histórica ha sido la falta del gran hombre en el mando supremo. Es la queja permanente. El vacío constante. Volvamos al pretérito. En la segunda rentad del siglo pasado, el general Pedro Santana
inauguró la vida republicana. Pudo darle a la naciente Republica un carácter diferente; pero optó por la dictadura. No tenía genio político y actuó muy por debajo de sus excepcionales dotes militares. En cuanto a los demás que dirigieron el país ¿qué podemos decir? Es tarea inútil hablar sobre Báez, Lilis, Horacio Vázquez o Trujillo.

No estamos calumniando a los muertos. La tesis que se maneja en este trabajo se apoya en los principales libros de historia dominicana. No hemos inventado nada. A partir de esa realidad, precisamente, antes de escribir el material que se ha leído hicimos un esquema de trabajo, luego de una cuidadosa reflexión. Discurrimos, mentalmente convencidos, de que nuestra historia es amarga, con cuadros más trágicos que felices, salpicadas de dolores más ácidos que el alquitrán, atravesada cruelmente por las ambiciones desmedidas, dentro del contexto de un sucio pasado, que carecía de grandes hombres en el mando y que en ella resaltaba la miopía, la torpeza y la incapacidad de sus lideres para ver el futuro y para concertar.

A partir de esas y otras hipótesis nos dispusimos a buscar datos al respecto que confirmaran o desmintieran nuestro punto de vista. Las confirmaciones fueron encontradas en forma copiosa, como se ha visto.

El aspecto trágico de nuestro pasado lo encontramos en todas las épocas, pero básicamente en el origen mismo de la colonización con el asesinato masivo de los aborígenes. La parte ridícula y dramática la podríamos hallar en la conducta de nuestros líderes, la mayoría de los cuales, al paso de los años, demostró no estar preparado para la vida republicana; así como Mirabeau y Lafayette no eran hombre preparados para la Revolución Francesa, muchos de nuestros lideres más prominentes no lo fueron para la vida democrática.

En cuanto al tinte irónico del pasado dominicano, no hay ilustración más precisa y llena de dramatismo, que la de los forjadores de la nacionalidad: la mayoría de estos no solamente fueron desarraigados del poder, sino que algunos murieron en el exilio y otros acabaron sus días en el paredón.

Algunos pensadores de nuestro país han hecho planteamientos muy pesimistas del pueblo dominicano. La Historia Nacional los avala. Esa historia debe ser expuesta con un tono descarnado a los ojos de las nuevas generaciones.
Amargamente, todo es tan bizarro en ese sentido, que algunos de nuestros hombres más notables tienen un amplio expediente de asesinatos, y es tanta la insensatez que se respira en la conducta de muchos de nuestros hombres representativos que prácticamente habría que borrarlo todo y comenzar de nuevo. Sin embargo, a contar de esas realidades es que debemos construir el futuro. No podemos hacer otra cosa. Ninguna historia nacional es un jardín de rosas, pero la nuestra está llena de fracasos, crímenes y errores.
Somos la nación de los Grandes Ideales asesinados.

Por las páginas de nuestra historia han corrido los nombres de mucha gente notable de nuestro pasado más remoto y reciente. Se ha visto el cuadro desproporcionado de nuestros eventos importantes y los absurdos ganan la partida. El fracaso de nuestro liderazgo histórico es, probablemente, la nota más llamativa y he aquí que vivimos dentro de un clima de pobreza, con una sociedad en descomposición, donde se le rinde culto a la truculencia, donde el fraude es parte de la cultura política y donde es lugar común la arenga patriotera y la vigencia del vulgar político oportunista. Fracasado nuestro liderazgo histórico, nos hemos quedado muy pequeños como nación y hemos creado toda una cultura del patriota farsante y todo un culto a las mentalidades despóticas.

Como afirma José Ortega y Gasset hay generaciones que no se guardan la debida fidelidad y que se traicionan a si mismas, eluden sus responsabilidades y no se acogen a los retos de su tiempo, se colocan de espaldas a la historia y cometen la grave y lamentable falta de autodefraudarse.

De los días de la colonia es inútil hablar. De 1844 en adelante la miopía de nuestros dirigentes es manifiesta, aunque había mucha gente preparada y notable que sufría al ver la pobreza de la cultura nacional, así como los desaciertos políticos y económicos. El egoísmo ocupa un lugar de prominencia en nuestra historia. Santana y Báez, como hemos dicho, no tuvieron esa capacidad de concertación que hubiera contribuido, de un modo determinante, a la configuración de una República diferente. Iletrados y personajes con cultura, todos pensaron al mismo nivel. Pequeños burgueses, grandes propietarios, miembros de la clase baja, todos pugnaron por llegar al poder a expensas de la tranquilidad nacional, el futuro del país a corto y largo plazo y la disociación del Estado.

Las ambiciones desmedidas y las traiciones, han sido elementos que han estado presentes en el discurrir de la Historia Nacional. Los trinitarios fueron traicionados; quienes los condenaron al destierro o al patíbulo no intentaron implementar una medida menos trágica para esos verdaderos héroes nacionales, Sencillamente los quitaron del medio.

Así viene cojeando nuestra historia hasta el día de hoy. Internamente no hemos sabido entendernos. Como hemos dicho, nos ha faltado la presencia de los grandes hombres en los diferentes niveles del poder y en los liderazgos determinantes. De ahí el título de mi libro: "El museo de las ruinas". ¿En verdad somos eso? ¿Se trata de una exageración? cuando escribía este trabajo le mostré los originales a un amigo, profesor con más de 20 años de experiencia, al ver el título, que para entonces era "La nación de los Ineptos", se escandalizó, no porque no lo compartiera; sino porque le parecía muy duro; pero a poco tiempo guardó silencio y adoptó una aptitud reflexiva. Con otros dominicanos se ha repetido una experiencia parecida. Mucha gente que vive en este país se turba al hacer contacto con la historia dominicana analizada con crudeza.

A más de 150 años de la Independencia, los dominicanos no han asimilado, adecuadamente, qué ha pasado con su país, no conocen su historia, no la recuerdan, no saben pensar históricamente, expuestos siempre a cometer las mismas faltas con las mismas consecuencias. A ese respecto celebre y trágica es la frase de Ortega: "quienes no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo".

Hace poco, mientras preparaba este ensayo, le Comenté a alguien que un presidente dominicano del siglo pasado, llamado Buenaventura Báez, hizo ingentes esfuerzos para lograr que nuestro país fuera anexado a los Estados Unidos. La persona en cuestión, cuyo nombre me reservo, me preguntó con verdadero interés " ¿Y qué paso, por qué no lo hizo?".
Yo le dije "Bueno, mucha gente se opuso, entre ellos un senador norteamericano, llamado Charles Sumner". Mi interlocutor hizo un gesto desagradable y comentó "Ese senador metió la pata". Aunque resulte Curioso o alarmante esa fue su respuesta.

Cassandro fortuna:
Escribe desde los 11 años. Nació en San Juan de la Maguana. Actualmente ejerce el periodismo y la cátedra universitaria. Tiene varios libros inéditos. Es licenciado en ciencias de la comunicación social, graduado en la Universidad Interamericana. Ha ganado diversos concursos literarios. Produce programas de radio y televisión en su ciudad natal.


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