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martes, 12 de abril de 2011

El concepto de hegemonía es crucial para comprender algunos aspectos del Olivorismo.



Olivorio Mateo "crucificado", icono de la resistencia cultural y espiritual kiskeyana

POR: FERNANDO VALERIO-HOLGUIN, PhD
Profesor y narrador

FORT COLLINS, Colorado.- El Olivorismo ha captado la fascinación de algunos intelectuales dominicanos y extranjeros no sólo por la intensidad y por las implicaciones sociopolíticas sino también por la duración de dicho movimiento en sus diferentes fases. El Olivorismo como tal ha sido objeto de estudios sociológicos, históricos y antropológicos. Sin embargo, aún no se ha analizado este movimiento en sus articulaciones culturales y en las luchas antihegemónicas que le ha planteado a la sociedad dominicana.

El concepto de “hegemonía” es crucial para comprender algunos aspectos del Olivorismo, en particular, y de la cultura popular en general. De acuerdo con Antonio Gramsci, la dominación social por parte de las elites no se realiza siempre ni necesariamente a través de la coerción, sino de un “consentimiento” logrado a través de los medios de comunicación y el arte. De esa manera se conforma un “liderazgo normal e intelectual” como imaginario social.

John Storey agrega que “la hegemonía es un proceso marcado por la resistencia como por la incorporación”.

Hay un momento en que la “negociación” entre los grupos dominantes y subalternos se rompe, lo que produce una crisis en el “consentimiento” y entonces se pasa a una mayor resistencia cultural y/o armada como consecuencia de la represión por parte de los aparatos del Estado.

Pero antes de producirse la ruptura de la hegemonía, la resistencia cultural de grupos subalternos puede ser entendida como lo que John Fiske denomina una “resistencia semiótica”, en la que los sujetos están mas interesados “en el placer, la significación y la identidad social”.

La resistencia semiótica consiste en la producción de signos por parte de una comunidad. Dichos signos constituyen una opción a aquellos producidos por las elites del país. De acuerdo con Fiske, la resistencia semiótica no debe verse única y exclusivamente como oposición al poder, sino también como producción de poder por parte de las clases subalternas. En el contexto de esta semiótica, no existe una sola resistencia en bloque sino “una gran multiplicidad de aspectos y formas de resistencia, una gran variedad de resistencias”.

ALGO MÁS
El movimiento persiste

El Olivorismo, que tuvo su época de distensión, y de mayor estabilidad y desarrollo entre el gobierno de Ramón Cáceres (1906) y la Primera Intervención Norteamericana (1916-1924) y después de la muerte de Trujillo (1961), nació y se desarrolló como un movimiento de resistencia semiótica.

Como nación utópica con su propia religión, y por tanto su propia teología, con su propia moral y sus propias reglas, constituyó un espacio alterno que le planteaba retos intolerables a la cultura hegemónica. Creó un espacio de resistencia a las fuerzas de homogeneización de los grupos dominantes; resistencia que se manifiesta en la producción de una cultura popular apartada de la moral, los hábitos, conducta y mentalidad neocolonialista de las elites dominicanas.

En ese sentido, los olivoristas crearon su propia comunidad semiótica a partir de las tradiciones ancestrales: cánticos, historia y elementos de religiones sincréticas como el vudú. Las elites fracasaron en su intento de lograr el “consentimiento” por parte de aquella aislada y remota comunidad por lo que tuvieron que recurrir a la represión armada para erradicarla, Aún así, la producción semiótica del Olivorismo continúa vigente en la fe y la esperanza de muchos dominicanos.

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