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sábado, 9 de marzo de 2013

A FRANCISCO SANCHEZ DEL ROSARIO MARTIR DE SAN JUAN


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Por José Gabriel García,  Antologia Literaria Dominicana, Discursos, Semblanzas, Ensayos. Pag. 145, 146, 147, Tomo IV


Al calor de un padre y humilde hogar, en  que la virtud y la honradez moraban en armonioso consorcio,  nació Francisco del Rosario Sánchez en la  ciudad de Santo Domingo el  día 9 de marzo de 1819. Hizo sus estudios primarios en  las mejores escuelas de la época haitiana, y los último con los presbíteros Antonio Gutiérrez y Gaspar Hernández, habiéndose perfeccionado después  con la lectura de buenos libros y el roce con los pocos hombres de letras que habían  quedado en el país


Rozones de peso, aunque luego se vio que eran infundadas, impidieron que fuera iniciado en la idea separatista desde los tiempo de la Trinitaria;  pero comunicado después acogió con tanto calor y entusiasmo la causa nacional, que en su propaganda y   sostenimiento y llegó a ser de los primeros.


La importancia política de que dieron en La Reforma sus valiosas relaciones entre  la gente del pueblo, y  las aptitudes que desplegó en las luchas que siguieron al pronunciamiento del 24 de  marzo, sirvieron de motivo al general Charles Herard  para  incluirle en el número de los perseguidos a muerte.


Habiendo burlado las pesquisas de las autoridades haitianas ocultándose  junto a Duarte, Pina y Pérez una enfermedad aguda no le dejó embarcarse para el extranjero,. Y esta  circunstancia, favorecida por la de haber circulado la noticia de  su muerte y enterramiento en el patio de la  ermita  del Carmen. Le presentó la ocasión de reanudar los trabajos revolucionarios, organizando el club llamado a preparar el golpe decisivo.


Casi  madura ya  una combinación  que debía principiar con el desembarque de Duarte por  un punto dado, se  atravesó la llegada de los representantes  que fueron a la Asamblea de Puerto Principe, trayendo entre manos el famoso plan  de  Levasseur: pero como esta coincidió con la de los presos puestos en libertad por el general Herard al jurar la Presidencia, y  la de los dos regimientos criollos que se había  llevado en rehenes, creyó Sánchez que no le quedaba  a los separatistas otro camino que el de adelantar el pronunciamiento, y aprobado su parecer por los demás prohombres comprometido, se  lanzó el 27 de  febrero de 1844 sobre la  Puerta del Conde, y  al grito de Dios, Patria y Libertad, proclamó la existencia  política de la República Dominicana.
Su primera diligencia, después de dar los pasos necesarios para asegurar la adhesión de los pueblos al movimiento iniciado,  fue la de mandar  un a Curazao en pos de Duarte, su venerado caudillo, a quien reservo el único generalato que según sus patrióticas ilusiones debía  exigir en la República, y un asiento distinguido en la Junta Central Gubernativa.


Designado  primero para el desempeño de la jefatura del Departamento del Ozama, en la  que desplegó tanto celo como actividad,  y llamado después  a la presidencia de la Junta Central, en la que hizo  esfuerzos inauditos  para contrarrestar los trabajos reaccionarios  de Santana,  le tocó caer con el golpe de Estado  del 12 de julio, contra el cual protestó con energía espartana, en presencia de los trabucos que le tenían abocados los sicarios del vencedor.


Invitado  por éste al día siguiente a hacer parte de la nueva Junta de gobierno organizada bajo sus auspicios, tuvo la condescendencia de asistir a la primera sesión, pero viendo que se trataba de perseguir  y humillar al egregio caudillo de la Separación, se  retiró indignado, y antes que negarle como pedro a su maestro, prefirió correr la misma suerte y participar de su desgracia.


Reducido inmediatamente a prisión experimentó el terrible desengaño de ver pedida su cabeza en nombre del pueblo en nombre  del pueblo que había contribuido  a libertar, y  del ejército que  había contribuido a  formar; más comprendido en la sentencia insólita en que  hubo de conmutársele esta pena con la  expatriación perpetua, fue embarcado para Europa en lo más crudo  del mal tiempo.


Recogido en las costas de Irlanda como náufrago, se trasladó por vía de los Estados Unidos a Curazao, donde encontró a su llegada la triste nueva de que Santana había tenido la salvaje crueldad de celebrar el primer aniversario de la  Separación con la sangre de su tía María Trinidad, y su hermano Andrés Sánchez, escándalo sin igual en los fastos de la historia universal


Cerca  de cuatro años permaneció en la Isla de Curazao buscando en el estudio distracción  a sus  agudos pasares, hasta que separado Santana del poder en 1844, le abrió las puertas de la patria el decreto de amnistía  con que saludó el Congreso Nacional el advenimiento del general Jiménez al poder.


De vuelta a la patria, lejos de encontrar en ella la buena acogida que merecía, fue objeto de envidiosas rivalidades, y  esta razón le movió a mantenerse completamente retraído; pero la pérdida de Azua le  impuso el deber de incorporarse al ejército, y  aunque el general Santana le negó el  mando de una división de Las Carreras, se mantuvo siempre fuera de la Capital, prefirió a los desdenes de  sus amigos, las desconsideraciones de sus enemigos.




Pronunciado el ejército contra Jiménez con Santana a la cabeza, le mandó  éste de parlamento a la capital, intimando la rendición de la plaza, ya sitiada;  pero comprendiendo que era éste un lazo que se le tendía, para ver si se quedaba y poderlo entonces perseguir, se volvió al campamento de Guibia, no obstante  ser sus amigos de contrario parecer


Esta conducta le valió el no salir al destierro y poder quedarse en el país ejerciendo la profesión de abogado, completamente retraído de la política, aunque no por eso bien visto,  ni tampoco muy considerado, situación  en que permaneció  hasta  1855, en que  intereses encubiertos que  necesitaban medrar a sus sombra, le indujeron a tomar parte,  a última hora y con miras reservadas, en la conspiración  malograda del 25 de marzo.


A causa de este  paso impremeditado tuvo que asilarse en el Consulado Británico y coger  el camino  del destierro, donde valiosas influencias le hicieron reconciliarse con Báez para combatir  unidos el absolutismo de Santana.


Las transacciones políticas realizadas en 1856 le trajeron al país ligado en intereses de partidos a Báez, quien electo Presidente de la República le nombró comandante de armas de la Capital, posición  que permitiéndole tener a Santana preso  bajo su autoridad, le presentó la ocasión de demostrar al mundo imparcial la grandeza de su alma y la nobleza de sus sentimientos, pues es fama que retribuyo al prisionero con un trato decente y digno, las desconsideraciones y ofensas que en todo tiempo le había merecido.


Ramificada  por todo el país la revolución  del 7 de julio de 1857, marchó junto con el general Cabral a la cabeza del ejército levantando para sofocarla, y  no sólo durante el sitio de los once meses de luchar una vez con las fuerzas sitiadoras en las alturas de San Carlos. Las ofensas gratuitas que recibió de los hombres de la  situación a que servía, más que su moderación y buen comportamiento para con los contrarios, le permitió quedarse en el país después  de la capitulación, si  bien retirado a la vida privad, en el libre ejercicio  de la abogacía.


Empero una  vez proyectada la anexión a la monarquía española, ya  su presencia en la patria era un estorbo para sus promovedores, quienes cogiendo de instrumento a un extranjeros vil y miserable, quienes cogiendo de instrumento a un extranjero vil y miserable, le forjaron una grosera calumnia para justificar la resoluciones de deportado a San Thomas señalándole una mezquina pensión 


Enfermo se encontraba allí, cuando apoyado Santana por el general Serrano arrió la bandera de Febrero para  enarbolar la de España;  pero no pudiendo acomodarse a la idea de verse condenado a vivir sin patria, se decidió a entrar  por Haití como como último recurso, y  levantado en El Cercado el pendón de la Independencia, invitó a los pueblos de la República a emprender la conquista de sus perdidos derechos.


Desatendiendo  su llamamiento y acobardado el gobierno haitiano con las amenazas de Ruvalcaba, se vi rodeado de traidores, y al querer abandonar el campo a los enemigos cayó herido en una emboscada, y hecho prisionero lo condujeron a San Juan, donde  condenado a muerte por un simulacro  de consejo de guerra, fue pasado por las armas en la tarde del 4 de julio de 1861, junto  con veinte de sus más decidíos compañeros


Restaurada después la Independencia Nacional a costa de cruentos sacrificios, no tardó en llegar una época de reparación  y de justicia, en la que trasladados sus restos de San Juan de la Maguana a la Capital por iniciativa de la Sociedad “ La Republicana”, se prestó  el pueblo agradecido a celebrar la apoteosis  del héroe y del mártir que poniendo en relación  con el fin de su carrera supo conquistar una de las páginas más brillantes de  nuestra historia



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