A: Sobieski Suvarov de León y Danilo Pérez
Domínguez
Nunca
he podido recordar sin avergonzarme el día en que conocí al poeta don Antonio
Fernández Spencer, con una taza de café, relajado, cortés, con una decencia
natural que chocaba con el ambiente de una cafetería de la calle el Conde,
donde acudí casi un niño en la cola de un motor, de cuya marca no me acuerdo,
acompañando al poeta y hoy diputado (recién fallecido) Pedro Caro, quien
asistió a entregarle un ejemplar de su libro “El nuevo canto”, dedicado a
Orlando Martínez y a los demás.
Desde
mi San Juan, donde teníamos como pasatiempo la lectura sin límite y su
valoración estética, así como la discusión con frenesí, había partido para
Santo Domingo, conociendo los trabajos de este trabajador, que se había
desarrollado en una época difícil, alejado de los grupos activo de la política
opositora, por lo que para la joven generación, era uno más de los
intelectuales del trujillismo.
Esperaba
encontrar ese intelectual con un entorno de azufre y cuernos, pero no, tampoco
tenía cuchillos afilados ni guardia pretoriana a su alrededor.
Para
mi desilusión, solo vi el fundador de la Tertulia Hispanoamericana en Madrid, donde
se dieron cita las más relevantes figuras de las letras y el pensamiento
iberoamericano. Allí obtiene, en 1952 con su libro Bajo la luz del día,
el Premio Adonais, bajo veredicto de un jurado presidido por el gran poeta
español Vicente Aleixandre, siendo la primera vez que un hispanoamericano
merecía ese galardón.
Luego de la desaparición del
dictador, para despejar toda duda sobre el origen del premio, en 1969 obtiene,
nueva vez desde España, el Premio Leopoldo Panero, con su libro Diario del
mundo, en el cual recoge sus textos poéticos de 1952 a 1967, a partir del
volumen Los testigos.
En su estadía en la tierra
de Cervantes, publica una antología de la poesía dominicana, difundiendo por
vez primera en el viejo continente la poesía contemporánea de nuestro
país.
Mi prejuicio político no me
había permitido valorar como pensador ese ilustre dominicano. Años después pude
observar desde las gradas de enfrente, el tormento del prejuicio impuesto por
el entorno.
En una de las tantas
conferencia obligatorias para extranjeros estudiantes de ingeniería, de
gramática y cultura Rumana, dada en invierno por una exquisita políglota que me
condujo en los laberintos de la cultura producida por la unidad de los pueblos
Dacios y los soldados dirigidos por el emperador Adriano, preguntó si alguno
había leído obras literaria escrita por rumano.
Frente al silencio de la
audiencia, intentando solucionar el muro impuesto por el idioma, contesté que
me impresionó bastante la hora 25, novela escrita luego de la segunda guerra
mundial por Constantin Virgil Ghoeorghiu,
y que recordaba sobre todo el pasaje que le dio el título al libro: “La Hora Veinticinco el momento en que toda la tentativa de salvación se
hace inútil. Ni siquiera la venida de un Mesías resolvería nada. No es la
última hora, sino una hora después. El tiempo preciso de la sociedad
occidental. Es la hora actual. La hora exacta”.
Para la dulce académica, el
silencio fue total, todo el frió del invierno se trasladó al auditorio, su faz
se transformó y logró decir que dicho autor era desconocido en el país, que ese
libro no había sido publicado en Rumania y que su autor no era de la Unión de
Escritores.
Era política del Estado, no
hablar en mal ni bien de los escritores contestatarios o desafectos del
régimen, entre los cuales se encontraba el autor de tan memorable éxito
literario.
Para los profesores de
literatura y filosofía, fuera de sus conocimientos profesionales, en ese tiempo
tormentoso necesitaban grandes conocimientos de acrobacia, para impedir que
alguien mal intencionado lo ligara con la teoría de Heraclito, sobre la identidad
del arco y el blanco.
Con el tiempo, las
restricciones se aligeraron y comenzaron a observarse opiniones sobre
algunos de “los malditos”, porque habían crecidos tanto que era imposible
cubrirlo con el desinterés o el olvido.
Entre ellos se encontraba
Eugene Lonescu, premio Nóbel de literatura.
La palabra escrita compilada en libros, hacen que se
escuchen las voces en el tiempo futuro, al contrario de la vida que permite
aclarar los libros del pasado, en el presente.
Mucho tiempo después de ese incidente, realicé un
tours cultural que me llevó a la ciudad de Sibiu, en el centro de Rumania,
recuerdo que en la Casa de la Cultura se nos informaba sobre la plástica local
y el desarrollo de la literatura en las tres lenguas de la región: alemana, húngara
y rumana; los pensadores y artistas más importantes fueron numerados, así como
sus logros.
Meses después, en el momento de la partida de esas
tierras memorable, en un lugar diminuto de los montes Carpatos llamado Cimpa,
un amigo inolvidable llamado Serban, cuya alegría cotidiana transcurría entre
la mina y la biblioteca, porque pensaba que la vida sin libros no tenía razón
de ser, me despedía obsequiándome dos libros, los versos de Carl Sandburg y los
poemas de Marín Sorescu, al mismo tiempo en que en su mano izquierda llena de
indecisión sostenía el libro Pe culmile disperarii (Sobre el colmo de la desesperación) la primera edición del primer libro publicado en 1934, de
Emil Cioran, premiado por la comisión de editores de jóvenes escritores
debutantes.
Nunca habia escuchado ese nombre,
en ninguna lugar delante de mi lo habían mencionado, ni siquiera en Sibiu se
mencionó, lo cual era necesario puesto que habia nacido en esa provincia en la
comunidad de Rasinari y había publicado cerca de 6 libros. Le pregunté quién
era y me contestó que un gran pensador de Transilvania, guardó el libro detrás
de una edición de Campos Roturados y la precausión y sensatés se impuso sobre
la curiosidad y el peligro.
Años después, pude informarme que
Emil Cioran fue un pensador no tradicional calunniado, que logró el
reconocimiento en lengua francesa, por dedicarse a: "un romance filosófico en temas modernos como la alienación, el
absurdo, el aburrimiento, la futilidad, la decadencia, la tiranía de la
historia, la vulgaridad del cambio, la conciencia como agonía y la razón como
enfermedad".
Estos recuerdos lejanos vienen a mi mente, cuando
observo los monumentos y edificaciones nacionales, donde los intelectuales y
hombres de Estado, son olvidados hasta en las rotulaciones de los más
insignificantes callejones.
Donde esta situación se convierte en trágica es en San
Juan de la Maguana, donde hasta los activistas políticos se olvidan entre sí.
Quiénes del PRD recuerdan a Fidias, a Luís Castillo, a
Ernesto de Goyito por mencionar tres pilares. Quiénes del PRSC recuerdan al
doctor Cartagena, a Cirilo Calcaño, a Lulú, a Erasmo labourt, que junto a
Carlita fundaron en San Juan ese partido.
¡Que esperar de los intelectuales!
¿Qué intelectual nacional ha producido el Granero del Sur fuera de Thomas
F. Reilly y Orlando Martínez en tiempos modernos?
¿Qué monumento o calle lo recuerdan?
En el campo de la historia, los investigadores logran
enderezar algunos entuertos, entrando dicha provincia en el marco de las
rectificaciones.
Pero en las ideas, los prejuicios e intereses de toda
índole impiden reconocer al individuo dotado del intelecto, independiente de
que lo utilice en bien o en mal, a favor
o en contra de sus conciudadanos, creando un círculo de profesionales
brillantes que no se mencionan, los cuales comienzan a ser olvidado por las
presentes generaciones.
Entre ellos está Carlos Manuel Mendieta: Enamorado
del fracaso y estratega de las causas perdidas. Víctima del rencor social y ejemplo exitoso del
pasado de la deshonra ccomo ironía de la vida, la caída del régimen
trujillista, al que le servía, hizo posible el ascenso a su preparación de
primera y gloria personal.
Los
jóvenes de la época lo recordamos como “el calie” fugado a tiempo de los
cadenazos justicieros, pero en nuestro interior, observamos el joven estudioso
que con tenacidad había llegado a la superación, que representaba la nueva
generación de los conocimientos de Francia, donde había terminado el doctorado
en derecho, de la filosofía alemana, donde presenció cursos, de la
jurisprudencia inglesa donde fue a conocerla.
Así
como egresado de la universidad de Coimbra, Portugal, donde también asiste y
donde se enamora del magnífico Luis de Camo es según el notable jurista Marino
Vinicio Castillo, el cual estaba traduciendo en Haití, cuando los disparos
mortales y las conspiraciones duvalieristas le segaron la vida, muriendo en su
mundo y ley. En fin, lo súper moderno en envoltura sanjuanera.
Tan local,
que fue imposible suprimirle su origen, y su nombre común: Carlos Carlita”, así
como su amor eterno de juventud y toda su vida, que lo llevó en su alma con
rencor, hasta su muerte misteriosa.
Fue
un hombre extraño, incómodo para su grupo, por ser demasiado visible.
Creo
temor en un segmento social dominante, que al igual que él, fueron estridentes
en sus manifestaciones públicas, calieses, delatores solapados, que la sociedad
no le pasó factura y olvidó sus servicios apreciables al generalísimo y sus
asistentes.
Escribió poco en español sin unidad de conjunto en
el periódico nacional reformista, del
cual fue su director al inicio. Creó y dirigió el programa radial nacional la
voz del reformista, pero no forjó ninguna ideología, ni su pensamiento ha dado
lugar a ningún tipo de movimiento filosófico o político en el grupo en que
activó en Santo Domingo. No fue docente y su tesis de doctorado no es conocida.
Creo que firmó un manifiesto, no dio
conferencias, mas sí declaraciones de prensa, cuando su grupo político
lo denigró y lo colocó en prisión. No ha sido recordado más que por un puñado
de amigos. Sin embargo, fue un hombre que durante su vida no dejó de pensar, y
sobre todo, que hizo pensar a la gente que lo rodeó de sus escritos en francés, como asesor de los
clanes de los Duvalier, posición ocupada a la hora de su muerte. Algún día la
historiográfica haitiana lo pondrá a disposición de las generaciones venideras.
Nosotros al igual que él,
víctimas de los prejuicios, no pudimos conocer ese intelectual que tenía sus orígenes en las
parte atrás del hospital, en la esquina José Contreras con Juan Pablo Pina,
barrio periférico entonces en formación, hijo de la conocida carlita “doctora
en ciencias ocultas”, en tiempo de revolución.
Don Emilio de los Santos: Lo recuerdo un día cuando se
montaba en un autobús en el parque Duarte, años después de ser Cuadragésimo
segundo Presidente de República Dominicana, el cual se dirigía a Ciudad Nueva.
Cuando entró, tres estudiantes lo reconocimos y nos paramos para cederle el
asiento.
Abogado de profesión, catedrático universitario de verdad, con sólida
formación académica e intachable prestigio, lo cual hizo posible que llegara a
ser Presidente de la República en época de confrontación.
Todos los estudiosos de los problemas del estado, luego del golpe militar
en contra del profesor Juan Bosch, lo dan como el dominicano más honesto que ha
pisado las escalinatas del Palacio Nacional. Luego nadie lo menciona, nadie lo
recuerda.
Fue la luz, en la oscuridad del Gobierno de
Reconstrucción Nacional. Nació el 12 de octubre de 1903 en San Juan de la
Maguana, donde realizó sus estudios primarios, producto de la unidad familiar
formado por Juan Justo de los Santos (Don Chuchú) y Doña Maria Antonia Salcié.
Hoy, en su pueblo natal, sólo queda el apellido, porque otros ciudadanos lo
posen. No existe un sanitario hecho por el Ayuntamiento local que lleve su
nombre, que decir de un callejón.
Tampoco se tiene una obra construida por el gobierno central que recuerde
ese personaje.
El poder no lo enloqueció, el dinero no lo compró. Su sencilla personalidad
no estuvo en venta, por eso se le olvida, por incómodo, incorruptible, por
rosca izquierda, que prefirió la renuncia al solio más alto del Estado o convivir
con la irresponsabilidad y el deshonor.
Pero por encima del olvido, del intelectual maldito, siempre será el primer
Presidente dominicano oriundo del Granero del Sur.
El primer Presidente dominicano que renuncia del poder para que su nombre
no fuera ligado a un crimen de Estado.
¿Cuántos más podrán serlo con esa formación y entereza moral?
¿Cuántos más podrán del Granero del Sur?
Damocles Méndez Rosado dice:
" La presente reflexión de Teódulo Mercedes pinta un cuadro de nostalgias y de profundas preocupaciones sobre el olvido de parte de las autoridades y de las poblaciones de personas que son figuras emblemáticas de nuestro pueblo que moran en el olvido generacional.
Teódulo Mercedes, clama con el rigor de erudito de su formación, en la ausencia de memoria histórica para recordar a grandes sanjuaneros que por la diafanidad de su trayectoria como exponentes de civismos y valores ciudadanos, yacen en el anonimato. Olvidados por las autoridades y la población. No se aprecian altos niveles de valoración a personajes que participaron en procesos vitales de la vida local y nacional tales como los que cita Teódulo en su trabajo.
Cuando los pueblos no asumen conciencia de su pasado, el presente se torna como la tarde cuando se desviste para esperar la noche. Los doctores José Dolores Valdez y Arcadio Rodríguez, son dos íconos del ejercicio de la medicina en San Juan. Claudio de los Santos y Gustavo Dimaggio, son los primeros mártires sanjuaneros del periodo de desaparición de la nefasta tiranía trujillista. No hay para ellos una tarja, un busto ni una calle para reverenciar sus memorias..
Teódulo Mata Mercedes penetra en el baúl del pasado y con un acucioso filo critico nos trae a un pintoresco personaje que como Carlos García Mendieta.(Carlos carlixta ), también es olvidado por nuestra población. De características enigmáticas y contradictorias entre los sanjuaneros, Carlos carlixta, merece que el juicio de las presentes generaciones haga un ejercicio de vuelta al pasado para conocer las diferentes facetas de este personaje que desde el granero del sur voló a Europa donde conoció la fuente del conocimiento en universidades europeas hasta morir abrazado en una tragedia en el vecino Haití. De brillante mente, su lucidez como intelectual lo revelan sus producciones literarias, sus trabajos de traducción de textos jurídicos y otros. Una sombra que envuelve su accidentada vida, no nos permite apreciar su trayectoria como pensador."
1 comentario:
Estimado Plinio mi saludo y aprecio, tienes toda la razon
No recordamos Nuestro grandes muertos no lo apreciamos
Ni valoramos Los vivos. Yo conoci de Cerca a Don Arcadio
Rodriguez quie encabezo junto a Los catorcitas y civicos la
Lucha para expulsar a Los Trujillos y sus remantes, junto al Dr Vinas Bonelly .
Esa amnesia y sorna es la que no permite a este pueblo reconocer sus verdadero valores. Viva Don Arcadio, Viva
Vinas Bonelly , Viva Achecar.
Ramon Gautreaux
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