Roberto Rosado Fernández, UASD, San Juan de la Maguana
Solía de niño levantarme tempranito a mudar animales,
ordeñar chivas, buscar frutas (guanábana, ciruela, mamón, guázara, mango,
cajuil, caimito, entre otras), con la finalidad de cumplir con una obligación
que imponían mis padres, ordeñar porque mi madre vendía leche de chiva y las
frutas servían para iniciar el proceso antes del desayuno que más adelante se
nos daba previo a salir para la Escuela.
A la vuelta de la Escuela, debía comer, descansar un poco e
ir al conuco a ayudar al abuelo paterno y a los hermanos en las labores agrícolas.
En la tardecita había que achicar las
chivas, esto es, separarlas de sus crías para poder obtener en la mañanita la
leche de ordeño de cada día con la finalidad de atender a la demanda de los
clientes que antes de la 7 de la mañana iban a buscar la cantidad comprometida.
Cada noche, a lámparas con gas kerosene, o farol, también
con gas kerosene como combustible, bajo la observación de mamá, hacía las
tareas que traía cada día de la Escuela asignada por la maestra Artemia
Dirocie.
Los sábados y los domingos eran para practicar en el play,
(luego de las tareas de rutina), el juego de pelota, pues el campo tenía un
equipo competidor que siempre estaba en las finales de los torneos que
organizaba la Liga Campesina cada año.
Algunas noches acompañaba a mi madre a tejer sombreros,
canastas, y patoras (un tipo de sombrero cocido con hilo de cabuya) y, a
empajar sillas que los moradores del campo llevaban por la destreza con que mi
madre lo hacía, además del dinero que obtenía por ese trabajo y la venta de los
sombreros y las patoras que tejía para ese fin.
Otras noches, sobre todo de luna llena, en la sabana,
escuchaba, junto a los demás nietos, al abuelo contar cuentos diversos del gran
repertorio que poseía, los que contaba con la mayor de las alegrías y destreza
bajo la risa y aplausos de los presentes.
Durante el periodo de vacaciones solía acompañar a mi madre, mis abuelos y mis hermanos en la
recolección de frutos y, además, aplicar mis destrezas como domador de burros,
mulos, caballos y bueyes que había en la zona.
Entonces en el campo llovía mucho, y de vez en cuando, sobre
todo cuando los primos iban del pueblo a pasarse algunos días con nosotros para
aprovechar la frescura y el verdor del campo, salíamos a cazar rola, palomas,
ciguas, carpinteros, búcaros, pericos y guineas que luego nos permitían hacer
suculentos locrios bajo la alegría de los abuelos que observaban complacidos el
deseo y las ganas con que realizábamos esa actividad.
También nos íbamos de pesca de tilapia, jaiba, sagos,
guabinas y camarones con los que hacíamos cocinaos con coco o con víveres asado
o salcochado para deleite y satisfacción de todos.
Eran tiempos buenos, había bosque espeso, ríos con mucha
agua, buena hierva para los animales, maíz en abundancia para la crianza de
aves, mucha comida para la crianza de cerdos y más, la vida era más sana y
placentera.
Las fiestas de picó y palo o atabales se realizaban a menudo,
las bodas se hacían con huidas y besamanos pero con compromiso y la familia era
más fuerte y mas solidaria.
La gente disfrutaba mas cada actividad, pues no vivía tan
agitado como hoy, por lo general los esposos vivían juntos hasta la muerte y los hijos buscaban sus parejas por linaje
tratando de que los suyos no heredaran ninguna conducta inadecuada que
produjera disgusto a sus padres y abuelos.
Cada paso que se daba se hacía bajo principios éticos y
morales inculcados por los padres, para evitar ser señalados como inadaptados
sociales y así tener la frente en alto y ver aquello como su principal valor y
su inigualable riqueza.
Pensando yo en voz alta, a la luz de estos recuerdos, me
encuentro en la incertidumbre, por lo que veo hoy en cada campo al que visito,
de saber qué pudiéramos hacer en el presente para recobrar aquellos momentos
que generaron tanta felicidad y tantas conductas dignas de recordarse.
Si pudiéramos tan solo recobrar el bosque, se recuperaría el
verdor, habría agua en los ríos y cañadas, se pudiera sembrar, volverían los
pájaros, las chicharras, los grillos, tendríamos mulos, bueyes, chivas,
gallinas, pavos, guineas, huevos criollos, y tal vez volveríamos a vivir la
tranquilidad que la depredación del campo ha convertido en depredación ética y
moral.
Ojalá que se pueda.
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