Por: Bismar Galán
Corrían miasmas del calor Caribe, en aquel trozo del verano eterno. Eran palabras ―¿dolor, deseos, sueños?, ¿marasmos o arrebato?―; no sé, pero palabras. Todas disueltas sobre páginas ariscas, que huían confabuladas con la brisa, debajo del almendro sombreado por cocoteros. Eran las manos del poeta, saltarines peces, detrás de sus siluetas. “No deben escapar, son versos; necesitan carriles donde andar y ser; como tú andas, como tú eres”, le dije. Y corrió por ellas, ahora como niño detrás de su chichigua en desbandada. Respiración cortada, satisfacción, regreso; sonrisa de sabueso que contagia.
Así he preferido definir aquel primer contacto con este poemario del amigo José Enrique Méndez; contacto que tuve allá, en un apetecible rincón de Guayacanes, donde tengo el placer de la compañía suya y de los suyos, que ya son míos. Fue un amplio debate sobre asuntos y razones (esencias baladíes) que alientan ataduras y desechos, sobre maneras y modos de decir cosas del alma.
Libre de dogmatismo, vi razón en la estrofa, vi la fuerza del verso; pero sobre todas las cosas, vi (léase viví) la imagen, esa que define la poesía, esa que define al poeta. Vi la imagen que desborda la razón y a la vez muerde a la razón o motivo; esa otra razón que lleva al bardo a hilvanar palabras y construir emociones. Vi ese “despertar” que se dimensiona más allá del nombre en este poemario.
Hoy me queda la satisfacción, el deleite sosegado, de haber visto nacer y crecer al poeta, al poema y de manera especial a esas imágenes que se corporizan en el deseo. Y eso es en esencia “Al despertar”, un deseo que encuentra cuerpo en la musa y en la persistencia de un ser humano que gusta y vive del hacer como del dar y el darse.
He aquí este texto sin “la posible destrucción”, porque es acero que brota del aliento; con sus “rupturas metapoéticas”, apostando por “la metamorfosis del cuerpo” o tal vez por la “memoria de un ángel no vencido”. Aquí está esta creación del amigo Ike Méndez, ese “caballo lobo”, en medio de su “arqueología de avatares”, sin “disputa de asombro”, porque el asombro es dador de poesía. Aquí está el poeta, a “ritmo caribeño”, en busca de cualquier “estación del amor” en los “colores del valle”. Y vamos con él quienes lo amamos, “bandera al viento”, prestos a “ser de lluvia” o de sol, con la “metáfora de la mirada” en ristre, “camino sur” hasta llegar a su álgido y bravo San Juan, ese San Juan que también es nuestro. Y con él y sus poemas, “Al despertar”, dejaremos la “eternidad estremecida”.
Hoy, “Al despertar” ríe sutil en los ojos de todos, en las almas que crecen, en la paz y el rumor. Lo veo bailar en una rítmica y acompasada trabazón de sonidos; esos sonidos que ha guardado Ike Méndez, desde su infancia, en lo más hondo de su ser y que hoy nos brinda. Siento el placer de su lectura, la complicidad de cada verso, del juicio que se esconde en cada construcción desinhibida. Siento el placer de disfrutar la inquietud del verso de este dominicano a carta cabal, este amante de la cultura y de la creación universal.
No me queda más que dejar mi abrazo y pedir permiso al poeta para decirle:
“Al despertar” los ensueños
en que vibras con tu tino,
abres la senda, el camino,
para seguir. No hay desdeños
donde vayas. No hay pequeños
ni grandes que no te admiren,
ni luces que te conspiren
cuando esgrimes tu poema.
Vibra tu verso, la gema,
por que las luces respiren.
Santo Domingo, 19 de junio de 2017
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