Higuemota era una niña
preciosa de apenas catorce años cuando llegaron los españoles
En el patio de la casa de Higuemota vivía un cerdo de color
negro, extremadamente flaco y feo, con los dientes largos, amarillentos y
retorcidos. Unin era el nombre del
cerdo.
Ella no lo soportaba por ordinario, para colmo de males el único
chico del guateque que la pretendía tenía el pelo duro y grueso como él.
Ella se dijo que jamás se casaría con Guanatepec porque no
le gustaba el color de su pil y odiaba su pelo por parecerse a las cerdas del
cerdo.
Unin no comía batata, yuca o maíz como todos los demás cerdos,
a él solo le gustaban las lombrices.
El flaco y feo cerdo se pasaba los días y las noches
escarbando la tierra en busca de ellas.
Ver con cuanto deleite Unin movía la cola y saboreaba las
largas y gordas lombrices que sacaba del lodo enfermaba a la niña.
Higuemota en muchas de sus noches de pesadilla veía a
Guanatepec y Unin deleitándose juntos escarbando en la tierra.
Por eso odiaba a Guanatepec y jamás se casaría con él.
Unin tenía un sueño de altura, y era comerse a Inriri.
Por eso todas las mañanas, antes de empezar a buscar
lombrices en el podrido lodo de la ciénaga, miraba a las altas copas de las palmeras
donde Inriri se estremecía haciendo hoyos.
El cerdo tenía la esperanza de que un día Inriri bajara de las palmas y él podría atraparlo;
entonces saborearía con deleite el tibio, delicado y tierno cuerpecito del
pajarillo.
Los años pasaban y Unin seguía esperando pacientemente por Inriri hasta que
un aciago día Inriri no pudo alzar el vuelo, ni fue posible alegrar la mañana
con su canto.
El pajarillo cayó del nido a la tierra, el cuerpo del ave
temblaba de frio.
Higuemota horrorizada corrió en pos del ave.
Unin se dio cuenta de que Inriri al fin estaba a su alcance
y corrió con todas las ansias que daban los largos años de espera.
Al final se daría el festín de su vida.
Unin corría y se lamia el hocico y los colmillos, su áspera cola,
alzada al viento, danzaba alegremente.
Higuemota corría para ver si estaba a tiempo de proporcionar
con sus manos calor a la avecilla.
Inesperadamente el viejo brujo se interpuso entre Higuemota
e Inriri.
La pipa larga sujetada por la mano izquierda del viejo brujo
señalaba a Inriri, y la mano derecha,
ancha, callosa. De dedos largos y huesudos, sujetaba fuertemente a Higuemota.
Inriri miró a la niña con ojillos llorosos, la niña miró al
ave con tristeza infinita.
Unin se acercaba a toda velocidad respirando
dificultosamente y el viejo brujo seguía como estatua sin importarle la suerte
de la pequeña ave.
Higuemota lloró en desesperado silencio.
Entonces, como despertando de un trance el viejo dijo:
“Pequeña, la Muerte necesita que Inriri cante en sus
dominios, si tocaras el cuerpo del ave ahora, tu alma se iría a los dominios de
La Muerte.
“Inriri se quedaría con nosotros, seguiría deleitándonos con
sus trinos cada mañana, pero tu no estarías para escucharlo.
“Tu madre moriría de pena al perderte y tu padre enloquecería
de sufrimiento.
“Como ves, eres tu o Inriri.
“Decide hija, Cual de los dos se va con la muerte?”
Higuemota cerró los ojos por algunos segundos, cuando los abrió
susurro muy quedamente:
“Brujo, prométeme que vas a hacer todo lo posible para que
papi y mi mami no vayan a sufrir con mi partida”
El brujo abrió muy grandemente la boca buscando aire y sonido,
pero no tuvo tiempo de contestar, en un abrir y cerrar de ojos Unin se abalanzó
sobre Inriri y lo engulló con todo y plumas.
“Higuemota –dijo el viejo brujo--, nunca dejaré de admirar
tu decisión, pero ya ves, Unin se adelantó a ti, Inriri está ahora en camino a
los dominios de La Muerte.
“Esta noche Unin le seguirá los pasos”
Y asi fue, Unin murió esa noche.
Las plumas de Inriri le mataron.
Higuemota nunca se casó con Guanatepec.
Llegaron los españoles y la niña se prendió de la gallardía
de los extranjeros.
Ellos tenían ojos verdes, piel blanca, cabellos dorados como
oro y eran altos y fuertes. Guanatepec tenía el pelo parecido a las cerdas del
cerdo Unin, por ello ella siempre odió a Guanatepec y por ello se fue con los
colonizadores.
Es cierto que en noches lóbregas como aquella, Higuemota maldecía
su suerte.
Los españoles resultaron peor que el cerdo UNin.
A ella la devoraron viva cada noche,
Su amo la alquila a sus amigos por migajas de oro.
Por poseer el cuerpo cobrizo de la india aunque sea por
contados minutos, los españoles eran capaces de robar.
Y esa noche, negra como el alma de Unin, con los ojos nublados por las lágrimas y la piel profundamente
marcada por las burdas caricias recibidas de un áspero soldado, Higuemota corta
sus venas mientras musita:
“Inriri mi avecilla, estas
trinando por mi?
1 comentario:
Hola amigo, la verdad me interesa mucho el tema. Podrías publicar el link con la fuente primaria del mito de Highüemota. Mu gustaría mucho acceder a la información puntual u corroborarla.
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