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domingo, 10 de junio de 2012

GALO


RELATOS DEL SUR
Por Teódulo Mercedes
A veces pienso que su existencia es un recuerdo sin memoria de mi juventud.
Pero no, como sería recuerdo sin pasado, cuando lo busco en mi mente y lo puedo observar en las mañanas frías, en la cocina techada de yagua del patio de mi casa, aplastado, meneando las llamas que gritaban en el fogón de piedra, cuando el agua del café comenzaba a llegar al punto de ebullición, para ser pasado por la  tela parecida a una media vieja que se usaba como colador.
¿De dónde vino? No lo sé. Pero pienso que apareció en el barrio como los demás, de los campos cercanos que llegaban a casa de Cristino, como hacedor de andullos, y que con el tiempo se convertían en uno más de la familia de Juana y de los moradores del sector.
Como niño, al principio, cuando hice conciencia de su existencia, me impresiónó su destreza en la envoltura y pericia que demostraba en el tratado del tabaco, al elaborar esos “estantes” realizados con la colocación minuciosa de hojas de la planta, previamente seleccionadas y tratadas con el esmero de un creador de perfume.
Luego, por las fuerzas desplegadas en el tejido minucioso que tenía que hacerse, en las instalaciones largas que se desplegaban, de cerca de cincuenta metros para el  prensado del andullo, como producto final, proceso al cual era necesario un hombre de musculatura fornida, no como la del pequeño, pero corpulento Galo.
Su jovialidad era proverbial, sobre todo, cuando estaba sometido a las fuerzas extrañas que producía en los trabajadores de la andullera, la fuerza del Clerén, o del “Cara de Gato”, que guardaban en unos de los bolsillos traseros de los pantalones, cuando se producía la esperada paga.
Siempre se recordaba en los momentos de broma su más lograda frase, cuando afirmaba que él era tan guapo que peleaba hasta en el fondo de una botella.
Nunca escuché una queja sobre su comportamiento, entre los vecinos y vecinas del barrio, era  permanente su nombre en las voces de los moradores, de los que me acuerdo a Bonito Señor, con sus llamados para solucionar problemas caseros, de igual manera, donde Suna, la madre de Yoyón, y qué decir de mi casa, donde pasaba sus mejores tiempos de ocios, sobre todo en las noches, jugueteando con los niños, quienes no cansaban de pedirle les contara cuentos de muertos y de vacases, famosos en la mitología de ese inolvidable San Juan.
Pero lo que permitió, que en mi vida se convirtiera en un personaje inolvidable, fue su colaboración en un inolvidable día de San Juan, cuando las mariposa de múltiples tamaños y colores, en centenares, revoloteaban en el inmenso jardín de mi casa, lo que permitía que junto a David el de María, así como de Roberto, nos dedicásemos a la casa de los preciosos lepidópteros, para con un hilo amarrado en su cuerpo controlar sus movimientos.
En ese afanado trajín, nos acercamos a las empalizadas de doña Valdez Pérez y sin darnos cuentas, al atrapar un ejemplar blanco y grande de mariposa, molestamos un grandioso pañal de avispa, que cubiertos por hojas de jazmín que perfumaba el ambiente nocturno, había hecho de ese sector, su permanente morada.
Las avispas creyéndose atacadas ripostaron produciendo en mi cuerpo y el de mi compañero David, varias y dolorosas picadas.
El llanto y los gritos alertaron a mi abuela que presurosa salió de la cocina, donde trataba con una visitante, el cambio de un hermoso gato amarillo, hijo de su gata predilecta, por dos gigantes gallinas manilas, para crianza en muestra propiedad.
Luego de observar las picaduras producidas, en su enfado decía que eso se solucionaría cuando Galo tuviera tiempo y viniera para ensalmar las desgraciadas avispas que se habían reproducido en algunas plantas y en los aleros de la casa, techada de palma de cana, así como en el entorno de la cocina.
Para mí, era costumbre ir al final de la calle Estrelleta por los predios de Balito, el famoso tocador de los palos del Espíritu Santo, a buscar ensalmadores para dolores, sea de estómagos o de muela, ahora escuchaba que también esas acciones espirituales eran validas para las avispas.
Mi asombro no tenía límite, al escuchar a mi abuela decir que eso lo solucionaría el inefable Galo.
Cerca del medio día, apareció el personaje que escuchando las quejas de mi abuela afirmaba que eso no era nada, que le prestara el cabo de Coa, que había en el cuarto de la cocina, para prepararse y proceder al ensalme y limpieza de los picadores voladores.
Luego de proporcionar el utensilio, se alejó del pequeño grupo que observaba con curiosidad su proceder, el cual consistió en observar de manera detenida los aleros de la casa y la cocina, ubicar los pañales existentes en ellos, y luego hacer lo mismos en los arboles del jardín.
Sacó de un macuto una funda de papel marrón grande, como la que se utilizaba como embase en el “cemento Colón” y al lado de la mata de higüero, en la parte atrás de la casa, cavó una pequeña fosa, la cual media su profundidad con la funda de papel.
Luego, con una improvisada escalera, transportada del almacén de tabaco, subió hasta los lugares de panales de avispas y con misteriosos movimientos en su mano izquierda, se alejaba y acercaba a los panales, al mismo tiempo en que se observaba en sus labios una murmuración ininteligible. Luego de manera silenciosa las avispas se posaban en su mano y con movimientos delicados la depositaba en la funda de papel.
Ese ritual sucedió en todo y cada uno de los panales, sin ninguna picadura y sin ningún movimiento precipitado, estando los niños asombrados cuando observaban la mano izquierda del encantador de avispa, llena de las mismas, que cuan mansas pequeñas mariposas, en su remanso de paz y tranquilidad, eran depositadas en la funda de papel.
Después, lentamente, saco la mano de la funda, dejando su captura en el interior de la misma, depositó los insectos en el hoyo preparado con anterioridad y cubrió la mayor parte con tierra y a las no cubiertas procedió a darle fuego con un potente jacho de cuaba que de manera apresurada había encendido mi abuela para tan importante ocasión.
10 de junio de 2012. Santo Domingo

 
Excelente relato arrancado de la memoria de un actor directo del hecho. Teódulo nos presenta con un lenguaje depurado y buscando en los tejidos de su niñez para pintar con palabras la cotidianidad que envolvió a los adolescentes del barrio ubicado entre las calles Estrelleta, Caonabo, Duarte y Sánchez. La parte anecdotaria es motivo de añoranza barrial. Cristino, dueño de la pequeña empresa procesadora de tabaco,
Balito, Patria,Sulin, Helena,Jandito, Bonito señor,Quirrin y otros al igual que Galo, están  petrificados en la memoria histórica del barrio. La fábrica de tabacos de Cristino, la magia de amarrar el producto en su fase final y la presencia de Cadito, fuerte, temerario y amistoso, hacían de aquel lugar una fascinación cuyos recuerdos los presenta con maestría el amigo Teódulo.

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