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martes, 11 de septiembre de 2012

HUELLAS





Bismar Galán

San Juan, el valle infinito,
de esmeralda coronado,
lleva el influjo donado
por el Eterno y Bendito.
Sobre tus fueros medito,
me hundo en tu persistencia,
admiro en ti la presencia
de honores inmaculados,
de terrenos conquistados
por la paz y por la esencia.

Tierra de historia acerada,
de luchas, de valentía,
de exuberante alegría,
de impetuosa clarinada.
Donde baila enamorada
la memoria del pasado.
Su sangre pura ha dejado
el suelo bañado en luces
y de sables y arcabuces
el camino está sembrado.

Tu piel es luz y Caribe,
es amuleto y encanto,
es un tapiz, es un manto
que en “mañanitas” se inscribe.
San Juan las mieles recibe
del Alto. Ten mi elegía.
Tu piel emerge en el día,
en la noche es un escudo.
En ti mis versos anudo
con el verde de poesía.

Arco de Triunfo, la puerta
de la ciudad y sus calles;
la figura, los detalles,
la esbeltez que se despierta.
Que en ti la luz toda vierta
su esplendor sobre la queja.
Pues sin ti San Juan nos deja
un síntoma de vacío
y el andante desvarío
que el desespero maneja.


Cada pared que resiste
al tiempo que la decora
es el pasado que adora
a otro tiempo que la embiste.
Esa historia que te viste
te da la inmortalidad.
Todo el campo y la ciudad
llevan la sangre y la herida
que juntas dan la medida
de por qué tu eternidad.
 
Cada estatua y monumento
que sobre tu faz se extiende
es como el cirio que enciende
de la historia otro momento.
En cada pieza, un lamento
sobre la herida malvada. 
Cada imagen, acerada,
siembra de ayeres el hoy
y por las calles que voy
circunda su clarinada.




Tierra de chivo y chenchén,
del chacá y de Oliborio,
del esmeralda en jolgorio
sobre el maizal en vaivén.
Tu gente es gente de bien
que se abraza a lo más caro.
Tu suelo vibra, es un faro
que abona con su pureza
al vivero cuando reza
la semilla del amparo.

El sudor es el sostén
de la real fecundidad
y en el campo y la ciudad
se abre al grito de un amén.
No se adivina por quién
sacia su sed la chicharra.
El campesino se amarra
al amor del sembradío
cuando el fecundo rocío,
escribe un verso en la parra.

Del sanjuanero la mano
se estira como una daga
contra el dolor que divaga,
contra el rugir del villano.
El millo es fresco y arcano
entre la hiedra y el susto.
El azul es otro busto
que mira desde lo alto
al valle con otro salto
entre lo real y lo justo.




Cada calle que te nombra
es retazo del sudor,
cada suspiro de amor
viene del llanto y la sombra.
Son tus pieles como alfombra
de sueños desdibujados.
En ti los tiempos pasados
son las fuerzas vencedoras
y en tus sienes elaboras
filos sublimes, dorados.

Sabana Yegua, la fuente,
cuando se preña de vida,
cuando su vientre convida,
es placer. Es sol naciente.
Son sus jugos la patente
de niños alborotados,
sin contén. Son sus costados
hervidero promisorio,
son sus voces de jolgorio
manantiales complotados.

La Seboruco explorar
–cueva de rito y de cantos–,
es seducir otros santos
sin la oda y sin altar.
Fue lienzo para calcar
la vida entera, su piel.
Hoy sus paredes son fiel
foto de ayeres perdidos,
son los años ya dormidos
donde la roca es papel.




Tus quesos son el tesoro
de la familia lechera,
son el cubo, son la esfera
del ayer mudado en oro.
En cada queso el decoro
de una mano laboriosa.
Cada mujer una diosa
en su fábrica de sueño
por cada lapso de ordeño
respira una mariposa.

Carnaval Barriga Verde
de máscara y de colores,
bebemos de tus primores
aunque la tarde se pierde.
Tu paso la calle muerde
con la comparsa iracunda.
Sin que su fuerza confunda
los amores con la ira,
cuando el látigo es la pira
late una escena profunda.

La Era dejó una herida
en tu piel y en tus miradas,
el mal lanzó carcajadas
sin calcular la caída.
La bestia con su mordida
desgarró la libertad:
nunca existió caridad
para el campuno novicio,
y alimentaban el vicio
el ciego y su necedad.

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