VICTOR GARRIDO
La obra poética de Víctor Garrido vivirá mientras existan el amor a la patria, el culto de la belleza y la obligación rendida a la mujer, como trilogía básica de temas que fecundizan el canto humano que pasa por la garganta de los siglos.
Por el Dr. JULIO JAIME JULIA
Quien se asome con ánimo inquisitivo al variado universo de la poesía dominicana contemporánea, se encontrará con que entre los altos exponentes de nuestra incontrastable riqueza poética hay un valor que presenta los más diversos matices al través de todo el panorama de su exquisita labor creadora.
Nos referimos a la definida y vigorosa personalidad de Víctor Garrido.
El espectáculo de su depurada obra poética nos muestra un temperamento dueño de vibrante colorido, de fuerte potencia descriptiva, conocedor como pocos de la misteriosa música del ritmo y que logra además imprimirle a una buena parte de su producción un cálido acento de romanticismo y un tono de sensualidad discreta que culmina a ratos en tonalidades orquestales y relieves escultóricos.
La fluyente inspiración que se desmaya en refinadas galanterías, deviene a veces en ímpetu arrebatado que exalta la sagrada divinidad de la patria y el elogio merecido de sus héroes proceros y de sus acciones portentosas.
El amador incansable de la belleza que hay en él, el enamorado impenitente que pulsa su lira al conjuro de los claros de luna y de la sinfonía recóndita de las estrellas, es poeta de virilidades que remansa en su numen estremecido las esencias de su amor patrio para verterlas en la copa de su estrofa cincelada.
En honor a la verdad, podemos afirmar que Víctor Garrido es el lírico dominicano más polifacético.
Para comprobar esta aseveración hagamos un corto recorrido por su amplio mundo poético.
REPRESENTATIVO DEL MODERNISMO
Nos decía en una ocasión el fenecido escritor Ángel Rafael Lamarche que Víctor Garrido en su concepto era el representante por autonomasia del movimiento modernista dentro de la poesía dominicana.
El ilustre ensayista agregaba que no se explicaba cómo esta interesante y valiosa modalidad de la obra poética de nuestro compatriota no había sido señalada anteriormente por ningún otro crítico literario.
Compartimos de pleno ese juicio del eminente crítico desaparecido.
POESIAS COMPLETAS
(1910-53)
Buenos Aires, América, 1954, 223 Págs.
Con un título, en absoluto desacuerdo, por lo limitativo, con gusto particular, el poeta recoge 84 frutos de su resplandeciente cosecha interior, y divide el libro en cuatro partes perfectamente diferenciadas.
En la primera que él llama “Canciones del alba rosa” reúne 20 composiciones entre las que sobresalen algunos aciertos indudables que han ganado un merecido renombre al autor y lo han situado por derecho propio entre las más grandes voces poéticas de su tiempo.
En nuestra opinión los mejores logros de esta parte son tres: “Hogareña,” “Elegía blanca,” laureada que goza de una indeclinable popularidad y “La elegía del Laurel,” una fina rosa de sentimiento.
La segunda parte “Arias de otoño” engloba 38 poemas, entre los cuales se destaca precisamente “Arias de otoño,” de estrofas maravillosamente bien logradas en las que la frase melodiosa consigue repetidas veces la armonía plena de la música y la arquitectura de la idea poética está realizada con una suprema elegancia estilística.
Para nosotros “Arias de otoño” es sin lugar a dudas el mejor poema amoroso de Víctor Garrido.
También son acreedoras a una mención estas composiciones: “La Última cita,” revelación de culminante galantería; “Bajo mi tienda,” una nota de evocadora nostalgia íntima; “La Canción de mi herida,” serena ofrenda de amor filial; “Ángelus,” un preciso trazo descriptivo; “Señor,” soneto de elevación mística; y “Coloquio con la luna,” siete sonetos originales en los cuales queda plasmado una pulcra brillantez emotiva.
La tercera sección está compuesta por 17 piezas bajo el título de “Poemas telúricos.”
En este grupo hay admirables creaciones como “El Poema Salvaje,” estupenda pintura de las luces de un paisaje de atardecer, henchido de sugerencias; “Crepúsculo,” otro poema descriptivo en que impera el dominio de la forma con que matiza de poderoso colorido la claridad de sus ideas y la limpieza de sus imágenes el inspirado bardo; y una serie de sonetos como “El Camino en la montaña,” “El Poema de la sabana” integrado por once sonetos formidables que le valieron el galardón de un premio en Juegos Florales; y “Atardecer” que forma parte del tríptico que el poeta bautizó como “Canción de la montaña.”
Conviene poner de manifiesto para completar este breve comentario al respecto que Víctor Garrido ha sido considerado por los entendidos en la materia como uno de los mejores cultivadores dominicanos de tan difícil género literario como lo es el soneto.
Muy numerosas pruebas de su maestría de sonetista las hay desparramadas a lo largo de su relevante labor de más de cincuenta años en el fervor ininterrumpido y devoto a los más generosos intereses líricos. Entre estas pruebas podría señalarse, como un brillante de aguas puras, el galardonado soneto Paz, a las Ruinas de San Francisco.
La última parte del libro la constituyen nueve poemas reunidos con el título “Sangre.”
Las dos piezas sobresalientes de esta sección son las “Loas al Padre de la Patria,” monumental canto a Juan Pablo Duarte, el más decoroso y enérgico que haya entonado poeta alguno de nuestra tierra en alabanza del Libertador Máximo.
Podemos afirmar que este canto tiene acentos grandilocuentes y está elaborado en un lenguaje pletórico de nobleza y dignidad, vaciadas en el molde griego de los buenos tiempos.
En un canto hecho con pulso pindárico y corresponde enteramente a la gloria inmarcesible del inmortal patricio, cuya grandeza es un sol sin ocasos.
Nos atrevemos a decir sin rodeos que para nosotros ese canto a Duarte y el “Poema de la Sabana,” son las dos concepciones más cimeras en la fértil tarea poética de Víctor Garrido, por la fuerza del sostenido impulso creativo y por la potente llama que cual fuego purificador alumbra las encendidas regiones de su astro.
La otra pieza es titulada “Patria,” sustentada en significativos versos pareados donde se desplaza la espontaneidad de su lira en un torrente de hallazgos afortunados que demuestran abundosamente la innegable calidad del poeta y el inextinguible amor que profesa a la divinidad radiante de la patria y sus vivencias sublimes, altísimo hontanar de donde mana, como fuente inagotable, el hilo sacro de la vergüenza y el honor de las generaciones dominicanas, en las rutas del tiempo y el espacio, ante los ojos de Argos de la historia.
SU OBRA INEDITA
Tenemos a mano y deleitosamente hojeamos su libro de poesía, todavía sin publicar, bajo el título “Poesías completas,” II Tomo.
El autor divide su poema en siete partes “En los jardines de Eros”, “Bajo un árbol del camino”, “Antonio”, Romance de Antonio Duvergé, “En torno del amor y la muerte”, “En el arca” y “Homenaje líricos.”
La primera parte la componen 29 poemas y dos traducciones del francés, una de ellas premiada, de versos del doctor Heriberto Pieter.
Esta parte del volumen confirma espléndidamente nuestro aserto de que la cuerda amorosa tocada por Garrido se derrama en sus manos en una perfumada eclosión de rosas.
Maneja pues, la nota erótica con gallardía de maestro. Muestras de sobra hay de ello
Se destacan en esta sección los “Poemas del campo”, tres magistrales pinceladas de fresca inspiración que se baña en el rocío promisorio de la naturaleza.
Reproducimos a
“Crepúsculo”, una verdadera joya lírica:
Se desmaya entre rosas dulcemente la tarde.
Vagan en el silencio los campestres rumores,
y mis oídos sabios recogen en el viento
los mil sones que vienen fugitivos del bosque.
Las gasas del poniente como enseñas caídas
desdibujan las lomas coronadas de pinos,
y en el cielo azulado como lago profundo
agitan su pañuelo las estrellas de estío.
Un manto de tristeza se desdobla en los aires
mientras la clara noche tímidamente avanza.
El alma se estremece de ternura tan honda
que quisiera salir por los ojos en lágrimas.
La segunda parte agrupa 18 poemas que abordan una temática tan rica como disímil.
Hay aquí composiciones realmente joyantes como “Viejo camino,” “Claridad,” “Destino,” “Tierra mía,” “El regreso,” “Oh, tardes sobre el mar” y “Pobre luna,” siete muestras de originalidad, buen gusto, fondo filosófico, destreza expresiva, pasión telúrica y emotivo refinamiento.
A continuación reproducimos estos dos magníficos sonetos:
DESTINO
¿Por qué en zozobras y amarguras ando?
Caminante en el tren de mi destino,
las sombras del misterio atravesando
mi vida va por donde acaso vino.
¿Por qué temer? ¿Por qué vivir dudando?
Soy arena en el viento del camino,
y si voy descendiendo o rebotando
lo sabe solamente el torbellino.
Quiero vivir la calma de mí mismo,
que si el nacer me destinó a lucero,
alumbraré por ley de fatalismo.
Nadie escapa a su sino verdadero.
Si te para de súbito el abismo,
es que llegó el final de tu sendero.
EL REGRESO
Retorno a ti para vivir de nuevo,
pues siempre vas al corazón prendida,
y tu recuerdo por el mundo llevo
como la novia que jamás se olvida.
En tus llanuras cultivé mis flores;
en tus forestas aprendí mi canto;
soy un pájaro más de tus alcores
que en la ciudad envejecerá un tanto.
¿En dónde está cuánto me fuera amado?
La plaza con sus próceres laureles,
el prado en flor, el javillar del río?
Las mudanzas del tiempo te han cambiado,
y solo mis nostalgias les son fieles
a todo aquel encanto que fue mío.
La tercera parte está formada por un largo poema consagrado a la exaltación de la figura de un pintoresco tipo popular y la cuarta por un “Romance de Antonio Duvergé,” acerca del cual ha dicho el alto poeta Porfirio Herrera que “tiene vida, movimiento, colorido y ambiente y el aliento y tono épico, propios para exaltar la figura cívica y marcial del héroe”.
La quinta parte la integran 19 canciones en torno al amor y la muerte en las cuales el poeta se aparta no solo de su acostumbrado modo expresivo.
La sexta parte abarca tres ofrendas de entrañable devoción enternecedora a Nuestra Señora la Virgen de la Altagracia, dos de ellas laureadas con primeros premios en pasados Juegos Florales.
Se trata de una oración, un canto y una invocación, esta última en prosa poemática.
El cuarto alcanza una altura celeste, una elevación sencillamente extraordinaria que posee intensidad de rezo y vuelo de plegaria.
La parte final recoge 14 tributos de rendida galantería a la belleza femenina que incluyen salutaciones a reinas y delicadas páginas de álbumes, saturadas de felices imágenes y aladas estrofas, plenas de claras y luminosas metáforas.
Es el obligado diezmo del poeta a la hermosura de la mujer que pone en sus labios la entusiasta loas del enamorado constante que vive en él. Homenaje admirativo al cual no han podido sustraerse ni aún los más grandes poetas.
Esta es una de las frases más próvidas de su basta producción creadora, prez y gala de la honrosa tradición que sustancia con su savia vivificante la buena poesía dominicana de siempre.
La obra poética de Víctor Garrido vivirá mientras existan el amor a la patria, el culto de la belleza y la obligación rendida a la mujer, como trilogía básica de temas que fecundizan el canto humano que pasa por la garganta de los siglos.
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