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martes, 17 de mayo de 2011

Chispero de volcanes en un valle submarino




Cráter del volcán Alto del Guayabal, en Asiento de Luisa.

FÉLIX SERVIO DUCOUDRAY

La naturaleza Dominicana-Volcanes

El valle de San Juan empezó en el agua y terminó en el fuego.

En el principio era el fondo de un mar no muy profundo, mar que empezaron a cegar los rellenos de roca triturada que bajaban de las cordilleras que le pusieron límites —y orillas— por el norte y por el sur. Era también entonces cementerio marino, donde una ley azul —como tiene que ser el ejercicio de la gravedad en ese trance acuático y salino—depositaba en su lecho la muerte de dura rosa del molusco, cuando la concha es ya solamente su mortaja de nácar, o espinazos de pez abandonados donde la carne deja su mapa de varillas esquemáticas.

Después, cuando el valle sacó al aire su pecho pantanoso que finalmente, oreado por la brisa, quedó seco, le sobrevino el manto de lava de los volcanes de San Juan, últimos que hicieron erupción en el país.

Todo eso, desde luego, no de la noche a la mañana sino a lo largo de unos trece o quince millones de años, puesto que comenzó –ese proceso de complejas superposiciones geológicas al despuntar la época del Mioceno, hace 26 millones de años aproximadamente, pasó por los trece millones que duró el Mioceno y llegó hasta el vulcanismo sanjuanero, a la entrada del Plioceno, la etapa geológica siguiente y que duró –con los años de la entrada y con el resto, otros doce millones poco más o menos. El millón que falta para completar la cuenta (ya que 13 más 12 sólo suman 25) lo lleva ya el Pleistoceno, que es la época geológica en que estamos.

Dicho de otro modo: el valle de San Juan fue inicialmente una cuenca marítima de sedimentación miocénica a la que luego unos volcanes le metieron candela.

Tiene entre 15 y 20 kilómetros de anchura, con 80 de largo; pero que pasada la frontera cambia de nombre, aunque no de cambrones, y se prolonga en el Plateau Central de Haití.

Por el este lo separa del llano de Azua una serie de pequeñas colinas, las últimas de las cuales son las que uno ve, yendo hacia la ciudad de San Juan, cerca de El Guanito. Desde ese recodo corre hacia el oeste entre la cordillera Central y la sierra de Neiba.

Pero ahí no empezó todo.

Nuestra isla salió del mar, como Venus, cubierta de caracolas y de algas, al día siguiente de haber abierto sus corolas las flores iniciales del planeta.

O como lo diría en el aula un profesor de geología atento a otras señales: empezó a formarse a fines del Cretáceo, período geológico que data de unos cien millones de años.

Y no salió toda ella del agua al mismo tiempo.

El sol besó primero las cumbres de las cordilleras, por lo cual el valle de San Juan aparece, en la biografía de esta isla, como una demora submarina después de las montañas, lo mismo que el valle del Cibao. Los ríos eran cortos todavía. Corrían únicamente por montañas, y en acabando de caer por sus laderas ya estaban en el mar, que al pie de ellas les lamía las rocas. Apenas había playas. Era antes de la arena, cuando aun los molinos de la geología no habían tenido tiempo de triturar la piedra de cuarzo y convertirla en grano derruido. Tajo: esa es la palabra. Porque la corriente impetuosa de los ríos es hacha en la montaña. Corta y se abre paso ahondando su lecho entre la roca. La arranca, la despeña, convertida en añicos, pule el canto y le reduce el porte y la vuelve a partir en trozos aun más diminutos, siempre aguas abajo.

Así baja el Cretácico hasta el mar que lo espera con sus fauces abiertas.

También la lluvia muele las rocas poderosas.

Uno piensa que el agua del cielo es agua pura. Pero no: le roba al aire pequeñas dosis de bióxido de carbono, y este gas, combinado con el agua, da ácido carbónico. Así el agua lluvia es un ácido débil que, penetrando en la piedra, va desmenuzando poco a poco el feldespato hasta convertirlo en arcilla y deja suelto el cuarzo hasta transformarlo en arena, o disuelve la cal de la calcita.

También la abrasión del aire lima las aristas más duras y las deshace en polvo. Y cada raíz es cuña que revienta las piedras. Y aún hay animales, incluso diminutos, que horadan el peñasco, al cual hace quebradizo el sereno nocturno tras el recalentamiento solar.

Y así vienen derrumbes que se precipitan al pie las faldas de la cordillera Central y de la sierra de Neiba. Sus estratos inicialmente horizontales, sometidos después a empujes portentosos, acabaron casi verticales en la formación Abuillot, de la cual puede verse un ejemplo típico en la loma de El Número, o, ya en los linderos del valle de San Juan, en la loma del Yaque (que nada tiene que ver con los ríos de ese nombre). En las laderas que circundan ese valle aparece también, donde falta la caliza de Abuillot, la formación Plaisance, también del Eoceno y constituida por roca arenisca en que predomina el cuarzo junto con elementos calcáreos.

Y ahora que empiece la construcción del valle de San Juan. «…al principio del Mioceno, los flancos de la cordillera Central se encontraban sumergidos, mientras las rocas formadas desde el Cretáceo hasta fines del Oligoceno Superior sufrían desgastes por la erosión y otros agentes atmosféricos; los materiales arrastrados se acumularon en la parte hundida y débilmente estratificados, formaron lo que el geólogo Whyte Cooke en 1920 nombró conglomerado Bulla». (Eugenio de Jesús Marcano, Conglomerado Bulla, 1979).

El río Yaque del Sur no tenía nombre todavía ni el despliegue de aguas largas con que se le conoció después; pero como gran hozador geológico fue esparciendo en el mar antiguo este conglomerado y rellenando con él los flancos de su curso al comienzo del valle, a lo largo de aproximadamente 11 kilómetros, en el paraje Loma del Yaque, que allí quedó tendido encima de las rocas calizas de la formació Abuillott. Bajó también al mar por Punta Caña, y sus guijarros de rocas ígneas y metamórficas muy deterioradas llegan, por Cañafístolo (donde se le ve un pe de la montaña, o demoliciones que los ríos siguen remodelando y llevándose de encuentro.

Todas esas potencias simultáneas desencadenan la erosión que redondea y rebaja las montañas, las convierte en arrastre y acaba acostándolas en el fondo de los mares.

Amás de la roca cretácica de la formación Duarte, la erosión abatía igualmente las calizas del Eoceno que se habían acumulado desde entonces en pequeño afloramiento) hasta las cercanías de la ciudad de San Juan. Este conglomerado Bulla es la base de todas las formaciones geológicas del Mioceno en nuestro país.

Sobre ella se depositó después, todavía a la entrada del Mioceno, la formación Arroyo Blanco, constituida por arenisca, conglomerado y arcilla, también llamada Cercado.

Los fósiles que contiene dan cuenta de que todavía era relleno submarino, y que el lomo del valle iba creciendo desde el fondo del agua. Cuando uno llega a Arroyo Salado, se encuentra (yendo de Azua hacia San Juan) con el Mioceno Medio: allí empieza la formación Arroyo Seco, contemporánea de la formación Gurabo del Cibao, y de constitución similar a la de la Cercado: arenisca, conglomerado y arcilla.

Y viéndole los fósiles uno puede afirmarlo sin temor a equivocarse: ese lugar en cuyos árboles crecen hoy abundantes y lozanas orquídeas estuvo también sumergido en sus comienzos.

La escasa profundidad del mar en esa cuenca de sedimentación la delata la abundancia de capas de yeso que aparecen en la formación Arroyo Seco: porque ese mineral quedó allí aprisionado al irse evaporando el agua, en un proceso de evaporación parecido al que opera en las salinas actuales. Más adelante, al abrirse las puertas del Plioceno (que empezó unos trece millones de años atrás) todas esas capas del terreno fueron cubiertas por los depósitos de cascajo y arcilla de la formación Las Matas, ya sin fósiles.

¿Acaso porque entonces ya el valle estaba seco después de colmados con el detritus de montañas los mares iniciales?

Es posible; pero sólo eso: posible. Porque aún hoy no son raras las playas que no tienen caracoles.

Poco después los volcanes encendieron su chispero; y queda, como rastro de la erupción antigua, el gran manto de lava que cubre por Punta Caña, al pie de la cordillera, los depósitos de la formación Las Matas, y que, llegando de allí hasta Yabonico, abarca unos 20 kilómetros en línea recta.

Finalmente llegó el bosque.

YA LOS VOLCANES DEL SUR NO PRENDEN CUABA

Imposible! ¡Pero si aquí no hay volcanes! Eso habrán pensado —quizás usted no— muchos de los lectores al ver el título del reportaje.

¿Volcanes aquí?

Y cuando uno señala alguno de los existentes —ése es uno de ellos—, entonces son los ojos a todo abrir de asombro.

Como le pasó al campesino con quien conversaba el profesor Marcano, por las tierras altas del paraje Asiento de Luisa, que bordea por el norte el valle de San Juan.

Tenía su rancho entre los lomeríos, y puesto en un terreno cubierto por extraños pedruzcos sueltos. Habíamos subido hasta allí para poder contemplar más de cerca el tope de uno de los cráteres; y era de ver la cara que puso cuando Marcano, indicándoselo con el dedo, le dijo: —Esa montaña es un volcán.

Le quedaba casi en el frente de su casa. Estaba cansado de verlo; pero nunca se imaginó que no fuera una montaña común y corriente como las otras.

Le volvió el alma al cuerpo cuando Marcano lo tranquilizó:

—…pero no se preocupe, que ya está apagado.

Eso fue hace mucho tiempo: cientos de miles de años.

En el valle de San Juan hay varios —cinco por lo menos—, siempre al norte, desde los rumbos de Hato del Padre y Asiento de Luisa —confín oriental de esa zona volcánica— hasta las cercanías de La Cabulla, pasando por Punta Caña y por La Jagua. Como extensión y remate de ella por el este ha de considerarse el cerro Los Frailes, en el valle del Yaque del Sur, casi pegado al sitio por donde ese río recibe las aguas de sus colegas Las Cuevas y río del Medio. En total unos seis cráteres.

De los cuales salió en forma de lava, en el período geológico del Pleistoceno, la roca de basalto (limburgita), que cubrió sedimentos más antiguos, en un territorio que abarca más de 85 kilómetros cuadrados, según lo calculado por William D.MacDonald (A Late Cenozoic Volcanic Province in Hispaniola, 1969).

Y cerca de allí, pero ya en Azua, por los rumbos del cruce de Las Yayas del Viajama y de Padre Las Casas, otra provincia volcánica, diferente de la sanjuanera puesto que no fue el basalto lo que predominó en sus efusiones, sino rocas más ácidas (mayor proporción de sílice), y que se prolonga como franja de cráteres sellados, hasta las cercanías de Constanza. También del Pleistoceno este segundo grupo. Ambos a dos representantes del vulcanismo final de las Antillas Mayores.

Quien me presentó los volcanes sanjuaneros fue el profesor Marcano. Y con él e Iván Tavares conocí los de Las Yayas del Viajama y Padre Las Casas. Lo cual, desde luego, no es llegar y «míralos ahí, son esos». Fue en una serie de salidas de investigación científica del Museo de Historia Natural, que se

—Por aquí el manto de lava ocupa una extensión aproximada de unos veinte kilómetros de largo.

No vimos más ese día.

Era preciso dejar corto el desvío para retomar el trayecto y volver al propósito central que llevaba esa excursión de ciencia.

Había visto, pues, uno de los volcanes —de lejos— y sus derrames —de cerca— que desde el cráter de salida echaron —ardientes— a correr viscosamente por ese territorio hasta que el enfriamiento los fue volviendo sólidos y acabó deteniéndolos.

Para el siguiente viaje ya había conseguido de Marcano la promesa: buscaríamos alguna entrada para ver hasta dónde podríamos acercárnosle al volcán que se divisa desde la carretera y cuyo cráter lejano nos llamaba cada vez que pasábamos.

Lo hicimos por Hato del Padre, mientras se rastreaban afloramientos de la formación Bulla.

Al pasar del poblado, lo teníamos cada vez más grande en el parabrisas del yip; pero un lodazal indescifrable nos obligó a devolvernos. Otro día será, me dije.

Y llegó ese día.

De sol, brisa secante y pocas lluvias en las vísperas, lo que descartaba la posibilidad de lodazales que cerraran el paso. Pudimos avanzar hasta el final de un camino. De ahí en adelante seguimos a pie.

Bajamos al fondo de una cañada donde encontramos el más potente y esplendoroso afloramiento de la Bulla, que llenaba por completo todo el espesor de la empinada barranca. Pasada la cañada emprendimos el ascenso de la loma.

Nos hallábamos al pie de Asiento de Luisa, que se alzaba más alto todavía.

Y enfrente de nosotros, casi al alcance de la mano, la estampa del cráter consabido en la cima de su loma.

Un campesino del vecindario nos dio el nombre, que no alude en absoluto a volcán ni cosa parecida:

cerro La Bandera.

Tampoco él sabía que lo fuera.

¿Y cómo iba a saberlo, si lo que allí veía resultaba lo más alejado de la idea que generalmente se tiene de cráter volcánico? Lo digo porque está casi relleno hasta el tope y además cubierto de conucos.

A quienes lo cultivan habrá que decirles: ¡Buen provecho! Porque los suelos volcánicos son muy fértiles.

Virtud que desde luego no queda confinada al cráter.

La poseen todas las tierras circundantes hasta donde alcanzó la carrera o el vuelo de las cenizas volcánicas, cuyo radio amplió además el arrastre de las partículas que la erosión dejó sueltas y fueron transportadas por el agua.

De todo lo cual resulta que el asustado campesino de Asiento de Luisa estaba equivocado: no debió ver la presencia del volcán como peligro sino como bendición para el empeño agrícola.

[[ULTIMOS EVENTOS VOLCANICOS EN LA HISPANIOLA.]]


Geólogo Santiago José Muñoz Tapia Subdirector Servicio Geológico “Un tercer centro eruptivo que consiste de coladas de varios tipos de volcánicos alcalinos máficos, distribuidos en una amplia área de 100 km al Noroeste de San Juan de la Maguana. La mayor parte del complejo está compuesta de derrames basalticos. Los cuerpos muchas veces singulares con extensiones hasta de 10 km.; igualmente aparecen con mucha frecuencia derrames basalticos donde dos o más flujos de espesores de hasta 10 metros se sobreponen uno al otro acumulando así hasta más de 200 metros de espesor total. En el informe de OLADE (1980) en las investigaciones de fuentes geotérmicas, ha datado un afloramiento de basalto junto a la Presa de Sabana Yegua en 1.7 Millones de años. A nivel regional los centros de emisión de tipo calcoalcalino siguen la dirección Suroeste-Noreste y parecen relacionarse con la “indentación de la Cresta” de Beata, los centros de emisión de tendencia alcalina se localizan en la zona de Haití y la zona de San Juan de La Maguana. Estas últimas manifestaciones volcánicas alcalinas se alinean con las directrices EsteNoreste-OesteSuroeste, tales como las fracturas de la Cuenca de San Juan-Azua. Con estas relaciones se podría explicar la casi coincidencia espacio-temporal de estos dos tipos de magmas tan distintos y que representan ambientes tectónicos también contrapuestos, ya que mientras los magmas calcoalcalinos se relacionan con regimenes compresivos, los magmas alcalinos suelen ser más profundos y se relacionan con fisuras en distensión.

Muestra de roca colectada en un afloramiento en Cerro Gordo, San Juan de La Maguana, de los volcánicos recientes, son rocas densas con fenocristales con masa elemental compacta, también en corrientes de lava, superficialmente hay variedades amigdaloidales con rellenos de carbonato. Otros afloramientos presentan corrientes de lava y montículos de escoria, con una elevada proporción de poros.”

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